El Instituto Cervantes de Madrid celebra los 40 años de relaciones diplomáticas entre España y México a través de un ciclo de conferencias desde el 31 de mayo al 27 de junio, nutrido de ilustres personalidades como Enrique Krauze, Marcelino Oreja, Emilio Cassinello, Andrés Ordóñez, Juan Manuel Bonet, Raúl Maícas, José Carlos Mainer y Abelardo Linares.
Concretamente, me gustaría referirme a la reciente conferencia del jurista, político y diplomático español, Marcelino Oreja Aguirre quien, con justicia, ha sido recientemente galardonado con el premio europeo Carlos V, impulsado por Fundación Academia Europea de Yuste. Su extraordinaria intervención, centrada en el reencuentro de España y México en 1977 en el marco de la transición política española, fue presentada con brillantez y admiración hacia el ponente por Roberta Lajous, embajadora de México en España así como por Juan Manuel Bonet, Director del Instituto Cervantes.
Nada menos que diecinueve países habían perdido las relaciones diplomáticas con España durante la dictadura franquista y fue a partir de enero de 1977 cuando comenzaron a recuperarse. Es cierto que durante el franquismo aunque las relaciones diplomáticas con México se habían suspendido sí que, al menos, existieron intercambios económicos, culturales, artísticos, etc.
De hecho, aunque parezca mentira, España y México estuvieron treinta y ocho años sin mantener relaciones diplomáticas. Como precisaría Oreja: “Las que mantuvo México con su etéreo Gobierno de la República apenas tenían contenido, pero eran simbólicas y el país fue lugar de encuentro de muchos republicanos españoles cuyo papel era muy representativo, ya que incluían no sólo a antiguos políticos sino también a intelectuales, empresarios, hombres de ciencias, médicos de prestigio con presencia viva en la sociedad mexicana”.
En realidad, en el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre España y México jugó un papel decisivo el Rey Juan Carlos además del Ministro mexicano de Exteriores, Santiago Roel, y su homólogo español en aquel momento, Marcelino Oreja. Habría que reconocer que la iniciativa la tomó Roel, a la vista del proceso de transición democrática en España, aunque Oreja se mostró desde un primer momento receptivo y conforme con la reunión programada en París el 28 de marzo de 1977.
Interesa subrayar que este cambio en las relaciones diplomáticas entre los dos países no provocaría ningún cambio en lo que a la actitud mexicana hacia la República y los exiliados españoles se refiere. De hecho, la mayoría de los republicanos españoles apoyaron este cambio de actitud de México hacia España.
La reanudación de relaciones diplomáticas entre los dos países se selló mediante un intercambio de notas (con rango de acuerdo oficial) en el hotel Jorge V de la capital francesa, en las que se hacía explícito el deseo de restablecer las relaciones entre los dos países, al tiempo que se acreditaba en ambos países una misión diplomática permanente con rango de embajador. Este acuerdo ponía así fin “a un largo encantamiento que nos mantuvo teóricamente alejados, para encontrarnos no sólo en la diplomacia, sino en una auténtica fraternidad de pueblos nacidos del tronco común de dos continentes y de dos razas”, en palabras de Oreja. Roel, por su parte, no pudo ser más emotivo al proclamar en voz alta: “Ahora esperamos nosotros conquistar España”.
Oreja transmitió de forma inmediata tanto al Rey Juan Carlos como al entonces Presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, la grata noticia de que se había recuperado la relación con México, con ello inaugurándose una nueva etapa política, social, cultural hacia América Latina. Quedó explícito el deseo por ambas partes de que las relaciones diplomáticas se recuperaran con cariño, con humanidad, sin desequilibrios injustificados o abusivos.
Creo que en el momento actual en el que la Unión Europea y México están negociando la actualización del contenido de su Acuerdo Global -que incluye un tratado de libre comercio- en vigor desde el año 2000, España debería tener un papel protagonista por el carácter fraternal de sus excelentes relaciones con México desde hace cuarenta años, consciente además de la necesidad de responder desde la legalidad al aumento del proteccionismo en el mundo.
Tengamos en cuenta que entre 2005 y 2015 el flujo anual del comercio de mercancías entre la Unión Europea y México se ha duplicado al pasar de 26.000 a 53.000 millones de euros en el marco del acuerdo de libre comercio actual. A mi modo de ver, es importante que no se pierda de vista en las negociaciones que por encima de los intereses económicos que genera una cooperación abierta a nivel mundial, está el respeto a los derechos fundamentales como límite moral que no se puede contravenir desde ninguna convención legal.
La comisaria europea de Comercio, Cecilia Malmström, y el ministro mexicano de Economía, Ildefonso Guajardo, en la próxima ronda de negociaciones, prevista en México del 26 al 29 de junio, serán los encargados de poner las relaciones entre la Unión Europea y México a la altura del siglo XXI. Verdaderamente, el Acuerdo Global que la Unión Europea y México quieren actualizar traspasa los meros objetivos del libre comercio que, por cierto, han venido siendo duramente atacados por Donald Trump tras llegar a la presidencia. Estamos por ello ante un acuerdo de asociación que, además de ser un pilar comercial, constituye una valiosa herramienta para la cooperación y el diálogo político entre la Unión Europea y México.
Me atrevería a sugerir que ambas partes deberían mantener como parámetro y referente en sus negociaciones, en aras de seguir dando pasos en la buena dirección, no sólo los nuevos patrones del comercio mundial sino la forma, la actitud y el respeto con el que se restablecieron las relaciones diplomáticas hace cuarenta años entre España y México.