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TRIBUNA

Aquella Navidad

miércoles 01 de enero de 2020, 19:57h

A Pepi y a la tía Angelina.

Aquella navidad el fulgor de la luz parecía salir del centro de la tierra y todo era silencio y armonía. Y la tía Angelina, la tía de mi madre, “la tieta” soltera había terminado de poner el belén y acababan de acercar un poquito a los Reyes Magos por el camino de serrín amarillo hacia el Castillo de Herodes, allá en lo alto de la montaña de corcho glaseado.

Las castañeras, estaban allá abajo con sus pavos y pavas temblequeantes, y la biblioteca Espasa, con más de cien volúmenes, parecía mirarme desde aquel lateral. Dios, su Segunda Persona está a mi lado, me miraba complacido cuando al caer la noche se ponían a hablarme Upito y Cucuruchito, amigos imaginarios que habitaban debajo de mi almohada.

No se oían los coches desde aquella terraza; en verano las golondrinas con forma de media luna mora volaban alocadas y piaban presurosas a la vida y al color que me esperaban un poco más allá del lecho de escayola.

Han pasado cerca de ochenta años, aún recuerdo la Plaza de la Moncloa nevada, sin el Ministerio del Aire, todo horizonte blanco y diáfano.

No había de nada. No se hablaba de política, ¿qué era eso?. A mi madre le estafaron vendiéndola tres paquetes de tierra en lugar del azúcar, tan necesaria como hoy despreciada. El aroma del pollo, que probábamos solo una vez al año, y los langostinos un vez cada dos años, pero eran eso, langostinos, sabían a langostinos y no había que echarles ninguna salsa para darles sabor.

Ahora tenemos de todo, hay de todo, no falta de nada esta navidad, pero lamentablemente no sé por qué me acuerdo de aquella Navidad, y el Presidente de este diario, amigo muy querido con el que me carteo desde hace 50 años, suele decirme al verme melancólico. “Mira siempre al futuro, Germán, nunca al pasado”. Y él sabe cuánto le estimo y cuánto le debo. Y yo sé bien la maravilla que es la España actual - donde hay de todo y en abundancia -, algo impensable, una gema inefable de abundancia y de paz.

Pero queridos lectores y lectoras, como la mujer de Lot no puedo resistir la tentación y deteniendo el paso, apoyando el andador y la silla de ruedas junto a la ventana y mirando hacia atrás antes de convertirme en estatua de sal, vuelvo a experimentar aquella navidad y sin pensarlo dos veces puedo afirmar rotundo: Me quedo con aquella Navidad.

¿Por qué?, parecéis preguntarme entre atónitos e indignados casi todos ustedes?

Porque a ésta navidad le faltan solo dos cosas que sin embargo le sobraban a aquella, que se resumen en dos palabras: “Pureza” e “Ilusión”.

Pero eso es fácil, me vais a contestar regocijados.

No lo creáis, respondo. Podéis tardar otros 80 años o no verlas jamás.

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