La editorial Serie Gong - Atlantis ha publicado en su colección de ensayo el nuevo libro del filósofo español don Agapito Maestre: Marcelino Menéndez Pelayo. El gran heterodoxo. Creo que es más fácil explicar a los lectores en qué consiste este libro si se les advierte que no se trata ni de una biografía ni de un monográfico sobre el polígrafo santanderino. Este texto no es grande por el autor sobre el que versa, del que se decía que si hubiera leído todo lo que escribió sería el hombre más sabio, sino por la sencillez del propósito con el que ha sido escrito: incitar a la lectura de la obra de don Marcelino con una mirada limpia de prejuicios. Quizá podría pensarse que la misión de persuadir a los lectores de El gran heterodoxo a adentrarse en la obra de Menéndez Pelayo es harto complicada en la medida en que los tres grandes libros del autor –La ciencia española, La historia de los heterodoxos españoles y la Historia de las ideas estéticas en España– suman cerca de tres mil páginas. No obstante, don Agapito Maestre resuelve esta dificultad con la voluntad de llaneza que siempre ha caracterizado su pensamiento. Los posibles lectores de don Marcelino, advierte el profesor, deben saber: primero, que cada uno de los cientos de capítulos que componen estos tres títulos pueden ser leídos como obras independientes; segundo, que otros textos como sus discursos, opúsculos y prólogos a otras obras, aunque menos extensos, no por ello son más superficiales que sus grandes obras; tercero, que la prosa del cántabro, en cuanto a claridad y elegancia se refiere, quizá no tenga parangón con ningún otro escritor del siglo diecinueve. A cada lector de El gran heterodoxo corresponderá determinar si el profesor Maestre logra su objetivo de animar a la lectura de Menéndez Pelayo. No obstante, creo que a pesar de la reciente publicación del libro el éxito es indiscutible, ya que Agapito ha formado una legión de admiradores de don Marcelino entre los colaboradores de Res Hispánica: Pedro de Tena, Miguel Galanes de la Flor o Carlos Díaz son algunos de los lectores de El gran heterodoxo que han quedado seducidos por la erudición y el estilo que caracterizan a la prosa de Menéndez Pelayo.
Sin embargo, de entre todos los miembros de esa legión de lectores me considero como uno de los más dichosos y afortunados. Comencé a tener noticia de Menéndez Pelayo cuando aún era un estudiante de Filosofía y Agapito Maestre sólo era mi profesor. Por aquel entonces, uno de sus cursos estaba formado por lecciones magistrales sobre la obra de don Marcelino de una erudición anonadante y una pasión torrencial. Si bien el profesor Maestre ya había escrito sobre el polígrafo –véase Meditaciones de Hispano-América– nunca le había dedicado un libro entero. Afortunadamente, el poeta Miguel Florián animó al profesor Maestre a la elaboración de un libro consagrado al que fue el protagonista de muchas de las clases a las que acudí como alumno. Durante los años 2021 y 2022 Agapito escribió los veintidós capítulos que componen El gran heterodoxo y no sólo tuvo la generosidad de dedicar el antepenúltimo de ellos a mi tesis sobre las convergencias teóricas entre Menéndez Pelayo y Ortega y Gasset en torno a la idea de filosofía, sino que además fue compartiendo conmigo los borradores del texto. Ha sido toda una novedad para mí asistir a la gestación de un libro de filosofía, viendo cómo unas cuántas ideas germinan en cientos de páginas que se ven sometidas a repetidas correcciones y recortes, que hacen las veces de poda, a fin de que no haya elementos prescindibles que amenacen el equilibrio de la obra. Ahora bien, sin duda alguna lo más valioso de este libro, al menos para mí, consiste en todo lo que he descubierto y aprendido con él, lo que acrecienta mi deuda, ciertamente impagable, con su autor. De hecho, tengo tanto que decir sobre esta obra que necesitaría varias tribunas para ponerlo por escrito. Por lo pronto, creo que la mejor muestra de agradecimiento que puedo tener con el profesor y su esmerada obra es ofrecer un resumen muy conciso de los numerosos correos electrónicos que intercambiamos él y yo, en los que le mencionaba todo lo estaba aprendiendo y descubriendo durante la lectura de esos borradores.
Gracias a El gran heterodoxo descubrí opúsculos, de temática variada, de don Marcelino, como Los historiadores de Colón, La historia considerada como obra artística, De la poesía mística o los textos dedicados a Heinrich Heine en el prólogo para la traducción de J.J. Herrero, en 1883, de Poemas y fantasías y en la carta que dirigió el cántabro al venezolano Enrique Pérez Bonalde por su traducción del Cancionero del poeta romántico. Comprendí que los miembros de la Generación del 27 detestaron a Menéndez Pelayo por la distancia crítica que guardaba con Góngora en los estudios críticos que le dedicó. Entendí que el ostracismo cultural al que está sometido nuestro polígrafo puede explicarse por el hecho de que los autores posteriores a la Generación de 1868, formada por Cánovas, Pardo Bazán, Galdós, Valera, Pereda o Menéndez Pelayo entre otros, no supieron separar su crítica a las políticas de la Restauración de la gran literatura de aquel período, rompiendo así los lazos de continuidad de la cultura española. También aprendí sobre los contemporáneos de don Marcelino, como por ejemplo que la expresión ‘leyenda negra’ es empleada por primera vez por Emilia Pardo Bazán, y no por Julián Juderías, en una conferencia de 1892 titulada La España de ayer y la de hoy. Descubrí al compositor de zarzuelas Francisco Barbieri, al escritor Amós de Escalante o al cervantista Ciriaco Morón Arroyo. Y añadí a mi lista de lecturas títulos como Historia de la literatura de vanguardias, del poeta ultraísta Guillermo de Torre, la Introducción a la historia de la literatura mística en España y la Antología de la literatura espiritual española, de Pedro Sainz Rodríguez, primer editor de las obras de don Marcelino, o los estudios sobre la poesía de la segunda mitad del siglo diecinueve de José María de Cossío, quien dijo del autor de la Historia de los heterodoxos españoles: «es el español más humano y de pensamiento más idóneo para construir el lazo de unión de todas las disconformidades españolas». Para que se haga una idea el lector del esfuerzo de concisión que he hecho, sepa que son dieciséis las páginas que ocupan la bibliografía y el índice onomástico
No extrañará a nadie, tras esta breve retahíla de referencias, que me refiera a El gran heterodoxo como un ‘libro de libros’. La obra de don Agapito Maestre sobre Marcelino Menéndez Pelayo, al igual que otros títulos como El gran maestro, Viaje a los ínferos o Meditaciones de Hispano-América, arma al lector con la herramienta más valiosa para adentrarse en temas y autores desconocidos: un vasto catálogo de lecturas seleccionadas minuciosamente. Finalmente, debo señalar que este libro no sólo es valioso por el impacto cultural que pueda tener, sino también por su contribución a la política española, ya que se está reivindicando la obra de aquel hombre que, como dijo Maeztu en 1934, «era como la voz de un pueblo entero (…). Al unificar las voces y los corazones de las gentes hispánicas, ha sido también el escultor, el modelador, el refundidor, casi el creador, de nuestra unidad espiritual». ¡Adónde va España sin ti, Marcelino!