El escritor y periodista Wenceslao Fernández Flórez (La Coruña, 1885-Madrid, 1964) es autor de un buen número de novelas como El secreto de Barba Azul, Las siete columnas, El hombre que se quiso matar, El malvado Carabel, El bosque animado y Volvoreta, entre otras, así como de varios y sobre todo de un sinfín de crónicas en su labor como cronista parlamentario del periódico ABC, recogidas en Acotaciones de un oyente. Además de en ABC, Fernández Flórez, una vez instalado en Madrid a partir de 1913, en otras cabeceras como El Imparcial, El Liberal y La Tribuna, sin abandonar la relación con algunos medios de su Galicia natal, donde empezó a trabajar muy joven.
En buena parte de sus novelas, Fernández Flórez derrocha una vena satírica y humorística que las convierte en hilarantes. No en vano, tituló su discurso de ingreso en la Real Academia “El humor en la literatura española”, donde, tras preguntarse qué es el humor y comprobar las infinitas definiciones y estudios que hay sobre él, señala, entre otras cosas: “A mi juicio, podrían desentrañarse más fácilmente las características del humor si le enmarcamos en esta definición un poco amplia, pero cuyas líneas iremos ciñendo después en un análisis más detenido: el humor es, sencillamente, una posición ante la vida”.
Pero, claro, existen momentos, situaciones... en los que resulta muy complicado mantener esa postura. Uno de esos momentos es, sin duda, la Guerra Civil española –mejor “incivil” como la llamó Unamuno-, una sangrienta contienda fratricida, que sembró la destrucción en nuestro país. Fernández Flórez fue uno de tantos españoles que vivió esa trágica y aciaga etapa de nuestra historia. Y decidió reflejar su experiencia, en Una isla en el mar rojo, que ahora, gracias a la feliz iniciativa de Ediciones 98, se recupera para ponerla al alcance de los lectores de hoy que no deseen ver solo una visión de aquella época. El volumen se enriquece con epílogos de los herederos de Fernández Flórez y de Miguel Pardeza, quien realiza brillantes y acertadas apreciaciones sobre la obra.
Al comienzo, escribe su autor: “No sé clasificar este libro. ¿Novela? Es más bien hijo de mi memoria que de mi fantasía. No son ensueños los que traje al papel, sino un ancho brazado de recuerdos atroces que segué ampliamente en mi alma, para lección de los que no saben, y también con la esperanza absurda de que no retoñen en ella. ¿Historia? Pero hay un hilo irreal con que van unidos los sucesos, y una armadura artificiosa para soportarlos; una fábula, en fin, que, ciertamente, no fatigó demasiado la imaginación. En todo caso, puedo afirmar que al escribir estas páginas inventé hombres y trances, pero no dolores”.
Quizá no importe mucho su etiquetado. En su última frase, está la clave de la novela: el dolor que impregna sus páginas, el dolor de su protagonista, Ricardo, que, en primera persona, relata cómo era el Madrid revolucionario, y, de alguna manera, se convierte en símbolo de quienes no aceptaban una realidad marcada por los fusilamientos, las sacas... Una isla en el mar rojo cuenta, en realidad, la propia experiencia de Fernández Flórez en esa capital de España, donde fue perseguido por ser cronista de ABC y escapó por los pelos de los milicianos, que lo buscaban para matarlo, ocultándose en diversos lugares, incluyendo dos embajadas, primero la argentina y después la holandesa.
Wenceslao Fernández Flórez nos ofrece un gran fresco del Madrid revolucionario, un imprescindible testimonio de la memoria histórica. Pero de una memoria histórica que ha de abarcar los dos lados, sin ser, como se propugna, interesadamente sesgada. En breve, también en Ediciones 98 aparecerá El terror rojo, autobiografía inédita de Wenceslao Fernández Flórez.