Intuía, por sus narraciones anteriores, que me iba a encontrar un retrato fresco de una generación joven, el mundo de esas herederas que en realidad se enfrentan a un pasado familiar y quizás a un estigma, al convencimiento de que la familia y la genética pueden marcar, marcarnos. Ya he entrado a fondo en la historia. O no. Cuatro nietas, hermanas y primas de dos a dos, se encuentran en la casa del pueblo donde ha muerto su abuela y de la que las ha hecho herederas. Importante es decir que la abuela ha tomado la decisión de quitarse la vida, y no lo ha hecho con pastillas, sino cortándose las venas.
Entender qué ha pasado y por qué es parte necesaria de la investigación de las cuatro mujeres, cada una con un mundo propio desde el que viven las mismas situaciones con distintas perspectivas. Extraordinaria es la inmersión en cada uno de los personajes que nos propone Aixa de la Cruz. La novela transcurre en un período muy breve, un encuentro en el que, quizás, decidir qué hacer con esa herencia. En realidad, lo que se dilucida en esos días es qué hacer con cada una de sus vidas, y con el recuerdo de la abuela; con el recuerdo y sobre todo con la impronta que les deja. Pasado, presente y futuro se entrelazan en reflexión, rememoración y decisiones en unos pocos días.
Sin desentrañar nada de lo que ahí ocurre, sí quiero decir en voz bien alta que hacía mucho que no me sumergía con tanta intensidad en una novela. Aixa de la Cruz la dedica «para mi abuela y para mi madre, que me enseñaron a transformar las voces en voz». Y si algo hay en esa novela, son voces, personales, muy distintas, y entrelazadas de una manera sorprendente, neta y muy clara. La novela está dividida en siete partes, cada una de ellas con cuatro capítulos en que las cuatro, sin orden prefijado, plantearán su visión de ellas mismas y de las otras tanto respecto a lo que ocurre como a lo que se plantean hacer. Nora, Olivia, Erica y Lis tienen personalidades y maneras de enfrentarse al mundo muy diferentes, y a la vez muchas cosas compartidas, que narrarán desde ellas mismas y explicándose unas a otras.
«La familia es una dimensión cargada», escucharemos pensar. La familia y su estigma −si un suicidio se considera un acto de locura−, algo que ellas mismas no saben cómo interpretar, la salud mental por tanto, pero también la maternidad, el lugar de la mujer en el mundo, la culpa y por supuesto las drogas -¡qué tratado de farmacología nos propone la novela!- son algunos de los temas que se plantean. También la vida rural y las adicciones o las soledades a las que cualquiera de nosotros nos enfrentamos, seamos urbanitas o no.
De ese encuentro saldrán muchas decisiones y cambios en las vidas de todas ellas, esas herederas que tanto deben -y no precisamente en lo económico- a la abuela que homenajean; si algo sale bien parado, es la familia como concepto, «ese espacio simbólico en el que se buscan culpables». Acabo de copiar una cita, pero en esta novela en que hay tantas narradoras, debo ir a buscar quién lo ha dicho, y averiguar si es una reflexión sobre sí misma o sobre cualquiera de las otras. En la lectura continua, eso no hace falta hacerlo. La autora bilbaína Aixa de la Cruz (1988) entrelaza con una ingeniosa habilidad todas esas voces, explicando y explicándolas a todas, las herederas de tantas cosas.