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LA BÁMBOLA

Godard: la vida por una caja de sorpresas

Diego Medrano
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diegomedranotelefonicanet /12/12/23
martes 13 de septiembre de 2022, 20:02h

Muere el cineasta Jean-Luc Godard (91 años) entre sus calles rápidas de pasos envenenados, dioptrías y acidez crítica, bufandas a cuadros, cigarrillos y chicharras de calada honda, melena de calvo, poesía fría y vida mojada. Todas sus películas (Al final de la escapada, Pierrot el loco, Vivir su vida, La chinoise…) son poemas donde otro sueño es real. León de Oro en Venecia, Oso de Oro en Berlín, Oscar honorífico, 131 títulos como director, 76 nominaciones a premios y 51 galardones. Gigante.

Solo quiso ser una caja de sorpresas. Así Al final de la escapada (1951) le otorga fama mundial, es una patada fuerte en el culo de todos los académicos, propone otra gramática del cine con fallos deliberados, impone el montaje a saltos como mecanismo estilístico y suplanta el diálogo convencional con monólogos directos a cámara (nada se rodó igual ni antes ni después). Su lucha fue lírica por desechar la sintaxis fílmica tradicional y, a partir de una breve sinopsis de Truffaut, consigue un pequeño film en blanco y negro, un vago guion de cine policíaco, donde todos quedamos seducidos por el asesino lírico orlado de silencios, amante entre pitillos y pistolas.

De Gaulle estaba en el poder, todo era un rollo, y Godard se propone no hacer películas sino collages. Otros sonidos, colores, rugidos, miradas, digresiones, citas y amplia heterodoxia. Su robo era de guante blanco: metía música de Beethoven, mangaba frases a Faulkner, Cèline o Sófocles, reproducía un marxismo casi de chiste, mucha proclama de Lenin como un anuncio de Cocacola y al final, con eso de que Aragon y Moravia proclamaban por entonces la “obra a retazos”, lo justificada y pegaba todo al natural. Sus películas fueron juegos donde lo fugitivo permanece y dura. La confusión debe ser incoherencia y el deseo sin ambas no vale nada. ¡Libre y salvaje, como chorro de esperma o vino, todo el discurso narrativo!

Siempre dijo que le gustaba entrar en el cine cuando la película ya había empezado e irse cuando le daba la gana. La obra de arte debe ser completada por el espectador. A la manera de un “clochard” o “flaneur” parisino solo le interesa el tránsito, si nos fijamos, mundo que va y viene, explosivas vibraciones inesperadas, encuentros y desencuentros, hallazgos y fugas, un cuadro de emociones a la manera impresionista, un vagar y divagar y deslizarse por la vida sin mapa. Dijeron de él: “Es abstruso como político, un intruso como sociólogo y simplemente molesto como militante”. Maravilloso. Merece la pena ser un hijo del desorden, de la desobediencia y de esa locura donde el instinto abre todas las puertas, sin corsé heredado ni planes o corolarios previstos.

Sus grandes mujeres (Jean Seberg, Anna Karina, Brigitte Bardot) nos fusilan todavía con su mirada negra desde films que hablan de nosotros. “Cada película de Godard es un documental sobre zonas de la realidad que día a día vivimos”, dijo Gimferrer. Quedan los colores pastel de sus escaparates, sus apartamentos tan rojos y baratos, las claridades jabonosas y lácteas de sus estaciones y, sí, ese color destellante y pastoso, calidad de cromado de juguetería, donde la obra es tan antigua como moderna frente a los ojos afiebrados. Realmente, la “nouvelle vague” se la inventan, por delante y desde la juventud, Truffaut, por detrás y desde la calma, Rohmer. Todos hablan de lo mismo: las incapacidades aterradoras, las esperanzas nacientes, los encuentros fortuitos, la vida al raso e inmediata.

Truffaut explora el doble como lo haría Dostoievsky en Los cuatrocientos golpes, Rohmer revisa la inmoralidad del XVIII como guiño para hablar de ahora mismo, Chabrol no separa el ojo de la burguesía cínica e ingenua, Vadim es pasión femenina, Godard solo quiere sorpresa y vanguardia. Qué pocos han entendido el arte como un calambrazo, un susto, un golpe, algo que nos sacude y ya no somos los mismos tras su ingesta. ¿Cine literario? Por supuesto, la palabra jamás es inocente pero los silencios están repletos de minas. El montaje –como la mirada en literatura- puede ser otra dirección. Una realidad sin filtros, una manera de rodar que es sobar lo que pasa, la fusión e ignición máximas entre relato y realidad. En definitiva, una forma de vida, donde el espectador es personaje, y donde el cine es pintura, y donde la pintura es una página de libro.

¿Por qué menospreciar la improvisación? La Berlinale lo aplaudió hasta romperse las manos en los inicios del camino. Picasso fue otro que pintaba sin pintar, ajeno a preparativos previos, un movimiento eterno y no ya tan solo un guion bien sujeto por los clavos en la pared. Godard es sociedad de masas, sociedad publicitaria, cualquier calle nuestra hoy día, y ya en Alphaville, por ejemplo, donde revisa y homenajea a Fritz Lang, se propone los mecanismos coercitivos que controlan la mente en una misma ciudad por parte de un pirado. ¿Fue un cineasta politizado? También hay mucha mofa en su maoísmo/marxismo de barrio rico y estudiantes. La sorpresa siempre es un trocito de otra cosa. El instante es otra eternidad. Godard cose sus trocitos y, desde el collage experimental o narrativa fragmentada, nos llevó al delirio hasta en sus últimos años. Adiós al lenguaje (2014): un hombre, una mujer y un perro, filmados en 3-D, como todo lujo. “Mis películas no son un espectáculo sino una lucha”: esa que lleva a no separarse de la calle.

Diego Medrano

Escritor

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