La noticia me llegó cuando me encontraba preparando un texto distinto para su publicación en El Imparcial esta semana. Tras una larga lucha, el cineasta Eugenio Martín nos había dejado a los 97 años. Una vida larga y plena, surcada de títulos memorables. Hace un tiempo pude conocerle, mostrarle mi respeto y admiración. Su mujer, la actriz Lone Fleming, hizo de intermediaria. Tuve la suerte de poder llevarme algunos libros de la biblioteca de ambos, que me cedieron. A Lone le tengo un especial cariño, se ha portado siempre conmigo de una forma generosa y me ha dado garrafas de cariño. Ella es así: buena, positiva y luchadora. Imagino lo que habrán supuesto para ella estos últimos tiempos al lado de Eugenio, bregando con su dura enfermedad.
El caso de Eugenio es uno de tantos a los que la historia o el paso del tiempo ha tratado de forma injusta. Uno de los últimos reconocimientos, sin embargo, tuvo lugar el pasado septiembre en la Sociedad General de Autores, con la exposición Sus terrores favoritos comisariada por Maribel Sausor. En ella se homenajeaba el cine fantástico de terror español —o, como popularmente se conoce, “Fantaterror”—, exponiéndose objetos de algunas de las películas más emblemáticas de este ámbito fílmico tan particular. Entre ellos, la silla de director de Eugenio y el embalaje de la terrorífica criatura de su memorable film Pánico en el Transiberiano (1972).
Nos encontramos ante un cineasta extraordinario, un auténtico camaleón en cuanto a tratamiento de estilos y temáticas. Como decía Darwin, solo los que demuestran mayor capacidad de adaptación al medio sobreviven. Y Martín lo consiguió a lo largo de su vida, siendo capaz de realizar “documental de arte, adaptaciones literarias, drama social, melodrama erótico, comedia costumbrista, sainete musical, aventuras medievales y contemporáneas, thriller psicológico y patológico, terror fantacientífico y parapsicológico, Western (Spaghetti o no)”. Así lo demuestra el monográfico que Anita Haas y Carlos Aguilar —dos buenos amigos, como Lone— realizaron sobre su figura: Eugenio Martín, un autor para todos los géneros (Quatermass, 2016): “¿Se recuerda algún otro director español, pertenezca a la generación que pertenezca, que haya compaginado tantos y tan diversos registros? Probablemente, no”. Es precisamente por ello por lo que Martín se diferencia de otros realizadores de su tiempo y, por ello, su desatención por parte de la historia y cultura contemporáneas es todavía más sangrante.
¿Quién no recuerda la película Las Leandras (1969) —adaptación moderna de la revista musical de Francisco Alonso, protagonizada por Rocío Durcal y con la propia Celia Gámez en uno de los papeles—?; ¿o la primera incursión cinematográfica de Julio Iglesias —curiosamente, en torno a su propia vida— en La vida sigue igual?; o La chica del molino rojo (1973), con Marisol y Mel Ferrer de protagonistas principales? —la última de género musical para Pepa Flores—.
No obstante, de los asuntos tratados por Eugenio Martín en su cine, tal vez sean los que abarcan el misterio y el terror los que más me han llamado siempre la atención. De entre ellos, podemos citar su segundo y poderoso título, Hipnosis (1962), con Jean Sorel a la cabeza del reparto. Una trama en la que destaca, por su gran originalidad, el protagonismo dado a un muñeco de ventrílocuo y su posible capacidad para cobrar vida y vengarse del asesino de su dueño. Una historia original de Gabriel Moreno Burgos que brilla por su excelente tratamiento estético y argumental, capaz de hacer de la necesidad virtud. A pesar de estar coproducida entre España, Alemania e Italia, Eugenio siempre buscó sacar el máximo potencial de los medios con los que contaba. Y es que, muchas veces, partió para sus proyectos más personales de presupuestos injustamente inferiores a los que merecían. Será el caso de Una vela para el diablo (1973), poderoso drama de intriga en el que dos hermanas que regentan una casa de huéspedes en un pueblo español –ni más ni menos que Aurora Bautista y Esperanza Roy– se ven involucradas en una serie de desapariciones de jóvenes extranjeras que se alojan en su establecimiento. En ella participará, por cierto, Lone. La sexualidad latente unida a la crítica de una moral de época conforman un cóctel explosivo extraordinariamente narrado y de gran modernidad para su tiempo. La capacidad de Eugenio para generar suspense y mantener en vilo al público le daría la oportunidad de realizar su título más emblemático, anteriormente citado: Pánico en el Transiberiano. Coproducida con el Reino Unido, la idea surge de Philip Yordan, que buscaba amortizar la maqueta de un tren adquirida para la realización de El desafío de Pancho Villa —realizada a su vez por el propio Martín un año antes—. Gracias a ello, la película contó con los excelentes Peter Cushing, Christopher Lee y Telly Savalas. Además, entre otros méritos, destaca el excelente tratamiento dado a la citada maqueta para las escenas exteriores, haciendo absolutamente verosímil que se trate del ferrocarril en cuyo interior se desarrolla la trama. La caracterización tendrá también un papel fundamental, en concreto el uso de lentillas ensangrentadas para la parte de efectos especiales. También cuenta como curiosidad con la participación de Iván Zulueta en la elaboración de los títulos de crédito. La historia se origina con el hallazgo de un extraño homínido congelado en Manchuria por Alexander Saxton (Christopher Lee), un científico inglés que decide transportarlo en el Transiberiano para su estudio en Londres. Durante el trayecto, el fósil cobrará vida, generando el terror entre los pasajeros. Una de las anécdotas más curiosas de estas coproducciones es que el propio Martín internacionalizó su nombre, pasando a llamarse en los títulos de crédito como “Eugen Martin” o “Eugene Martin”.
Pero Martín no sólo destacó como cineasta, sino como guionista. Junto con Manolo Matji, Isaac Montero o Daniel Sueiro colaborará en el libreto de la exitosa serie histórica Cervantes (Alfonso Ungría, 1981), producida por Televisión Española y protagonizada por Julián Mateos. Además, siguiendo la estela de la recreación del pasado histórico y cultural español —en este caso artístico, no tanto literario— , fue autor de la novela ambientada en el s. XVII Los años secretos de Velázquez y el rey (2018). Una historia de ficción “protagonizada por personajes cuya realidad vital fue ocultada o tergiversada en innumerables libros de Historia”.
La pérdida del cineasta ha llenado de titulares la prensa española en estos días. Como diría mi querido Diego Medrano: “¡Qué bien entierras, España mía!” Esperemos aprovechar este culto a los que ya no están para que al fin se ponga en el lugar que merece el trabajo de este enorme creador.