Un tal Iván Redondo tiene a sus órdenes a un potente Ejército mediático que día tras día convierte en acontecimiento cualquier chorrada mientras esconde la cruda realidad que sufre España. Las instrucciones que salen de Moncloa se resumen en dos: ensalzar los éxitos, los haya o no, del Gobierno y triturar al PP. El último ejemplo: la astracanada de la apisonadora destruyendo unos cuantos fusiles de ETA, un vergonzoso esperpento ideado para que Pedro Sánchez tape sus vergüenzas por sus enjuagues con Bildu. Para empezar, trasladar sin cesar y a puñados a los mayores asesinos terroristas a las suites de las cárceles vascas. Y en nada, se consumará la transferencia de las Instituciones penitenciarias al País Vasco para que los criminales tengan más vacaciones que el mismísimo Pedro Sánchez.
Había que ver a los tertulianos de la progresía tonta emocionados con el aquelarre de la apisonadora, como si el presidente del Gobierno hubiera derrotado él solito a los criminales. Cuando, por entonces, estaba en el gallinero del Congreso apretando el botón que le indicaban sus jefes. El escenario que montaron los diseñadores de Moncloa para el esperpento aparecía ocupado por el equipo de ”un joven lechuzo y tarambana”. Pero la foto abrió muchos telediarios y muchas primeras páginas como si se tratara del gran acontecimiento del siglo. Los sanchistas no paraban de derramar lágrimas de cocodrilo.
El descomunal protagonismo de Villarejo y Bárcenas escenifica mejor que nada la España de charanga y pandereta. Esa España que relata el Ejército de Iván Redondo, cuyos protagonistas principales son dos delincuentes que amenazan con un Watergate cada día y tienen las alforjas suizas repletas de millones de euros. Van cargados de toneladas de papeles fotocopiados, de documentos reales o inventados, de grabaciones, de vídeos reeditados para chantajear hoy al PP o al Estado y, mañana, aniquilar a ambos. Hay periodistas que les persiguen más que los servicios secretos de Marlaska. Unos para publicar grandes exclusivas que nadie sabe si son verdad y que, a menudo, son mentira. Otros, para avisar al jefe que una ilustre socialista le escupe su homofobia, entre percebe y percebe.
Basta con que alguien diga que Bárcenas ha comentado que Esperanza Aguirre se embolsó un sobre con miles de euros para que al unísono, los tontos de la derecha y los listos de la izquierda, arremetan durante horas y horas contra ella y trituren al PP por tanta corrupción. ¿Pruebas? Pues que alguien ha dicho que el otro lo ha comentado mientras jugaba al mus en la cárcel.
La España de charanga y pandereta era tétrica. Pero no tanto como la actual. Ahora, con la excusa de la pandemia, también ha vuelto la Inquisición. Otro de los acontecimientos que excitan a los espectadores de la caja tonta son los famosos, famosillos o desconocidos que se van de fiesta mientras otros respetan el toque de queda y demás zarandajas. Las cámaras de televisión se cuelan en los saraos, los vídeos se difunden en masa por las redes sociales. Y los torquemadas de turno se escandalizan y demonizan a los protagonistas del crimen. A la misma hora, los cachorros de la CUP, el partido que está a punto de pactar el Gobierno de Cataluña, arrasan Barcelona. Asaltan y saquean comercios, revientan escaparates, incendian contenedores, coches o motos. Apedrean los furgones de los mossos e intentan asesinar a un policía. Pero se trata del sagrado derecho de manifestación y, además, protestan por un inaceptable atentado a la libertad de expresión. Que no es lo mismo que irse a bailar sin mascarilla. Unos asesinan a los ciudadanos con los aerosoles del coronavirus. Los otros, luchan por la libertad con cócteles molotov.
Y mientras Bárcenas y Villarejo reparten estampitas, las colas del paro y del hambre dan vueltas y vueltas sin parar. Ya hay más de cinco millones y medio de españoles sin trabajo y decenas de miles de empresas arruinadas y cerradas. Pero las tragedias reales se ocultan o se pasa de puntillas sobre ellas. Y nunca, nunca el Gobierno es el responsable.
Porque interesa mucho más el sobrino segundo de una cantante que antaño fue famosa sea pillado in fraganti tomándose un cubata a altas horas de la noche o que alguien diga que alguien dice que Esperanza Aguirre ha cobrado unos miles de euros. Solo dos ejemplos de las miles de noticas ridículas o falsas que hoy ocupan y preocupan a las televisiones amigas de Iván Redondo. El paro, la ruina, la miseria de muchas familias, el asalto a las Instituciones, los decretazos por sorpresa con pactos siniestros con los separatistas y los proetarras, el terrorismo callejero de los socios de Sánchez o la nefasta gestión de la pandemia no son el problema. Ni la noticia. Libertad de expresión, sí. Sectarismo, también.
Como escribió Antonio Machado al describir la España de charanga y pandereta,
“El vano ayer engendrará un mañana
vacío y ¡por ventura! pasajero,
la sombra de un lechuzo tarambana,
de un sayón con hechuras de bolero;
el vacuo ayer dará un mañana huero”.