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LA BÁMBOLA

Carlos Boyero: las putas, las borracheras y el odio

Diego Medrano
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diegomedranotelefonicanet /12/12/23
martes 27 de septiembre de 2022, 19:34h

Uno se asoma al vertedero con sonrisa de domingo y raya recién peinada. El último masaje lleva por título El Crítico, dirigido por Juan Zavala y Javier Morales, estrenado en la plataforma digital TCM y en salas como la de San Sebastián. Ni con una garrafa de whisky es capaz de pasar la bola indigesta. Todo vale, la película y las entrevistas, donde la belleza parece emanar de una adicción a los burdeles, al alcohol y las drogas durante épocas, a lo mal que se portaron los curas en Salamanca y una dicción lenta, algo mojada, donde no pueden faltar sus “hits”: “mogollón”, “movidas”, “hostia”, “de puta madre”. La cara de plátano asustado en la portada del bicho. Y algún paseo por Madrid donde, con chaqueta gorda y en una esquina, le darían fijo una moneda pequeña.

Se glosan los cuarenta años que lleva en el oficio, se ahonda en su broncas con Almodóvar y su cine (Gimferrer decía que ganaba sin sonido), pero no se bañan en estercoleros mucho peores, todo el daño que le hizo a José Luis Garci con aquello de “ternura de garrafón”, reconociendo el agredido el completo veto de ese medio de comunicación (“gubernamental” diría lord Anson) durante siglos: El País. Una crítica, sí, durante cuarenta años, que siempre fue la misma, en primera persona, facilona, predecesora del “me gusta” y “no me gusta”, esquelética de referencias, huérfana de contenidos, apenas una broma, ajena a una mínima intelectualidad de solapas o libro de citas, casi una postal, mientras los palmeros siguen pintando al tipo de “rockstar” y de “loser” y de no sé cuántos “rollos” (diría él) porque lo poco que sabemos es que casi hizo cine con Trueba y Resines, aséptico y depresivo, mientras ninguna droga universal le iluminaba por dentro.

Sigue el dramón, el canto del cisne, la vomitona negra, con los problemas sanitarios, el dique seco, la abstinencia forzada, y un montón de mordidas de “vita pericolosa” que no sé a quién importan. Salimos a la calle, preguntamos a cualquiera subido a un patinete quién es Boyero, nadie lo sabe. Sigue el enjambre (película +entrevistas) con un canto de amor loco a Carlos Francino por acogerlo en la SER, ya que el protagonista quiere dejar de escribir, el negocio impreso se acaba y todo son besos muy largos y con lengua para la nueva beneficencia. (Un breve: este fin de semana en Sevilla, ciudad de casi setecientos mil habitantes, el único quiosco de la calle Sierpes, pleno centro, no llegaba a la docena de cabeceras nacionales). Sigue y sigue Carlos Boyero señalando lo “jodido” del oficio y lo “leal” que se ha mantenido él siempre a los amigos: creíamos que iba a decir a sí mismo, a su criterio, pero la respuesta dada a Andreu Buenafuente es más patética todavía. Y por medio, se ríe de Godard, o tantas otras estupideces por parte de quien jamás ha publicado un libro, o ese libro era un mero recopilatorio de “chats” que hicieron otros. ¿Un intelectual? Es que dan ganas de reír un mes entero. Otro bluf de los medios, pura España, negra, pobre y analfabeta hasta el hueso.

Siguen las entrevistas –YouTube mediante- donde cuenta las borracheras y las llamadas con Adriano Celentano detrás, a las cuatro y pico de la madrugada. Llega un prurito de orgullo, casi una erección, cuando explica que siempre fueron las empresas a buscarlo a él, que él siempre tuvo público allá donde levantó la pluma, que él nunca buscó a nadie y que hoy, ahora, viejo y cansando, ansía una buena residencia de ancianos con una buena ventana alta desde la que tirarse. En fin, el gag es patético, ni siquiera hombría o dureza bohemia a la hora del crepúsculo. Los críticos –dijo Eduardo Arroyo- desaparecieron con el franquismo: era un señor dedicado a un folio semanal y, con ese folio, vendía una exposición entera de pintura o muchas ediciones de un libro. ¿Desde cuándo no ocurre eso? Lo crucial, también sucinto, en un crítico es siempre el canon. No ese barullo, absoluto régimen de vientos, manías personales y mentales, por lo que hoy vale, mañana no, pasado sí, y al final de la semana ni de puta coña. Todas esas menstruaciones deberían ser lavadas en algún psiquiatra barato. Lo fundamental de un crítico es un argumentario, explícito en una tradición concreta de la que se viene y una vanguardia asimilada, aunque sea a hostias, dentro de la anterior. No decir con voz pajillera que tus películas son El apartamento y El buscavidas, sin más datos, telegrama y email.

Sale en el engendro, según me cuentan, Boyero con la cabeza rapada al que llaman “punk” y el cursi y redicho y gomoso con atisbos chulescos (corbatilla, camisa hortera, raya muy cuidada de los curas). Vuelve la España de los muñecos, de los ídolos de humo, a los que solo el mago Cebrián podría explicarnos el porqué del taburete y el micrófono. Hablan de odio, destilado en otros tantos sucedáneos, e incluso blancos del mismo, como Iciar Bollaín o Álex de la Iglesia. De verdad, cuesta mucho pasar bola, ni aun echando el whisky en el orinal, donde bebemos a morro. La redacción de Boyero, por antena, ya no escrita, no supera EGB. Claro, oye, es que se trata de un diario hablado generalista. Lo que quieras, chacho, pero el crítico auténtico hace subir a los lectores, a los oyentes, a los fans. Ni información, ni formación, ni siquiera una mínima seducción. Putas malas, bebida mala, odio barato. “Infumable”, diría uno de ese mismo parvulario.

Diego Medrano

Escritor

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