El defensor español ofreció una lectura sorprendente de la invasión agresiva de los radicales al centro de entrenamiento.
Álvaro González es un central cántabro que se ha convertido en un símbolo del Olympique de Marsella, con sólo una temporada y media de estancia en el sur francés. Criado en la cantera del Racing, este zaguero pasó por el primer equipo santanderino, el Zaragoza y el Espanyol antes de sentarse en el Villarreal. En el conjunto levantino crecería su rendimiento hasta el punto de llamar la atención de varios clubes continentales. En su currículum reluce el Europeo-Sub19 de 2013, a las órdenes de Julen Lopetegui y en compañía de nombres como De Gea, Carvajal, Koke, Thiago, Canales, Isco, Muniain o Morata.
Su trayectoria ha destacado tanto en el campeonato galo que ha sonado con fuerza para ser convocado en la selección española absoluta. Sin duda, se ha establecido como uno de los miembros de la élite del balompié en Francia. Y su identificación con la ciudad que da cobijo a l'OM, y viceversa, resulta férrea. Granítica. En múltiples oportunidades ha quedado refrendada esta percepción.
La cima de la teatralización de dicha conexión quizá se vivió el 13 de septiembre de 2019. En un partido liguero contra el PSG, en el Parque de los Príncipes, se detonaría una escaramuza sobresaliente en la que Neymar y Álvaro se enzarzaron de forma especial. La victoria visitante tuvo una larga resaca en la que el brasileño acusó al español de llamarle "mono hijo de puta". "No existe lugar para el racismo. Carrera limpia y con muchos compañeros y amigos en el día a día", respondió el cántabro.
Esta fue la factura final de lo sucedido sobre el césped: cinco expulsados y sanciones a Layvin Kurzawa (PSG, seis partidos), Jordan Amavi (OM, tres partidos), Ángel Di María (PSG, cuatro partidos), Leandro Paredes (PSG, tres partidos), Darío Benedetto (OM, un partido) y al propio Neymar (PSG, dos partidos por abofetear al zaguero nacional). La Liga de Fútbol Profesional (LFP) de Francia decidió que no había racismo en el intercambio de improperios. Tampoco cuando el brasileño llamó "chino de mierda" al japonés Hiroki Sakai.
Pues bien, con ese bagaje, y tras haber devuelto al Olympique a la Liga de Campeones, el pasado 30 de enero los ultras del club marsellés asaltaron por las bravas el centro de entrenamiento, conocido como 'La Commanderie'. El afamado grupo radical, que protagonizó un episodio lamentable en el Vicente Calderón -aquello derivó en sanción para el Atlético- y ha sido alimentado por la connivencia de las directivas de l'OM, irrumpió con violencia y llegó a agredir a Álvaro González. Un objeto le golpeó en la espalda. De todo ello dio parte la emisora France Info.
El vestuario quedó "conmocionado" por el entuerto y el técnico arquitecto del renacer del equipo, André Villas-Boas, puso pies en polvorosa. "He presentado mi dimisión a la dirección, todavía no tengo respuesta. No quiero nada del Marsella, no quiero dinero. Solo quiero irme por mis discrepancias con la política deportiva. Es una pena llegar a esto. Esos resultados son culpa mía, pero no puedo decir lo mismo de otras cosas. Estoy muy enfadado, ni en mis peores pesadillas esperaba estar en esta situación. Cuatro derrotas consecutivas, no me había pasado en mi carrera. Quiero salir de esto", declaró el entrenador luso. La Prefectura de Policía de Marsella recogió en su informe que se cometió pillaje y saqueo. Se identificaron a 300 ultras, 25 de ellos fueron detenidos y seis agentes resultaron heridos.
Pasados unos meses, el central español ha narrado lo vivido en esa lamentable situación. Lo ha hecho en una entrevista concedida a Telefoot. Así lo ha relatado: "No he visto las imágenes porque siempre digo que también yo tengo mucha culpa de ello. Soy el primero que pongo al pie del cañón, voy a la guerra. Me siento cómodo en esos ambientes y mi mentalidad es de dar la cara siempre. Si ganamos, muy bien; si perdemos, me gusta dar la cara por lo que hemos hecho. Nunca me escondo en ese aspecto, tiene que haber gente así y no me arrepiento de nada".
"Sé que Marsella es especial por cosas como esta y que en Villarreal no me iba a pasar porque no había supporters (como se denomina desde el club a los ultras). Si vengo a un sitio como este, puede pasar. Cuando tenga 40 años lo contaré como anécdota. Llevo un año y medio aquí y tengo muchas anécdotas, pero me encanta cómo se vive", ha añadido en un discurso que no condena el ataque. "Mi ilusión sería poder vacunar a todos los socios del Olympique, no sé de qué manera, y que el fin de semana estuvieran en el Velodrome. Estamos perdiendo tiempo. Yo tengo 31 años y yo quiero acabar mi carrera con los estadios llenos", sentenció. Dando carpetazo, de esta manera, a un hecho impensable en LaLiga.
Y agregó esta reflexión que da sentido a todo lo anterior: "Después de mi llegada a Marsella, desde un inicio me he sentido muy querido por la gente. Siempre lo he dicho. Y que se me denomine como 'patrón', 'el jefe o 'guerrero' en un sitio donde se ama tanto competir, que ello lo llaman la 'grinta', es un orgullo. Al final, es el carácter con el que yo juego y es un carácter muy parecido al que tiene la gente de Marsella. Es todo lo que engloba al Olympique y para mi es un orgullo estar aquí y ojalá que pueda quedarme durante mucho tiempo". Tiene por delante una reconstrucción encabezada por el español Pablo Longoria -director deportivo- y el preparador Jorge Sampaoli.