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LIBROS

Reseña. Pereza, de Asunción Escribano

José Manuel López Marañón
martes 31 de enero de 2023, 19:37h
«Todos los pecados que provienen de la ignorancia pueden reducirse a la pereza».
Reseña. Pereza, de Asunción Escribano
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Para su colección centrada en los Pecados Capitales PPC ha recurrido a investigadores de diferentes disciplinas que, en nueve ensayos rigurosos y creativos en fondo y forma, actualizan los antivalores enunciados hace quince siglos por el papa Gregorio Magno. Cada volumen se ocupa de la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza, la maledicencia y la tristeza, vicios que la Iglesia Católica continúa presentando como tales.

De la pereza se encarga Asunción Escribano. Voz esencial de la poesía española, esta escritora es catedrática de Lengua y Literatura Españolas en la Facultad de Comunicación de la Universidad Pontificia de Salamanca. En su penetrante y entretenidísimo ensayo la también periodista y crítica literaria se sumerge en la pereza desde «la fragilidad de nuestra especie, de nuestra limitación como seres creados a partir de un soplo sobre la materia más fácil de quebrar».

Avisados de cómo «cualquier médico podrá explicarnos que pocos nervios existen en nuestro cuerpo tan responsables y trabajando como el nervio vago», la profesora salmantina descarta como negativas actitudes, en primer lugar, a la pereza emocional derivada de la depresión que paraliza la vida sin ser deseada (esa pereza consecuencia de la tristeza, enfermedad común en nuestro tiempo, debe ser curada con el tratamiento adecuado). Fuera del ámbito de corrección quedará también la necesaria pereza corporal (períodos de descanso obligatorios para vivir o pereza positiva e indispensable).

Es en la pereza buscada voluntariamente como forma de estar en el mundo, sin tener en cuenta la insolidaridad social y que apuesta por vivir de los demás, dedicándose a un deleite excesivo del sueño, a entretenimientos como la televisión, las redes sociales, los videojuegos, o, también, al consumo de drogas (muchas veces los perezosos son así controlados y manipulados por esos mismos poderes fácticos que creen combatir desde su pasotista inacción); en esta apatía y abulia generalizada es desde donde la creadora de Salmos de la lluvia centra el debate.

Para el prologuista Javier Gomá, «la pereza nace manteniéndose estéril y ociosa sin contribuir al sostenimiento de las cargas generales de la comunidad», algo a lo que Asunción Escribano añade un factor de responsabilidad particular, de ética personal, cuando nos dice que «debemos dejar al mundo mejor que cuando llegamos a él». «La pereza distancia al hombre del mundo, pero también de sí mismo, de su mejor yo».

Refranes y dichos dan la mejor mirada social sobre la pereza («La pereza es la madre de todos los vicios»; «El perezoso siempre es menesteroso»; «Quien mucho duerme, lo suyo y lo ajeno pierde»).

Para el pecado capital más impreciso y más fácilmente justificable, a la hora de encontrar el virtuoso justo medio entre descanso necesario y pereza se recurre a experiencias vitales de novelistas como Philip Roth, que dijo: «No hay lugar para la pereza cuando está en juego la vida» (escribir para el autor de Pastoral americana es una forma de supervivencia). Personajes que se muestran partidarios de dejarse arrastrar por la pereza (los creados por Yukio Mishima, Bécquer –que ve a la pereza como «un don que asocia al hombre a los dioses»– o los pícaros españoles) quedan refutados por Ana Frank en su diario: «La holgazanería podrá parecer atractiva, pero la satisfacción solo la da el trabajo». La ambivalente mirada literaria sobre la pereza ilustra de manera urgente la necesidad de lograr un maduro equilibrio entre actividad e inacción.

Las fábulas (La cigarra y la hormiga, de Esopo), la poesía (el soneto A la pereza de Bretón de los Herreros), el cine (La gran belleza de Sorrentino, diseccionando la imagen más mundana y decadente de la Roma eterna donde se vive de noche y se duerme de día) y la Biblia (el Génesis, donde el hombre se gana el pan con su trabajo –la desobediencia a Dios aparece unida a la pereza– y el libro de los Proverbios, ofreciendo un catálogo de consecuencias de la pereza para que los hombres y mujeres del futuro sepan a qué atenerse, desembocan en el Nuevo Testamento, donde el evangelista Lucas contrapone dos actitudes: hacer muchas cosas insustanciales o pocas necesarias); todas estas aproximaciones, humanas y divinas, dejan paso a la opinión de la Iglesia Católica, cuyos tratadistas entronizaron la pereza como uno de los pecados cuyo abatimiento se hace necesario en el camino hacia la perfección.

El dominico Santo Tomás de Aquino asegura que la pereza constituye un tipo de tristeza o apatía que dificulta el desarrollo espiritual: «Todos los pecados que provienen de la ignorancia pueden reducirse a la pereza, a la cual pertenece la negligencia por la que uno, a causa del no trabajo, rehúsa conseguir los bienes espirituales».

Tras la lectura de un libro tan bien documentado como ecuánime una pregunta –que la misma autora se plantea– asalta a su permeable lector: ¿Habrá ella contribuido a mantener en alto la guardia frente a un vicio, humano como pocos, arrastrado por las personas desde antiguo, y cuyo destierro beneficiaría claramente a la evolución personal, o por el contrario, lo que habrá hecho es llevar a cabo el matizado elogio de un hábito incomprendido en el que aún es posible encontrar algún beneficio que mejore nuestra vida y la de la sociedad de la que formamos parte?

Existen obras de pequeña extensión en las que ofreciéndose un gran conocimiento ni falta ni sobra una palabra. Me pasó en mi juventud con ¿Qué es ser agnóstico? de Enrique Tierno Galván y, recientemente, con El espejo y el martillo de Manuel Álvarez Junco. Pereza de Asunción Escribano, que se lee del tirón, pertenece a esa rara y selecta familia. No se la pierdan.

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