En Pensar España. En torno al pensamiento español del siglo XX, el profesor Juan Pablo Fusi nos ofrece una obra oportuna, mayúscula y de obligada lectura en la que pone en valor la trayectoria de nuestro país, aunque limitándola cronológicamente a la pasada centuria y a los primeros años de la actual. Para ordenar un contenido tan amplio y complejo, emplea una serie de momentos (políticos) estelares, sobresaliendo la crisis del 98, la II República, la Guerra Civil, el franquismo y el restablecimiento de la democracia iniciado a partir de 1978.
Sin caer en patrioterismos, Fusi establece comparaciones de relevancia con las que refleja los progresos evidentes experimentados por nuestro país. En efecto, si echamos la vista atrás, observamos que el escenario de melancolía propio de los primeros años del siglo XX, contrasta notablemente con el panorama que podía apreciarse en 2009. En esta última fecha, España se hallaba entre las 10 primeras economías del mundo, contaba con representantes de su clase política (por ejemplo, Javier Solana) al frente de organizaciones supranacionales, sin olvidar el éxito internacional de su tejido empresarial (Telefónica, BBVA…).
De esta evolución, el profesor Fusi extrae una lección fundamental: la obligatoriedad de borrar de una vez por todas la consideración de nuestra historia como la de un fracaso. En efecto, incluso en los peores momentos de España como nación, historiadores (Raymond Carr) o literatos (Gerald Brenan) la convirtieron en materia prima de sus investigaciones. Esta afirmación resulta compatible con asumir que el siglo XX dejó tristes legados: la dictadura de Miguel Primo de Rivera (definida como paternalista, tecnocrática e incluso regeneracionista), la Guerra Civil y el franquismo.
Por su extensión en el tiempo, el autor se detiene en el periodo 1939-1975, abordando algunas situaciones de trascendencia. En primer lugar, la cultura sufrió un duro revés con la llegada de la dictadura franquista y la depuración que se produjo en muchas profesiones: “El clima de la Guerra Civil se prolongó en la posguerra en un arte militante y conmemorativo: retratos y estatuas de Franco, iconografía de la guerra, monumentos a los caídos y héroes de la contienda; en una bibliografía beligerante de exaltación de los vencedores y una literatura ideologizada” (p.94). Dicho con otras palabras, la propaganda suplió a la cultura, aunque solo por unos años, ya que a partir de los cincuenta, la literatura, la filosofía, la pintura o la música experimentaron un auge asociado a referentes como Julián Marías, a quien dedica un capítulo completo de la obra que tenemos entre manos.
En segundo lugar, la consideración de España como un país “paria” en la comunidad internacional debido a su cercanía con las potencias del eje, es decir, las naciones derrotadas en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el propio escenario derivado de la “Guerra Fría” permitió que la dictadura se “blanqueara”, primero a través del acercamiento a Estados Unidos y, poco después, con la incorporación a la ONU. Este viraje lo analiza el autor con espíritu crítico y realista: “La España de Franco fue ya una nación reconocida por la comunidad internacional. Nunca tuvo, con todo, legitimidad democrática. En febrero de 1956 se produjeron graves protestas contra el régimen, protagonizadas por estudiantes de la universidad de Madrid” (p.29).
Como puede deducirse, el autor va distinguiendo dos planos. Por un lado, el político, caracterizado por el inmovilismo del régimen. Por otra parte, el social y cultural, cada vez más autónomo y claramente contestatario. En el medio de ambos, encontramos el económico donde la gran transformación experimentada a partir de la década de los sesenta no estuvo exenta de costes en forma de éxodo rural o hacinamiento en las grandes urbes industriales como Barcelona y Bilbao.
En consecuencia, las contradicciones entre el régimen franquista y una sociedad cada vez más europeizada difícilmente podían ocultarse. La Transición corroboró esa evolución experimentada en los años previos, identificando el profesor Fusi a Juan Carlos I y a Adolfo Suárez como los principales motores del cambio iniciado a partir de 1975: “La Transición supuso nada menos que la refundación de España como nación. La Transición -repito: difícil, azarosa, imprevisible, jalonada de graves y múltiples problemas- fue un gran momento de la historia de española” (p.165 y 166). De una manera más particular, la incorporación a la OTAN y a la CEE-UE mostró la vocación internacional de España que “era al tiempo un país europeo, con el Mediterráneo y el mundo hispánico de América como sus áreas espaciales y culturales naturales” (p. 201).
Desde la perspectiva de la cultura, recuperar la libertad hizo de catalizador e impulsó obras en numerosas disciplinas las cuales abordaron el pasado inmediato más conflictivo y la nueva realidad social. Tal fenómeno también se advirtió a nivel de las comunidades autónomas. Además, se produjo la recuperación de algunas figuras, como Miguel de Unamuno, proscritas durante la dictadura, pese a que había mantenido una posición muy crítica hacia la II República de la cual se distanció por el dogmatismo y socialismo en el que incurrieron sus principales representantes.
En la parte final de la obra, el autor, lejos de idolatrar los logros asociados a estas últimas décadas, disecciona con rigor los obstáculos que han amenazado el carácter modélico de nuestra Transición y de nuestra democracia. Al respecto, algunos gozaban ya de largo recorrido, como los nacionalismos periféricos vasco y catalán, mientras que otros eran relativamente novedosos. De entre estos últimos sobresalió el terrorismo de ETA, cuyos orígenes nos acerca haciendo una precisión de calado: su recurso a la violencia resultó deliberado ya que “desde 1975 fue ya evidente que el terrorismo de ETA no fue ni una respuesta a las circunstancias políticas españolas ni la consecuencia última de un conflicto nacional no resuelto” (p.235).