En 2015 apareció un libro que dio la campanada: A Manual for Cleaning Ladies. Rápidamente se situó entre los libros más vendidos en Estados Unidos y despertó un unánime fervor por parte de la crítica. Las traducciones no se hicieron esperar. En nuestro país, en 2016, Alfaguara publicó Manual para mujeres de la limpieza, que cosechó el mismo éxito entre lectores y críticos. Su autora, Lucia Berlin, era una escritora “secreta”, prácticamente desconocida, que no pudo disfrutar del reconocimiento, pues falleció en 2004, y fueron sus hijos quienes prepararon la edición del volumen. Esto, unido a la muy complicada vida de Lucia Berlin, alimentó la leyenda.
Pero, más allá de esas mitificaciones a las que por diversos motivos y circunstancias, por lo general desdichadas, se prestan algunos escritores, resulta indudable que el entusiasmo hacia Manual para mujeres de la limpieza no fue fortuito. Manual para mujeres de la limpieza, convertido en un libro de culto, recoge cuarenta y tres deslumbrantes relatos, protagonizados fundamentalmente por mujeres, que nos presentan un mundo de perdedoras pero donde la sordidez y la tristeza se recubren de una extraña melancolía y de un singular humor e ironía. Con el trasfondo de su propia existencia, las criaturas de Lucia Berlin sufren pero también resisten, con mucho de supervivientes natas.
Comparada con nombres como los de sus compatriotas Ernest Hemingway, Raymond Carver y Charles Bukowski -sin olvidar la ineludible referencia del gran maestro del cuento, Anton Chéjov- la siguiente colección de veintidós relatos, Una noche en el paraíso, (Alfaguara, 2018) nos sumergía en la misma línea de autoficción, y de ese particular visión de Berlin que trasmuta la ruina en belleza.
Ahora, al socaire del fenómeno Berlin, llega a las librerías Bienvenida a casa, donde su autora ya no se enmascara en ningún personaje. Se trata de una recopilación de textos autobiográficos y memorialísticos en los que Berlin estaba trabajando antes de su muerte acaecida el 12 de noviembre de 2004, precisamente el día en el que cumplía sesenta y ocho años, por lo que el volumen aglutina recuerdos de sus primeros treinta y cinco años. Los textos, prologados por uno de sus hijos, Jeff Berlin, se acompañan de numerosas fotografías de distintos momentos de la existencia de Lucia Berlin, desde su infancia, y de cartas dirigidas a varios destinatarios, sobre todo a la familia Dorn, de la que formaba parte su amigo el poeta Edward Dorn, al que pide consejo en varias ocasiones.
El hilo conductor es, como adelanta su título, el repaso de todas las casas por las que pasó en una vida itinerante y llena de dificultades de esa niña, hija de un ingeniero de minas, y de una madre de la que no guardaba muy buenos recuerdos. La errancia por la profesión de su padre continuó en su vida de adulta. Una vida en la que, con apenas treinta años, acarreaba tres divorcios y cuatro hijos, a los que tenía que sacar adelante como fuera, por lo que tuvo que trabajar en ocupaciones como recepcionista, ayudante de enfermería y hasta señora de la limpieza, hasta que por intermediación de su amigo Edward Dorn consiguió un puesto de profesora universitaria. Una vida empapada en alcohol y sucesivas curas de desintoxicación. El alcoholismo, padecido también por su madre, marcó su trayectoria: “Me acostaba en la hierba debajo del lilo y respiraba hondo hasta aturdirme. En aquellos tiempos también daba vueltas y vueltas hasta que me mareaba tanto que no me tenía en pie. Quizá esas fuesen señales de advertencia tempranas, y las lilas mi primera adicción”, nos dice en Bienvenida a casa -donde hay algunos pasajes que cuentan momentos después reflejados en alguno de sus relatos- al recordar sus años infantiles.
Pero, también, siempre estuvo presente su afán de escribir, la literatura que la salvó del desastre total: “En la clase de Literatura Española leímos más novela y poesía española y sudamericana de las que leería luego en la universidad. Dedicamos dos años al Quijote, comentando los capítulos en detalle cada día. Una vez, en clase, leí un pasaje donde uno de los personajes de Cervantes, en un manicomio, dice que puede hacer que llueva cuando le plazca. Entendí en ese momento que los escritores eran capaces de lograr todo lo que se propusieran”.