El presidente del Gobierno de coalición con Podemos, Pedro Sánchez, ha demostrado que no es un sinvergüenza. Alguno podría pensar que sí porque hace falta serlo para no acudir a un homenaje, aunque sea religioso, por los, a falta de datos finales fiables, cerca de 50.000 muertos por la covid-19.
Sin embargo, creo que es criticable y hay que decirlo, el presidente de un Gobierno serio y decente no puede dejar de asistir a la misa, por muy agnóstico que uno se declare, en recuerdo de las víctimas de una pandemia que ha causado estragos en tu país. Muchos dicen que no acudió por vergüenza, porque no quería escuchar en primera persona lo que acabó escuchándose: “Gobierno asesino”.
El problema es que se trata de la desgracia más terrible que ha asolado a este país y el representante de todos los españoles, incluidos los que han muerto, no acude a un acto de justicia y reconocimiento porque lo organiza la Conferencia Episcopal Española. Volvemos a la ideología, al sectarismo y a poner por delante los intereses particulares a los de Estado.
Si, como se ha publicado y repetido para justificar los despilfarros del jefe del Ejecutivo de coalición con el uso abusivo del avión y el helicóptero privado o la contratación desmedida de ministros y asesores, hay cosas que van en el sueldo, es justo reconocer que asistir a un funeral por ciudadanos españoles que han muerto por una enfermedad contra la que las administraciones públicas podrían haber actuado antes y mejor, también va con el cargo.
No seré yo el que diga que el nuestro es un Gobierno asesino porque me parece mucho decir. Que existe responsabilidad en cómo se han hecho las cosas y en cómo se siguen haciendo, indudablemente. Por eso se echó de menos en la catedral de La Almudena a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias, aunque las cabezas pensantes, los estrategas de Moncloa y Ferraz recomendaran, especialmente al presidente, que disculpara su ausencia para evitarle pasar la vergüenza de escuchar a familiares de los fallecidos abuchear y criticar con vehemencia su gestión.
La Historia está llena de celebraciones religiosas de homenaje a fallecidos por todo tipo de causas, desde guerras o genocidios hasta atentados terroristas, pasando por enfermedades incurables y altamente contagiosas. Y hemos visto siempre en todos ellos a líderes mundiales en misas en EEUU por el 11-S, en actos judíos en todo el mundo en repulsa por el Holocausto o en rituales indígenas en Sudáfrica por el Apartheid. Hay muchos ejemplos más en los que nadie con responsabilidades de Gobierno alegó motivos religiosos, o "de agenda", para rehusar rendir cuentas.
Pedro Sánchez no ha querido hacerse la foto junto a los Reyes, la princesa, la infanta y familiares de víctimas del virus. Tendría que haber estado, es su obligación. El presidente del Gobierno tendría que haber dado la cara y tendría que haber saludado y acompañado a los españoles que han perdido a sus familiares. Es el presidente de todos, no exclusivamente de los que no van a misa.
Sánchez quizá no sea un sinvergüenza, porque ha demostrado ser muy “vergonzoso”, pero sí es verdad que le ha faltado valor y coraje para afrontar la responsabilidad que le corresponde. Poca entereza para el que, por el contrario, sí presume de las vidas que ha salvado. Aunque eso solo se lo crea él.