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LA BÁMBOLA

Nicolás Redondo a pie de obra, sin peluca ni coleta

Diego Medrano
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diegomedranotelefonicanet /12/12/23
jueves 05 de enero de 2023, 19:49h

Murió, a los 95 años, el obrero metalúrgico de la sonrisa buena, silente y decente. La risa nerviosa y la voz que acelera en las curvas y va despacio en llano. Una vida moral, para los demás, sin el menor enriquecimiento. El jersey liso y la camisa bien planchada, la chaqueta de punto abrochada solo con el último botón bajo las pancartas. Ningún país comunista tolera el derecho a huelga –a ver si se entera Jodemos- y los más listos (Fidel Castro) exigen un día de currele gratis para el partido. La huelga –lo supo Nicolás- es siempre la mano del pulso y el dedo en el gatillo. Sin titubeos.

Marcelino Camacho y Redondo constituyeron la cabeza bífida de todo el sindicalismo moderno, las mejores condiciones por abajo, desde las vacaciones mínimas a las pagas extra. Pronto entraron en liza: Camacho empezó a olvidarse de algunas notas en público para ser abochornado en directo por Redondo, así llegó el pacto de unidad que jamás los separaría. Felipe tuvo claro que no podía absorber a CCOO pero sí lo veía factible con UGT: un Redondo áspero evitó la cicuta y el trago. Hubiese sido la muerte del sindicato. Felipe González sabía todas las letras del abecedario: ofreció incluso la máxima, que dirigiese Redondo el partido pero no era negociable. Su UGT de 1976 a 1994, años en los fue secretario general, estaban a la izquierda del PSOE mismo y todos lo sabían, lo que no quitan sus cuatro años como diputado socialista. El portazo en 1987: una bronca con Solchaga por culpa de las pensiones fue su despedida y peineta pública (sin levantar el dedito). Redondo ya veía lo que venía: la España del pelotazo, la izquierda caviar, la pasta gansa bajo la alfombra, la farsa, el teatrillo y los puros grandes.

Fue un racionalista vasco que todo lo redujo a la mínima expresión y no firmaba lo que no entendía. Ahí justo, cuando rompe con Felipe, llega Marcelino, y es la época dorada del sindicalismo español, la verdadera trinchera de la izquierda, según muchos, Almudena Grandes la primera. El cuento de querer comerse a UGT dentro del PSOE con patatas a las finas hierbas siguió hasta el final. Imaginamos todas las promesas del andalú universá (“Muhé, calla ya, muhé”) para lograr su meta. Redondo, siempre tan rapadito, ni se despeinaba. Los chicos de la pana y el vino negro por las tabernas comenzaron a verter inmundicias, vómitos y toda clase de gases intestinales: Redondo estaba con la derecha/derechona. Querer verlo como secretario general era la trampa del siglo, pero su renuncia precipita el pacto de esos mismos andaluces (González, Guerra) con los vascos (Rubial, López Albizua). Redondo apoya a Felipe, para seguir bailando todos alrededor muy felices.

Fue listo con pocos libros, mucho olfato y un ancla que cualquier monzón imprevisto no arrancó jamás del suelo ni del camino. En el 74, sí, el socialismo supera al PCE hasta convertirse en único dentro de la izquierda solo gracias a él. González dejó de ser Isidoro y Redondo renunciaba al trono para no moverse jamás del lugar sagrado: UGT. Si lo pensamos racionalmente un sindicato no tiene o tendría nada que ver con un partido. La lucha obrera se arranca al patrón, y éste puede ser tanto de izquierdas como de derechas, tanto subvencionado como con dinero propio y suyo. La corrupción del final de Felipe fue ya todo lo que sabemos: el final del propio partido para constituir casi una empresa. Todo muy divertido: los ministros, uno a uno, entrando en la cárcel y el director de la Guardia Civil, qué grande, en calzoncillos y orgías por las revistonas calientes.

Redondo no se apartó de la chaqueta de punto ni Camacho del cisne tejido por Josefina mientras cantaba con los dedos. Vista larga, luces largas, lengua corta. Negoció con su baraja gastada de siempre y salió lo que él quiso. Las huelgas, cuentan, eran el terror mismo de Felipe, tanto las de media jornada como las generales. Redondo las vivía como una fiesta demócrata: a pie de obra, a pie de calle. La mejora del empleo no era cosa de bajar el tono sino todo lo contrario, hablar claro sin subir la voz: así se firman los Pactos de la Moncloa (1977), el Acuerdo Nacional de Empleo (1981) y el Acuerdo Económico y Social (1984). Fue un poeta de la servilleta y las cuatro líneas que perfilan todas las abscisas y coordenadas, todas las borrascas y anticiclones. El poder le importaba un pijo y nunca creyó en la perversión asamblearia (base de Jodemos) que es otra mafia (matemática) donde el rebaño es engañado con un poco de pan y chocolate por parte del pastor (burlanga) ocasional.

Ni chalés ni coletas. Ni pelucas ni disfraces. Ni libros que escribe otro con el agradecimiento en la segunda página (blasón de Jodemos). Nicolás Redondo fue un tío excepcional dedicado a lo suyo que era el bien común, las manos muy limpias y a veces guantes, sí, para que ni la carne se filtrase entre las uñas durante los tratos. Todo entra por los ojos, por eso él miraba al suelo. España salió del hoyo: las empresas se modernizaron, el obrero salió de pobre, consiguió vacaciones, un vehículo, y hasta segunda vivienda. El cuento fue que ya en Altos Hornos sentía las ideas de todos y de nadie al mismo tiempo, desconfiando con el tiempo de los monopolios de las mismas y de la tarima, el flash y el micrófono, que nada tienen que hacer con quien llega al hogar y puede dormir a pierna suelta e incluso mirarse al espejo a la mañana siguiente sin espasmos. Mentir debilita. La traición es el envés mismo de una voluntad firme. Redondo tenía las lentejas pagadas y no repetía. Por si acaso.

Diego Medrano

Escritor

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