David Lodge (Londres, 1935) nos descubre en su novela Almas y cuerpos una muestra del camino recorrido por la sociedad en el terreno de las normas morales y un ejemplo de la pérdida progresiva de la influencia de la religión sobre nuestros hábitos y costumbres. Describe la evolución personal de un grupo de jóvenes católicos, que manejan con extraordinaria familiaridad conceptos como pecado venial y mortal, transustanciación o acto de contrición, pero que se asoman a la edad adulta desde un total desconocimiento de sus propios cuerpos y desde la perspectiva de una imagen del mundo que el autor resume así: “Arriba estaba el Cielo; abajo estaba el Infierno. El juego se llamaba “Salvación” y consistía en llegar al cielo y eludir el infierno. Era como jugar a la oca: el pecado te enviaba directamente al pozo, los sacramentos, las buenas acciones, los actos de automortificación, te permitían avanzar hacia la luz”.
Los protagonistas de esta novela coral, publicada por primera vez en 1980 y que Impedimenta ofrece ahora al mercado español con traducción de Mariano Peyrou, inician su periplo personal asistiendo juntos a una misa en latín, a las ocho de la mañana de un frío día de invierno, en 1952, mientras una tenue luz se filtra por los vitrales de la iglesia de San Judas en Londres. La novela de Lodge tiene planteamiento, nudo y desenlace. No hay saltos temporales ni espaciales, fluye descriptiva en los ambientes y pronto empieza a incluir profundas reflexiones internas de cada uno de los personajes; en qué creen realmente estos jóvenes católicos, qué significa para ellos el sexo y de qué modo empiezan a afrontar los profundos cambios sociales que les tocará vivir en las próximas décadas.
Lo primero que llama la atención en la novela publicada por la editorial independiente Impedimenta es la original edición de la obra; un diseño elegante que reproduce en su cubierta un cuadro realizado en 1933 por el pintor Fleetwood-Walker, en el que una pareja de jóvenes, a la vez recatados y sugerentes, aparecen recostados en mitad de la naturaleza. La misma obra se incluye en el interior del libro como marcapáginas y resulta un extra más para decidirse a leer o comprar el libro, ya que el lector puede disfrutar de una obra de arte envuelta en otra y la imagen de estos jóvenes resulta una manera perfecta de introducirle en la época en la que se sitúa la acción.
Con un fino y sarcástico humor inglés, David Lodge utiliza sus personajes para dar rienda suelta a sus propios recuerdos y vivencias. También él, como los diez protagonistas de Almas y cuerpos, nació en el seno de una familia profundamente católica y tuvo que idear sus propias respuestas frente a cuestiones como la virginidad, el control de la natalidad, la monogamia, la homosexualidad o el divorcio, enfrentándose a dilemas internos entre virtud y pecado, en medio de una sociedad que evolucionaba vertiginosamente y se zambullía de cabeza en la libertad sexual. “En los años sesenta, el infierno desapareció. Ninguno podría decir con seguridad cuándo sucedió esto…. En términos generales, la desaparición del infierno supuso un gran alivio para todos, aunque también generó grandes problemas”.
Las férreas cadenas se soltaban y las estructuras morales que cimentaban sus comportamientos perdían consistencia. Los chicos y chicas que conformaban ese primer grupo, mojigato y juvenil, se convirtieron en adultos que ya no sabían a qué atenerse y evolucionaron en busca de nuevas verdades en las que creer.