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TRIBUNA

Mujeres con alma española/ iberoamericana

José María Méndez
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axiologiatelefonicanet/9/9/20
viernes 25 de marzo de 2022, 21:00h

Con este título, y el subtítulo “Vidas ejemplares con coraje”, se ha publicado un interesante libro de varios autores, dirigido por Cristina Hermida del Llano y editado por Dykinson S.L. Se ha puesto por escrito una primera serie de conferencias que fueron dictadas precedentemente en reuniones habidas en el Club Alma de Madrid y en el café Gijón. Una iniciativa también de Cristina Hermida.

El primer trabajo de este libro está dedicado, como no podía ser de otra manera, a la egregia figura de Isabel I de Castilla. Es con mucho la figura femenina más ilustre en la Historia de España y una de las primeras en la Historia Universal.

Sus excepcionales cualidades y virtudes humanas han quedado bien demostradas en el proceso para su canonización, que sólo está bloqueado por la controvertida expulsión de los judíos. No sólo fue una inteligente y eficaz Reina. Sobre todo fue una gran persona.

Rafael Martín Rivera, autor de esta semblanza, pone de relieve dos detalles bien reveladores. A los 16 años le es ofrecida la corona por la mayoría de los nobles castellanos a la muerte de su hermano Alfonso. Isabel rechazó la insistente y tentadora oferta y reconoció la precedencia de su hermanastro, que reinaría como Enrique IV. En cambio, cuando éste muere, no esperó la llegada de su marido Don Fernando de Aragón, sino que inmediatamente se hizo reconocer como reina en la Iglesia de San Miguel en Segovia. Llevó ante sí una espada desnuda, símbolo de la señoría mayor de Castilla. Al enterarse de ello en Calatayud, el futuro Rey Católico comentó admirado: “nunca supe de Reina que hubiese usurpado este varonil atributo”. Tenía 23 años. Su gran carácter queda bien al descubierto en ambas rápidas y valientes decisiones.

Junto a ella encontramos a Beatriz Galindo, la Latina. Solemos pensar que fue una excepción. Pero Manuel Rodríguez Puerto se encarga de aclararnos que, mientras vivió la Reina Católica, hubo en Castilla una sorprendente floración de intelectualidad femenina. Era muy culta y su biblioteca personal llegaba a 400 libros, algo enorme para la época. Más bien, lo excepcional fue Castilla respecto al resto de Europa. Solemos estimar a Luis Vives como una mente abierta y progresista. Pero las citas que aporta el autor de este artículo dejan bien claro que, si hubiera venido desde Flandes a Castilla en aquella época, se habría llevado las manos a la cabeza. Tanto en Alcalá como en Salamanca había cátedras regentadas por mujeres y eran multitud los libros impresos con firma femenina. Beatriz Galindo sólo fue una excepción por su mayor proximidad con la Reina.

Sin duda esta eclosión de presencia femenina en la cultura se atenuó al morir la gran Isabel de Castilla. Pero no tanto, pues en los tiempos de Felipe II vemos brillar otra estrella de primera magnitud, Santa Teresa de Avila. En los años 30 del siglo pasado, antes de la invasión de los automóviles, García Lorca creyó percibir el lejano aroma de la santa. Nadie debe hablar ni pisar fuerte para no ahuyentar el espíritu de la sublime Teresa... Todos deben sentirse débiles en esta ciudad de formidable fuerza.

Incluso hoy día, después de tal invasión, todavía es posible captar entre las murallas de Avila un hálito de ese espíritu teresiano.

María Aránzazu Novales, autora del artículo, se extiende en Las Moradas y busca en ellas luz para dirimir el contrate entre lo jurídico del contrato matrimonial y el poético amor entre hombre y mujer. Quizá la distinción entre valores éticos y estéticos fuera un bisturí más adecuado para tan delicada operación.

Isabel de Castilla, Beatriz Galindo y Teresa de Avila no lucharon por la causa feminista. Sin duda eran conscientes de las injusticias y absurdas barreras a que estaban sometidas las mujeres. Pero no trataron de reformar la sociedad. Simplemente desarrollaron, o sacaron a la luz, el enorme potencial de sus excepcionales cualidades humanas. En realidad sólo en el siglo XIX se inicia el potente movimiento social y cultural -en España como en el resto de Occidente- para que a la mujer estén abiertas las mismas opciones jurídicas, académicas, profesionales, etc. de las que disfrutaban en exclusiva los hombres.

En nuestro país hay una pionera indiscutible del feminismo, Concepción Arenal. A ella se dedica la interesante colaboración firmada por Delia Manzanero. Las obras completas de Concepción Arenal comprenden 23 volúmenes. Su actividad promotora de iniciativas sociales fue ingente y muy variada, desde la asistencia a los presos en las cárceles, abolición de la pena de muerte, sanidad universal y gratuita, y hasta la abolición del trabajo infantil y la educación de niños abandonados.

Y todo ello en contra de los arraigados prejuicios de entonces, que ahora nos parecen inconcebibles. Dos anécdotas lo dicen todo. Para aprender Derecho en la Universidad Central de Madrid tuvo que cortarse el pelo y vestirse de hombre. Para optar a un premio de la Academia de Ciencias Morales y Políticas tuvo que utilizar el nombre de su hijo Fernando de 10 años. En ambos casos la anómala situación fue descubierta, y más o menos corregida. Le dieron el premio a pesar de todo, y la dejaron asistir a clase vestida de mujer aunque acompañada de un bedel.

Hoy día, tanto en El Ferrol donde nació como en Vigo donde murió sendos monumentos nos recuerdan su figura y su ejemplo. Consignemos también estas lapidarias palabras suyas: Lo primero que necesita la mujer es afirmar su personalidad independientemente de su estado. Sea soltera, casada o viuda, tiene derechos que reclamar, y posee una dignidad que no depende de nadie (“La
educación de la mujer”, 1882).

El segundo puesto corresponde sin duda a Clara Campoamor. Su vida y aportaciones a la causa feminista son descritas por María Nogueroles. Concepción Arenal consiguió asistir como oyente a las clases de Derecho. Clara Campoamor pudo licenciarse en 1924 y abrir un bufete como abogada. Su gran éxito fue, por supuesto, lograr el 1 de octubre de 1931 que las mujeres pudieran votar en las
elecciones políticas.

Militó en el Partido Radical de Lerroux. El PSOE estaba entonces en contra del voto femenino. Incluso Victoria Kent se oponía. Pensaba que dar entonces el voto a las mujeres era terminar con la República. En cierto modo eso es lo que ocurrió en las elecciones de 1933. Las mujeres votaron por primera vez en España. Ganó la CEDA de Gil Robles, y tanto Campoamor como Kent perdieron su escaño. Pero obviamente lo importante era y es la cuestión teórica. Clara Campoamor consiguió un avance substancial en la legislación española, para adaptarla al valor ético que en mi Tabla
figura con la etiqueta “Igualdad”. Como personas, hombres y mujeres son iguales.

Otra cosa es que el feminismo exagerado olvide que el Respeto a la Naturaleza en el valor ético más bajo y fuerte, que condiciona el valor más alto de la igualdad como personas. La verdadera “ecología” debiera respetar las diferencias corporales entre hombres y mujeres, pues son parte de la Naturaleza.

En el libro se glosan también los interesantes casos de la ilustre escritora.

Emilia Pardo Bazán, a la que se le negó un puesto en la Real Academia de la Lengua sólo por ser mujer, pues todos reconocían su valía literaria, María Zambrano discípula predilecta de Ortega y Gasset, Luz Casanova, que llevó a cabo una ingente labor social, Elvira Moragas que en 1899 se matriculó en la Facultad de Farmacia y era la única alumna entre 80 estudiantes varones, y hasta la madre de Eugenia de Montijo, Manuela Kirpatrick, eclipsada injustamente por su hija, que llegó a ser Emperatriz de los Franceses. El lector encontrará en este libro una amena introducción a la vida y
obra de estas destacadas mujeres.

El libro se cierra con el trabajo de la coordinadora del mismo, Cristina Hermida. Se ocupa de la figura de Dolores Franco, la discreta esposa de Julián Marías. Trascribo el siguiente párrafo del artículo de Hermida, referido al paso de “Lolita” por la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid. Las palabras son del propio Marías: “Lolita hizo un examen tan extraordinario que Gaos habló con Morente y
éste con Ortega. La llamaron a capítulo y le dijeron que tenía que estudiar Filosofía.

Contestó que pensaba graduarse en Filología española. Insistieron de tal manera que capituló....Al final se licenció en Filología española, por no retrasar la graduación. Fue un acierto, pues un mes después estallaba la Guerra Civil” (Julián Marías, “Una vida presente. Memorias”, Madrid 2008, Pag. 105).

Cristina Hermida culmina con este libro una previa y meritoria actividad como Presidenta de la Asociación de Hispanismo Filosófico. Promete que este libro será seguido de otros textos, recogiendo nuevas conferencias también dictadas oralmente, pero aún no impresas. Esperemos que así sea.

José María Méndez

Presidente de la Asociación Estudios de Axiología

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