Resulta muy poético el título, quizá por lo inhabitual del término banquisa, el conjunto de placas de hielo flotantes en los mares polares. Esa niña sumergida en el témpano de hielo es tanto la protagonista como la autora, que escribe un libro sobre el proceso de duelo de su propia violación. Un libro que en el transcurso de la novela manifiesta cómo va escribiendo, cómo siente la necesidad de convertirlo en narración.
Adelaïde utiliza sus cuadernos azul, celeste o rojo para cada una de sus escrituras, que vierte en forma de libro, recuperando una historia que nos entregará estructurada en tres partes. El suceso, la violación de una niña de nueve años en la escalera de su propio edificio, se cuenta en el prólogo, que propone una muestra del transcurso del relato: comienza en primera persona, la de la protagonista, entremezclando el recuerdo y el presente vivido, para enseguida pasar a la tercera persona que sigue transitando sobre el presente continuo en que se desarrolla fundamentalmente el texto: «Algo ha dado un vuelco, no sabe si es el suelo o si es ella»; una pizca de futuro para entrever lo que vendrá.
Esa primera persona seguirá surgiendo, a retazos, entre la narración que ella misma trata como ajena, en una primera parte que transcurre por años, los de su crecimiento en que, tras el shock que supone la violación, inicia un proceso de duelo que la lleva a ensimismarse, a enquistarse tras esa banquisa, esa gran capa de hielo que la separa y aísla, en realidad sin saber bien qué le pasa, acechada por la amnesia traumática que solo entenderá ella misma después del proceso de sanación. Viviremos las consecuencias en su crecimiento, pormenorizado.
La metáfora, esas medusas que «se meten en ella aquel día», con sus «tentáculos largos y transparentes que la penetran», la acompaña mostrando su desazón a lo largo del relato. La parte central es una búsqueda obstinada de explicación a las medusas «bajo el hielo de sus actitudes educadas», el proceso del duelo de reconocimiento de lo que ocurre y el camino hacia la sanación, en que intervienen terapeutas y abogados. Mientras se instala en la madurez de su vida, se casa y tiene un hijo, el lector identificará lo ocurrido a medida que ella misma lo desentrañe; ya hemos mencionado el proceso de amnesia traumática en que se sume.
La última parte retoma esa estructura tan marcada de la primera, ese capítulo por año, aquí capítulo por día del juicio, un juicio mediático (aunque tampoco mucho), real, en que tantos años después Adelaïde Bon y tantas ya mujeres testificaron contra un hombre que había destrozado sus vidas cuando eran niñas. Se está produciendo ese reconocimiento de lo ocurrido en pos de un equilibrio emocional que podríamos denominar sanación.
La obra, la conversión en literatura de un trauma, la identificación de la medusa, ahora personalizado: «Soy Medusa, niña de la Tierra y del Océano, violada por Poseidón en la intimidad de su templo», concluye con un epílogo en que la realidad se impone: ni concluye la causa, ya que el culpable apela, ni la sociedad asume la realidad de la violencia sexual; aunque nuestra protagonista sí ha conseguido restablecer su equilibrio emocional.