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Novela

Joseph Roth: Confesión de un asesino

domingo 14 de abril de 2019, 19:06h
Joseph Roth: Confesión de un asesino

Traducción de Carlos Fortea. Mármara Ediciones. Madrid, 2019. 280 páginas. 13,50 €. Se recupera, en nueva y excelente traducción, una de las obras maestras de la gran y rica literatura de entreguerras del siglo XX. El escritor austríaco Joseph Roth explora con lucidez los abismos del Mal y la culpa a través de un tan ambiguo como fascinante personaje. Por Ángela Pérez

“Su novela es excelente, precisamente porque no está alargada más allá de su medida. Esta vez la proporción es perfecta, y lo ruso no está solo en las figuras, sino también en el ritmo. Enhorabuena. La próxima, más”, le dice Stefan Zweig a su amigo y colega Joseph Roth en la interesante correspondencia entre ambos, publicada no hace mucho por Acantilado bajo el título de Ser amigo mío es funesto. Correspondencia (1927-1938). El autor de El mundo de ayer. Memorias de un europeo, escrito por Zweig poco antes de su suicidio en 1942, y estremecedor testimonio sobre una época que desaparecía a manos de la barbarie y que se hundió en la Segunda Guerra Mundial, se refiere en ese comentario a la novela de Roth (Brody, Imperio austrohúngaro,1894-París,1939) Confesión de un asesino, publicada originariamente en 1936. Estamos ante un título imprescindible de la gran literatura de entreguerras del siglo XX que en nuestro país ha aparecido en varias ediciones, pero que ahora con acierto recupera la editorial Mármara en nueva y excelente traducción del escritor, traductor y profesor Carlos Fortea.

Calificada como “la novela rusa” de Joseph Roth, en sus primeras páginas un narrador en primera persona recuerda el tiempo en el que vivía en la parisina rue des Quatre Vents. Una de las ventanas de su casa daba al restaurante ruso Tari-Bari, frecuentado por emigrantes rusos y a donde el narrador acudía en numerosas ocasiones a comer. El Tari-Bari será el escenario en el que el asesino del título desnudará su alma, en una interminable noche, ante un auditorio -y ante nosotros, lectores-, que le escucha entre el asombro y la fascinación. Porque fascinación siempre produce adentrarse en los fangosos territorios del Mal, la culpa y el deseo de expiación. Quien confiesa en la novela de Roth es Golubtschik, un personaje de la estirpe de las letras rusas del XIX, sobre todo de Rodión Románovich Raskólnikov que Dostoyevski pone en pie en su obra maestra Crimen y castigo (1866), y que nos lleva a pensar también en el Jean Baptiste Clamence, de La caída (1956), de Albert Camus.

Golubtschik, nombre sarcástico, pues en ruso significa “palomita”, del que reniega su portador, y no únicamente porque no le parece justo ya que él es grande y fuerte desde niño. Golubtschik, nos dirá al principio de sus revelaciones, no es su apellido verdadero. El auténtico es Krapotkin, pues, nos aclara, su padre no es el oficial, un modesto guardabosque que permite que el príncipe Krapotkin “visitase” a su mujer. Este origen de hijo ilegítimo le marca para siempre. Pronto va a ver a su padre, y este poco menos que se ríe de la pretensión de reclamar sus derechos, y solo consigue que le regale una tabaquera dorada. Algo que le supone la detención por parte de la policía acusado de robo y de intentar matar al príncipe.

A partir de ahí, Golubtschik comienza su ruta “hacia arriba” -nuevo sarcasmo-, en la que transitará por la abyección y el crimen. Enrolado como espía en la Ojrana, la siniestra policía de los zares, se convierte en uno de sus mejores y más eficaces agentes y puede dar rienda suelta, como él mismo apunta, a su odio y sed de venganza. Y esta siniestra actividad le lleva a conocer a Lutetia, con quien mantendrá una tortuosa relación amorosa.

Cuando Joseph Roth, de origen judío, escribe Confesión de un asesino no se encontraba precisamente en el mejor momento de su vida, una vida que no fue un camino de rosas. Huido de los nazis, malvivía en París en hoteles de mala muerte, acuciado por una situación económica que rayaba prácticamente en la bancarrota, y en las garras de un alcoholismo que le arrastraba a delirium tremens. Pero, rondándole la muerte, falleció tres años después de ver la luz Confesión de un asesino, nos presenta esta lúcida exploración de los oscuros impulsos humanos, con mucho de sufrimiento.

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