César González-Ruano en blanco y negro no es una biografia. Su autor, Marino Gómez-Santos (Oviedo, 1930), el que fuera primero su admirador, después su amigo, -pese a la diferencia de edad-, ha sabido seleccionar con exquisito tacto e inteligencia, de la extensa peripecia de esa relación los episodios que mejor caracterizan la difícil personalidad de uno de los escritores cuya biografia supera la de sus contemporáneos en vivencias, en perfil propio, en paradojas, y contrasentidos. Con su gran experiencia literaria y periodística, Marino Gómez-Santos consigue que el lector venza el rechazo inicial que inspiran algunos de los episodios de la vida de César González-Ruano, por su -en ocasiones- cruel conducta con sus cercanos, ya fueran su madre, su esposa, su hija o sus amigos, y en las páginas finales, cuando ya su amistad se ha diluido, ofrece la posibilidad de que admiremos la faceta literaria del escritor e “indultemos” al personaje de González-Ruano de sus más tenebrosas andanzas, gracias a su melancólica y dramática despedida de este mundo, gracias a que Marino Gómez-Santos le define así: (página 134) “González-Ruano era un inadaptado de sus propios caprichos, que tantas satisfacciones debería producirle, porque los cometía de continuo”.
De la lectura de este libro se deduce meridianamente que César González-Ruano fue un periodista de una pieza, pues ejerció todos los géneros: la entrevista, el artículo, y fue corresponsal en ciudades tan significativas y relevantes como Berlín, Roma y París, en momentos muy delicados de la historia de la Europa de los primeros cincuenta años del siglo XX; colaboró en los más prestigiosos diarios españoles -ABC y La Vanguardia, entre ellos-, y pese a haber sido merecedor de premios en vida -como por ejemplo en 1932 el Premio Mariano de Cavia con el artículo titulado “Señora: ¿Se le ha perdido a usted un niño?” y en 1951 el Premio Café Gijón por Cinco años después, ni César ni nada, anheló un reconocimiento en vida que nunca sació suficientemente su ego hasta el extremo de vivir los ultimos años obsesionado con diseñar su propia posteridad de la que es prueba la escenografía póstuma de su cuerpo, -dejó escrito que le depositaran en el suelo solo con un sudario y desnudo-, y esta reflexión cuando -ya enfermo de gravedad- en su visita a la ciudad de Nueva York, y desoyendo la alerta de los riesgos de visitar y pasear solo por Harlem entró a beber en varios tugurios llenos de gente de color y aspecto tenebroso y escribe en su Diario íntimo: “Pensé que si me mataban tampoco quedaba mal para la biografia,. Y además, ¿qué es lo que podían matar en mí? ¿Acaso unos meses? Pero no me mataron” (página 216).
Vivió lastrado por su obsesión por acreditar un linaje nobiliario, y una supuesta alcurnia, pero González-Ruano venció esa rémora y mereció la admiración de los lectores de sus artículos, de sus crónicas y de sus libros y lo que es relevante, de algunos de sus contemporáneos, como Josep Plá que le definió: (página 189) “ Ruano por su finura, por su pensamiento, por el trazo de la frase -a veces muy incisiva- me parece uno de los mejores escritores de artículos que hay en este país”. Y de su buen olfato literario es este augurio sobre una joven y prometedora Ana Maria Matute: (página 185) “Yo creo en ella quizás como en ninguna otra mujer de nuestras letras”.
Gómez-Santos considera que “Ruano llevó la poesía al periodismo”. Otros autores piensan que Ruano fue un escritor sin género. En este libro, Gómez–Santos ha enriquecido este perfil de González-Ruano con el testimonio de su hija Charo y con la correspondencia del escritor con el doctor Gregorio Marañón, cedida generosamente por su hijo, Gregorio Marañón Moya, y en la que se percibe la estrecha amistad que mantuvieron, y que fue enriquecida con sus frecuentes visitas -a veces inesperadas- al Cigarral en Toledo.
Pese al antedicho tacto de Marino Gómez-Santos, confieso como lector que en muchos pasajes de este libro he sentido rechazo del escritor y del periodista que fue González- Ruano, y quiero reproducir a este respecto las palabras con las que Gómez–Santos describe su sentimiento hacia el escritor: (página 189) “Mientras perduraba mi admiración al escritor decrecía dolorosamente el aprecio a su persona por sus acciones deshonrosas en las cuales se complacía, amparándose en la sentencia de ser un señor disfrazado de golfo”.
Ya por último sugiero al lector que disfrute con las últimas páginas de este perfil biográfico en las que se aprecia la postrer sensibilidad de González-Ruano ante la inminente muerte, en un párrafo de una de sus reflexiones en su Diario íntimo: “Tarde: dos horas solo. Apiádate, Señor, de mi inmenso y miserable miedo. El mundo me une a Ti, como un animal necesitado. He rezado largo tiempo”.