El australiano a apeado al español de Acapulco y le ha llevado a insultarle en sala de prensa.
Nick Kyrgios puede ganar a Rafael Nadal, Novak Djokovic y a Roger Federer. Así lo concibe en su mente y así lo demuestra la estadística. Cuando tenía 21 años ya había pulido a los tres astros del tenis. Entonces era una díscola promesa de este deporte, tan talentoso como ajeno a la consistencia y la concentración. En resumen, un proyecto de genio que malgastaba su calidad por mor de su rechazo a tomar una perspectiva profesional de su oficio. Vivía en su planeta de icono naciente y se creyó ese papel de suerte de estrella de culto, que brilla a chispazos.
Ahora tiene 23 años, está en tratamiento psicológico y en su palmarés no brilla ningún Grand Slam y ningún Masters 1.000. Este australiano se encuentra peleando contra sí mismo, frente a los fantasmas que le han hecho querer salir corriendo en pleno partido múltiples veces en estos años. Una desmotivación abrupta que le ha empujado a tomar decisiones y actitudes altamente discutibles. Insultando a rivales, jueces de silla y aficionados. Sin complejos, en un tortuoso camino hacia el abismo que parecería haber descubierto a tiempo.
En noviembre de 2018, este jugador capaz de asombrar y no de gestionar los brotes que le acaban llevando a pérdidas de concentración y, con ello, de partidos, anunció que había decidido acudir a la psicología para reconducir su trayectoria deportiva. Estaba en el puesto 30 de la ATP, algo que no ocurría desde 2016. "Posiblemente lo he aplazado bastante, pero lo estoy haciendo y ahora me siento más abierto para hablar de ello. No siento como si lo tuviera que esconder", le dijo al medio de comunicación regional Canberra Times.
En esa conversación expuso que está en tratamiento para "controlar su salud mental". Así de claro. "Sé que soy un afortunado porque puedo viajar por todo el mundo y jugar al tenis. He tenido un par de episodios difíciles este año, pero estoy seguro que estaré bien el próximo año. Quiero elegir los torneos correctos para competir y cuando juegue esos campeonatos quiero darlo todo. Voy a trabajar con mi equipo", remarcó. Pues bien, ese "próximo año" ha llegado. Y lo ha hecho con un alegrón para él: ha vuelto a ganar a Rafa Nadal.
Ya lo hizo en los octavos de final de Wimbledon, en 2014 (7-6, 5-7, 7-6 y 6-3). En aquella edición del 'major' británico venía de salvar nueve bolas de partido en su enfrentamiento ante Richard Gasquet y supo enmarañar al balear. Por eso, precabido, el balear expuso en su rueda de prensa previa al combate en el Torneo de Acapulco lo siguiente: "Kyrgios es un jugador de un nivel altísimo. Le ha costado mantener una regularidad, pero eso no cambia su talento. Es uno de los jugadores a los que cualquier top no se quiere enfrentar; mañana será un partido difícil, más siendo solo en segunda ronda y habrá que estar preparado para sufrir y estar concentrado".
Mas, lo que se encontraría Nadal fue a un jugador que pasaba de lo pintoresco. En el primer set, que ganó por 6-3 sin jugar especialmente bien, el australiano se arrastraba por la pista. Caminando muy despacio en cada pausa, recuperando la posición con la toalla mordida. Hombros bajos, rictus entre contrariado y resginado y una multiplicidad de gestos que hacían entender que sufría molestias en la parte posterior del muslo, espalda y en el estómago. Llegó a pedir atención médica cuando se atravesaba la hora de juego. Yacía derrengado en su asiento, casi tumbado como un indigente en un banco. Y los micrófonos de la retransmisión le captaron decir a los doctores: "Voy a probarme durante un par de juegos".
Y se probó. Con un golpeo por detrás y entre sus piernas. Lo que encontró fueron los dos golpes de valor más distinguido que vería la tribuna. En concreto, una volea angulada, de espaldas, que provocó el aplauso de Nadal, parecería haberle inyectado la conexión mental adecuada. Desde es punto, su rosario de latigazos y negativas a perseguir las pelotas en los intercambios que proponía un Rafael defensivo -que entregaba la responsabilidad al aussie -como dejándole que se autodestruyera en su desgana- mutó a un compendio de cañonazos, cada vez más certeros, al galope de una explosión energética que le llevó al empate del duelo -arrasando en el tie-break-. Ese 7-6, tras haber jugado su saque con infalibilidad y evitado tres bolas de ruptura, catapultó el estado anímico del 72 del ránking mundial. Sus 21 aces eran un argumento tangible de su mejora. Los fantasmas se alejaban.
En lo consiguiente, una tercera manga en la que sacó de cuchara y estiró el esfuerzo hasta las tres horas y tres minutos, sacaría de quicio al zurdo legendario. Le volvió a llevar al desempate y le venció en esa exigencia. Kyrgios localizó el momento más feliz relacionado a una raqueta que recuerda, para la deseperación de un jugador español indignado por sentirse presa de un teatrillo. Cometió el manacorí una doble falta en el momento clave, retrato de la metamorfosis de roles a la que asistió un graderío confuso y que abucheó al Pulcinella de Oceanía. Que dio la impresión de haberse reido de todos. Incluido el níumero 2 del tenis.
"Le gané a un gran campeón, es un partido que no voy a olvidar, soy un afortunado de volverle a ganar a Rafa Nadal", proclamó Kyrgios. Nadal, por su parte, precisaría la doble versión de lo acontecido. Tras felicitar a su rival por su victoria, explicó que "no es mal chico, pero le falta el respeto al público, al rival y a sí mismo también". "Llevo muchos años en el circuito y no porque un chico se dedique a hacer cosas extrañas dentro de la pista a mí me va a despistar. Otra cosa es que creo que él tiene que mejorar en ese sentido. Tiene talento para ganar un Grand Slam, pero creo que falta al respeto a todos", recalcó.
El campeón español fue constreñido a representar el papel de sujeto pasivo de la trama ante la exhibición -en todos los sentidos de la palabra- de Kyrgios. El tiempo dirá si esta actuación marca el punto de inflexión y la catarsis que necesitaba para amontonar títulos, como pronostica su calidad técnica. Horas después sepultó a Stan Wawrinka (7-5, 6-7, 6-4) y se plantó en las semis del Abierto Mexicano de tenis. Pitado por el público pero ganando el 80 por ciento de sus primeros servicios. Conduciendo de nuevo a su oponente a fallar en los tramos determinantes. Expresó sufrir calambres y síntomas de deshidratación, pero canto victoria. "Es inevitable que me chiflen porque el público quiere mucho a Rafa Nadal, pero estoy contento porque he vencido a un gran jugador". John Isner saltará a su show azteca con 39 saques directos.
Y, en paralelo, mostraría, a través de las redes sociales, lo que le falta para ganar la estabilidad mental que busca en la psicología. Al leer las declaraciones de Nadal envió el siguiente mensaje: "No dudes de tí mismo, hay un montón de gente que lo hará por ti. Yo puedo oler la sangre cuando juego contra este tipo". Adjuntaba el icono de una jerniguilla. Publicaría después que "este tío necesita un extra de sal" al lado de una imagen en que se leían las manifestaciones de Nadal relativas al respeto. Y cerró su reflexión así: "Soy diferente, Rafa es diferente. Podría centrarse en lo que tiene que hacer. No sabe por las lesiones que he pasado, no sabe nada sobre mí, así que no voy a escucharle".