En 2017, en poco más de un cuarto de hora, un corto supo erizar el vello del espectador con angustia y desesperación con dos actrices, una llamada de teléfono y una cámara que seguía a la protagonista, una madre que recibía la llamada de un hijo pequeño que se había quedado solo en una playa desierta. Un cortometraje que bien valió una nominación al Óscar. Madre había nacido.
Dos años después, tras los éxitos de Que Dios nos perdone y El reino, Rodrigo Sorogoyen retomó la historia para convertirla en largometraje. Con el corto haciendo las veces de introducción a la película, el foco se sitúa diez años después de aquel momento. Elena vive ahora en Francia, junto a la playa en la zona desde donde se produjo la traumática llamada. La aparición de un adolescente que le recuerda a su hijo activa resortes en su mente que desencadenan la acción de la película.
Cuando menos, una salida valiente de Sorogoyen para continuar su historia, ayudado en la escritura del guión por Isabel Peña. No optan, ni mucho menos, por el camino fácil del thriller que resuelva la desaparición. Eso queda oculto en la neblina de la elipsis de diez años. El camino elegido, sin embargo, transita por una peligrosa senda que juega con la percepción del espectador y donde la incomodidad es casi tangible por momentos. En fondo y forma, el corto y el largo son historias bien diferentes.
La elección le lleva a ahondar en las consecuencias de la tragedia. Un dolor que se expande de lo físico a las profundidades del alma. Uno al que, pese al paso del tiempo, el más leve interruptor, por inocente que parezca, lo puede transformar en una locura destructiva -o liberadora, según la perspectiva-.
Para ello vuelve a contar con Marta Nieto para el papel protagonista. Un personaje duro y difícil, pero del que logra sacar una interpretación magistral. De esas que provocan preguntarse dónde ha estado todos estos años sin aparecer apenas por la gran pantalla y que la hacen merecedora de estar en la primera fila del cine español en los años venideros.
Madre
