Rosa Arciniega (1909-1999) nació en Lima, Perú; no obstante, en su vida tuvo un continuo de viajes. De ahí que viviera en diversas ciudades de España (1928-1936), en Santiago de Chile y Buenos Aires, donde falleció. Arciniega fue una reconocida autora de cuentos (varios de ellos reunidos en Playa de vidas, 1940) y novelas tales como Engranajes (1931), Jaque-Mate (1931), y la tercera que escribió y que nos ocupa: Mosko-Strom. El torbellino de las grandes metrópolis (1933). Poco después publicó Vidas de celuloide. La novela de Hollywood (1934), a la par que artículos periodísticos en varias revistas españolas e incluso un drama radiofónico. Posteriormente fue sacando a la luz biografías noveladas de conquistadores, fruto de invetigaciones hechas por diversos países de América. Además de escribir esta variedad importante de géneros, y de hacerlo con una gran calidad, su personalidad singular y de mujer activa y moderna la llevo a tomar parte en múltiples actividades, fomentando las relaciones entre España e Hispanoamérica y apoyando todo tipo de iniciativas culturales y sociales. También la vemos pilotando aviones; tomó clases en la recién inaugurada Escuela de Aviación Civil de Valencia, aunque ya había volado con anterioridad en el Perú. Pese a todo lo dicho, y al hecho igualmente de haber sido cercana al grupo de uno de los pensadores más importantes del Perú, José Carlos Mariátegui, el nombre y las obras de Rosa Arciniega no han recibido la atención y el estudio que merecen, tanto en España como en su propio país. Ha sido precisamente esta primera reedición Mosko-Strom, llevada a cabo por la editorial sevillana Renacimiento-Espuela de Plata en edición de Inmaculada Lergo -autora igualmente de una documentada introducción que nos acerca a la vida y obra de la autora-, la que ha propiciado el que estudiosos y escritores peruanos hayamos redescubierto a tan valiosa escritora.
Mosko-Strom es una novela escrita con un lenguaje altamente poético, figurativo y visual. Esto es notorio desde el título, en el que alude al fenómeno natural llamado “Maelstrom”, un gigantesco torbellino de “cónicos pezones acuáticos” que arrastra a su centro cualquier ser u objeto flotante y que destruye todo a su paso. Arciniega lo llama “terrible vórtice”, “pulpo monstruoso de enormes tentáculos”; metáforas que la autora utiliza como una clara crítica a la modernolatría, a los nuevos “valores” de una modernidad mal entendida, entre los que destaca la ambición económica. Esta modernidad avasallante está representada por la gran ciudad, “Cosmopolis”, la misma que, por su etimología, es dos veces espacial, digamos, dos veces excesiva. Su importancia en la obra es tal, que es esta la que aparece en la magnífica portada de la edición (una imagen del poderoso film expresionista Metrópolis de Fritz Lang): vemos una ciudad enteramente habitada por edificios, no por personas; un paisaje artificial que nos habla de un vivir mecánico que aleja a los seres humanos de su humanidad.
La trama principal gira en torno a la invención de un carburador para automóviles que sea altamente efectivo y abarate los costes. El ingeniero a cargo, Max Walker, es el modelo del selfmade-man que representa en su máxima expresión la esencia del capitalismo y del amor a las máquinas y a la exactitud matemática de estas. Max Walker, aunque le cuesta el divorcio, lucha con los planos y consigue finalmente su propósito. Sin embargo, la soledad personal y la que acompaña el aparente éxito de su descubrimiento lo humanizan. Después de todo, para hacer esa máquina, él tuvo que “maquinizarse”. Y es que claramente conforman la novela dos tipos de personajes: de un lado, los simbólicos (entre ellos, el tiempo, la ciudad, la técnica, la masa de obreros idiotizados) y, de otro, los tradicionales, entre ellos Max Walker y sus amigos, “los íntimos”, antiguos compañaeros de la universidad, que son emblemas de la “modernidad” (banqueros, dueños de empresas y fábricas). La excepción es Jackie Okfurt, un médico que reniega de todos esos valores y forma de vida. Los “íntimos” se reúnen cada año para un almuerzo con su antiguo y querido profesor Stanley Sampson Dixler, un idealista que contrasta claramente con el grupo, y que muere al final de la obra desplazado por una sociedad cada vez más alejada de sus ideales y filosofía de vida. En general, los personajes de Mosko-Strom están muy bien construidos, a través de ellos se patentiza la médula de la humanidad: las contradicciones. No obstante, los únicos personajes planos que no despuntan particularmente son las mujeres. Así, contrariamente al gesto escritural y la vida misma de Arciniega, en la novela ellas son dependientes, sumisas, vacías. Considero que esta peculiaridad, lejos de cuestionar la calidad de la novela, nos permite repensar la idea de una vanguardia verdaderamente transgresora. Se hace necesario, por lo tanto, releerla buscando más preguntas que respuestas, puesto que de eso se trató tanto la escritura como la vida de Rosa Arciniega.