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Crisis, ¿qué crisis?

miércoles 02 de julio de 2008, 23:47h
Dice nuestro presidente, el de todos, que esto de la crisis es opinable. Supongo que quiere decir que es relativo, que habrá quien opine que hay crisis y quien opine que no, aunque a mi más que humilde entender, son las cifras económicas las que, en este caso, no sólo opinan sino que determinan de forma fehaciente si la misma está presente o no. Lo que sí está claro es que el tema de la crisis es opinable en cuanto a que todo el mundo opina sobre él. Por supuesto, también los pobres que piden a la puerta de las iglesias.

Salvador lleva ya seis años en las escaleras de la Basílica Pontificia de San Miguel, ese trocito de la Santa Sede en la calle de San Justo, una de las más características y elegantes del viejo Madrid. Nació en Jerez de la Frontera, pero tuvo que emigrar a la capital para buscarse la vida cuando un coche le atropelló hace tiempo dejándole dos años en la cama de un hospital y, después, definitivamente sin tibia y sin su atractivo trabajo de croupier en el casino de Las Palmas. Él cuenta que aquello le rompió la vida y que, desde entonces, malvive con una mínima pensión que complementa con las limosnas que le dan los feligreses de la iglesia, cuya puerta guarda con celo y profesionalidad. No hay más que verle. Alto y bronceado, siempre curioso y limpio, a pesar del terrible sol que abrasa la escalinata, saluda a los habituales y no hay uno que no vaya hacia él para darle la correspondiente moneda. Se la ha ganado con su discreción y su tímida sonrisa.

Esta mañana le he preguntado por el triunfo de España en la Eurocopa, pero él prefería hablar de la crisis. “En la Iglesia también se ha notado”, me ha dicho, “y no sólo la económica, también la espiritual”. Por lo visto, hay menos fieles y las monedas que depositan en sus gastadas manos son siempre de menos peso y tamaño. Sin embargo, lo que más le molesta es que Zapatero sea un mentiroso porque prometió atender a los pensionistas y él aún está esperando. “¿Por qué ha tenido que mentir?”, me pregunta, y yo le aseguro que eso es muy de políticos antes de las elecciones. Por lo de los votos, le digo. “Pues no será por el mío”, replica Salvador y me cuenta que no ha vuelto a votar desde que lo hizo por Felipe González en los ochenta. Y me insiste otra vez en que la crisis le tiene muy preocupado.

Antes de despedirnos, se acerca una señora que acaba de salir de la penumbra fresca del templo y dice a Salvador, señalándole con el negro abanico: “Habría que ponerle aquí un arbolito”. “Sí, para Navidad”, contesta él. Y a pesar de todo, no pierde la sonrisa.

Alicia Huerta

Escritora

ALICIA HUERTA es escritora, abogado y pintora

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