Desde hace mucho tiempo, buena parte de la opinión pública y de la clase política propugnaba un Gobierno de coalición entre el PP y el PSOE para reformar la Constitución y resolver los grandes retos de España; ahora, el desafío secesionista catalán. Ni a González, ni a Aznar, ni a Zapatero, ni a Rajoy les pareció oportuno. Probablemente porque preferían gobernar a sus anchas pactando, en todo caso, con los que, entonces, eran nacionalistas. Los presidentes de turno obsequiaban con suculentas subvenciones a sus socios y hacían la vista gorda con sus artimañas secesionistas. Y así se llegó hasta el 1-O.
Y así, después de 40 años de democracia, de una transición ejemplar, de Ejecutivos moderados del PSOE y del PP, el primer Gobierno de coalición se va a formar con la extrema izquierda. Pedro Sánchez se ha dejado doblar el pulso por su “socio preferente” y después de amagar con rupturas para la galería, Pablo Iglesias ha logrado su propósito. No entrará en el Consejo de Ministros, pero elaborará más leyes y tomará más decisiones que nadie. Después de 40 años de democracia, los comunistas van a gobernar España. Formarán parte del Gobierno los que quieren destruir nuestra Constitución para derogar la Monarquía parlamentaria e instaurar una República; los que defienden el castrismo y el chavismo, los regímenes totalitarios y antidemocráticos que han aniquilado la libertad y han arruinado Cuba y Venezuela. Los que quieren subir los impuestos a las grandes empresas y que provocarán la inestabilidad económica y la destrucción de empleo.
Pedro Sánchez ha debido creer que le ha doblado el pulso a Pablo Iglesias. O, simplemente, le da igual. Porque él solo quiere mantenerse en el machito, pasearse por las cancillerías de todo el mundo y disfrutar de las mieles del poder. Pero su Gobierno de coalición terminará por hacer trizas al PSOE y dejará España hecha jirones.