Recibo una carta de José Antonio Sanchidrián, a quien tanto debe la Asociación Estudios de Axiología, poniendo sobre el tapete la cuestión de los sueños y su significación. Es un tema sobre el que reflexioné hace ya tiempo, pero sin publicar nada al respecto. Aprovecho la ocasión de esta carta para poner esas reflexiones por escrito.
Entre todos mis variados sueños destaca sin duda el que más impresión me hizo cuando me desperté. Un amigo mio, a quien quería mucho, estaba muriéndose. Soñé que rezaba a Dios con tal fuerza por su curación, que se operó el milagro. Mi amigo se curó. Cuando me desperté, comprobé obviamente que mi amigo seguía igual, y yo no había hecho oración alguna. El carácter tan irreal de este sueño, y la gran decepción que me produjo, me llevaron a pensar sobre este tan enigmático misterio de los sueños, que curiosamente tenemos tan cerca.
El dormir es una necesidad de la psique de los animales superiores, cuyo soporte material es un sistema nervioso centralizado. Este necesita descansar y recuperarse. Quedan en suspenso durante algún tiempo funciones vitales no esenciales. Eso ocurre también en el cuerpo humano, y tiene una consecuencia obvia El reposo obligado de nuestra psique, interrumpe la comunicación entre cuerpo y espíritu.
Nuestra memoria forma parte del cuerpo. Hay que situarla en la psique, lo más elevado de nuestro cuerpo. La memoria conserva durante el sueño nuestras vivencias durante la vigilia. En ella quedan almacenados todos los recuerdos de lo ocurrido cuando estamos despiertos. Sin embargo, mientras dormimos los recuerdos salen de su sitio en la memoria, y comienzan a agitarse por sí mismos en nuestra psique. Se descomponen y recomponen de mil maneras. Eso son los sueños. Con todo, el alboroto no es tanto que nos despierte. Más bien seguimos plácidamente dormidos, y el sistema nervioso se va recuperando entretanto.
Cuando estamos dormidos se pierde la conexión entre espíritu y cuerpo. Y se restaura cuando despertamos. Nadie puede explicar cómo todo esto ocurre. Pero ocurre. Hay muy poca investigación científica sobre este tema. En todo caso, lo decisivo es que no somos conscientes ni responsables de lo que soñamos, da igual si bueno o malo. Son actos del hombre, no actos humanos, como antes se decía. El ejemplo extremo es el de un sonámbulo que ha robado una joya. Esta situación ha llegado más de una vez a los tribunales. Y generalmente se ha terminado por absolver al sonámbulo, por no ser en rigor responsable de su robo, ni moral ni jurídicamente.
Antes se solía decir que el espíritu tenia tres potencias: memoria, entendimiento y voluntad. Hay sabemos que esto es falso. Mientras dormimos la memoria queda en el lado del cuerpo. La memoria pertenece a la psique, no al espíritu. Así pues, a pesar de la desconexión entre cuerpo y espíritu, los recuerdos de nuestra vida se agitan, se encadenan unos con otros y rebullen por sí solos durante los
sueños, y de manera inconsciente, subconsciente, irreflexiva, o como queramos decirlo. ¿Qué tipo de fuerza o energía provoca los sueños mientras dormimos? Nadie lo sabe. En todo caso está claro que nadie habla propiamente en los sueños. Es sólo la irreal imagen de alguien la que parece pronunciar palabras.
Siempre me sorprendió que en los sueños encontremos frases, discursos, diálogos y conversaciones de acuerdo con la lógica y la gramática. Las personas que aparecen en los sueños hablan, y al despertar recordamos lo que dijeron. Lo esperable sería más bien lo contrario. Si se ha roto la conexión con el espíritu pensante, lo más probable sería el caos y la ausencia total de lógica. Algunos sueños son en efecto caóticos. Pero lo sorprendente es lo antes dicho, que otras veces parezcan respetar la lógica y la gramática.
Freud recomendaba a sus pacientes poner inmediatamente por escrito los sueños en cuanto despertasen, pues se olvidan en pocos minutos. Yo hice durante algún tiempo algo parecido. Al despertarme, repasaba el sueño tratando de encontrar algún fallo lógico en las frases dichas en él. Y encontré esas incoherencias cuando se pasa de una escena a otra. Mientras dura una escena, las frases en el sueño suelen estar de acuerdo con la gramática. Hay discusiones acordes con la lógica y hasta visitas guiadas a museos. Pero de pronto se salta de una escena a otra sin ningún nexo razonable. O al menos ésa es mi experiencia. En el paso de escena a escena es donde encontré los fallos lógicos que buscaba.
Por otra parte, a veces aparecían conversando dos amigos míos que nunca se conocieron en la vida real. O habla una persona que estaba muerta en la época de los hechos soñados. Eso es compatible con que haya corrección formal según la lógica. Sólo falla el correlato material de lo hablado. No hay nada real frente a las palabras. Justo por eso la corrección formal respetada en los sueños se hace tan intrigante.
Así pues, se diría que las frases correctas en lógica y gramática son construidas en los sueños a partir de los materiales que hay en el gran almacén de nuestra memoria. Esos materiales son fragmentos o trozos, a veces muy largos, del lenguaje ordinario que hemos usado cuando estábamos despiertos. En los sueños se conserva la corrección lógica que tenían durante la vigilia. Y el salto lógico sólo se aprecia en el empalme de unos fragmentos con otros.
El espíritu sólo tiene dos potencias, entendimiento y voluntad. Ahora que se ha formalizado la lógica, y sabemos en qué consiste el primer operador lógico, el afirmador-negador, está definitivamente claro que la supuesta tercera potencia, la memoria, no pertenece al espíritu, sino al cuerpo, y más concretamente a la psique. No hay que sorprenderse. Hasta los ascensores tienen memoria. Y no digamos los elefantes.
En la Biblia se dice que muchos patriarcas oyeron la voz de Dios en sueños. Ese modo de hablar refleja la candidez e ingenuidad de quienes escribieron esos relatos. Incluso este detalle confirma la autenticidad y historicidad de sus afirmaciones. Pero en sí mismas son un absurdo. Atribuyen a Dios la incoherencia de hablar a quien no escucha y no puede responsabilizarse del mensaje que intenta darle. Sin duda Dios comunicó sus mensajes a estos patriarcas. Pero cuando estaban despiertos, cuando podían entenderlos y comprometerse a cumplirlos. Sólo que al redactor bíblico le pareció más divino que les hablase en sueños. Y quizá a nosotros
nos lo sigue pareciendo, si no paramos mientes en su intrínseco absurdo. En cambio, García Morente, cuyo relato de su experiencia mística me parece superior en introspección incluso al de San Agustín, dejó bien claro que estaba despierto, y muy despierto, cuando ocurrió lo que él denominó El Hecho Extraordinario.
Sin duda nuestra memoria reproduce mecánicamente lo que tenemos más dentro en nuestro corazón, lo que durante la vigilia más nos ha entusiasmado, o preocupado. En el segundo caso se trata de los sueños que calificamos como pesadillas. Y en el primer caso es cuando nos impresionan más. Ya cité mi propia vivencia. Sentimos una fuerte tendencia a concederles máxima importancia. Coinciden con lo más intensamente querido en nuestro corazón. Los vemos como una luz divina en consonancia con nuestros deseos más íntimos y entrañables. Pero en ambas situaciones los sueños están fuera de la realidad. Habitan en el mundo irreal que denominamos con el adjetivo onírico.
Por tanto, lo mejor que podemos hacer con los sueños es olvidarlos inmediatamente, y para siempre. Todo lo contrario de lo que aconsejaba Freud. Y en cambio, hemos de dar la preferencia a la vigilia, al estar despiertos y en posesión de la libertad positiva, la responsabilidad de hacer el bien y el mal ex nihilo. Estar sui compos, como se decía en el Derecho Romano.
Este es el don supremo con que Dios nos ha elevado a su imagen y semejanza. Ser dueños de nuestro destino eterno, para bien y para mal; ser autores de nuestra propia esencia mediante nuestras decisiones conscientes y libres. Construir la peculiar e irrepetible historia de cada persona humana. Es el don más excelso y elevado que podemos pensar. Degradamos este don supremo cuando se nos escapa la diferencia entre estar despiertos, conscientes y libres, o estar dormidos, inconscientes y con la libertad positiva bloqueada. En la vigilia es cuando nuestro espíritu se parece más a Dios, que nunca duerme.