www.elimparcial.es
ic_facebookic_twitteric_google

TRIBUNA

En memoria de Juan Velarde

domingo 12 de febrero de 2023, 20:14h

Había un pasaje de la Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero (1936) de John Maynard Keynes que el gran economista español recientemente fallecido Juan Velarde Fuertes citaba con frecuencia como expresión de la cuestión evidente que siempre afecta a la gestión de los problemas económicos de un país y a la que casi nunca se le da la suficiente importancia. El pasaje al que me refiero, y que corresponde a la página final de la obra, es el siguiente: “… las ideas de los economistas y los filósofos políticos, tanto cuando son correctas como cuando están equivocadas, son más poderosas de lo que comúnmente se cree. En realidad el mundo está gobernado por poco más que esto. Los hombres prácticos, que se creen exentos por completo de cualquier influencia intelectual, son generalmente esclavos de algún economista difunto. Los maniáticos de la autoridad, que oyen voces en el aire, destilan su frenesí inspirados en algún mal escritor académico de algunos años atrás. Estoy seguro de que el poder de los intereses creados se exagera mucho comparados con la intrusión gradual de las ideas”. La cuestión a la que, en última instancia, remite estas palabras es, lisa y llanamente, la del poder e influencia de las ideas equivocadas, la del efecto de las concepciones erróneas sobre la realidad en las medidas que se ponen en marcha con la presunta intención de mejorar la prosperidad de las naciones y de los niveles de vida de la población y que, en cambio, tienen como consecuencia paradójica la de acabar perjudicando a ambos.

A lo largo de muchas décadas, el profesor Juan Velarde (1927-2023) se ocupó de reconstruir la evolución del pensamiento económico español para explicar cómo la misma había dado lugar a largos períodos de políticas económicas mal dirigidas que apenas habían tenido efectos positivos en la mejora de la renta per cápita de la ciudadanía y que, en más de una ocasión, lo único para lo que sirvieron fue, incluso, para provocar su reducción. Si los pensadores de la Escuela de Salamanca en los siglos XVI y XVII (Francisco de Vitoria, Diego de Covarrubias, Luis de Molina, Martín de Azpilcueta, Luis de Alcalá, Tomás de Mercado…), los surgidos bajo el influjo de la Ilustración en el siglo XVIII (sobre todos ellos, Jovellanos) y los que desarrollaron sus planteamientos en el siglo XIX a partir de los postulados de la Escuela Clásica de economía (especialmente, Álvaro Flórez Estrada) fueron apuntando, en términos generales, a las ideas de libre mercado y apertura comercial al exterior, en línea con las que se fueron imponiendo en Europa a partir de la independencia de Estados Unidos y el estallido de la Revolución Francesa, ideas que (al socaire de las continuos pronunciamientos, revoluciones y cambios constitucionales) trabajosamente fueron materializándose en medidas políticas, a finales del siglo XIX esta situación experimentará un fuerte y decisivo cambio.

Desde posiciones librecambistas, se pasó a la defensa de una fuerte imposición de aranceles a los productos venidos del exterior en función del cambio de postura que defendió Antonio Cánovas del Castillo en su opúsculo De cómo he venido a ser doctrinalmente proteccionista (1891) y que supuso un giro a la política comercial que se prolongará durante siete décadas. Cada vez en mayor medida, se tendió a generar sectores económicos regulados bien por normativas estatales bien por acuerdos permitidos entre los productores que tendieron a restringir la oferta y a crear situaciones monopolísticas y oligopolísticas que perjudicaron a los consumidores con subidas de precios de los bienes disponibles. Se le sumó una indisciplina sistemática de la Hacienda Pública con déficits crónicos nacidos de un sistema fiscal insuficiente, ineficaz y escasamente equitativo y una situación monetaria en la que la peseta, no sujeta a las restricciones derivadas de un patrón metálico y sometida a la presión derivada de la financiación permanente del Banco de España al Estado, vivió una constante depreciación que alimentó las sempiternas tensiones inflacionistas. De este modo, desde las dominantes posiciones liberales iniciales, cada vez pasaron a tener mayor presencia las posturas estatalistas e intervencionistas, alimentadas, además, por la influencia de las políticas aplicadas en Alemania en los años posteriores a su unificación, por el efecto de las ideas krausistas, por la aparición de la doctrina social de la Iglesia con la publicación de la encíclica Rerum novarum del papa León XIII en 1891, por el nacimiento del movimiento obrero con la fundación del PSOE en 1879, de la UGT en 1888 y de la CNT en 1910 y por los discursos de los autores regeneracionistas, que, atizados por la derrota en la guerra ante Estados Unidos ante 1898, propugnaron un giro radical de timón en relación a las políticas seguidas en décadas anteriores.

Desde 1891 a 1959, tanto los políticos de la Restauración como los de la II República como los del primer franquismo, compartieron, paradójicamente, muchos de los rasgos esenciales de las políticas económicas adoptadas, llegando los niveles de intervención pública en la economía a sus máximos extremos durante la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) y en la época de la autarquía (1939-1959). El fin de este modelo tuvo lugar como consecuencia de la crisis de balanza de pagos de 1959 y el agotamiento subsiguiente de las reservas de divisas, lo cual obligó a la adopción del denominado Plan de Estabilización, que supuso un giro liberalizador y que dio lugar a los importantes crecimientos económicos de la década de los 60, giro que, en realidad, no fue del agrado de muchos sectores del régimen pero que vino forzado esencialmente por el colapso económico que se produjo a raíz de las medidas fuertemente intervencionistas del período anterior. La filosofía subyacente a las medidas del Plan de Estabilización vino inspirada por los economistas españoles que realizaron su labor en el primer tercio del siglo XX (básicamente, Antonio Flores de Lemus, Román Perpiñá Grau, Luis Olariaga, Olegario Fernández Baños, Francisco Bernis y Germán Bernácer) y por los surgidos a partir del nacimiento de la primera Facultad de Economía en el año 1944 (entre los que se encontraba el propio Juan Velarde), que rechazaron el ubicuo intervencionismo público que caracterizó a la economía española durante siete décadas.

Juan Velarde estudió, investigó, analizó y explicó con minuciosa profundidad e implacable rigor todo este proceso, aportando las fuentes intelectuales que sirvieron de base para las distintas políticas económicas puestas en marcha y no solo eso, sino que, habiendo aprendido las lecciones que se derivaban de esta realidad, diseccionó con precisión la situación económica de cada momento y continuó describiendo la permanente batalla entre liberalización e intervencionismo que en nuestro país ha sido un rasgo de identidad permanente. De cara al público general, hay dos libros suyos que no me resisto a citar y que son una muestra perfecta de su capacidad de análisis y comprensión de los problemas de nuestra economía. Por un lado, Cien años de economía española (Ediciones Encuentro, 2009), el cual explica todo el proceso histórico de nuestro país entre 1883 y 2007, incluyendo muchos de los aspectos de los que he hablado en párrafos anteriores. Y, por otro, Los años perdidos. Críticas sobre la política económica española de 1982 a 1995 (Ediciones Eilea, 1996), que es una recopilación de artículos publicados previamente en ABC, Ya y Época y en los que, con lúcida clarividencia, expone las cuestiones que no fueron correctamente abordadas en unos años decisivos y que supusieron que nuestro aparato productivo no alcanzara la necesaria y suficiente competitividad para poder enfrentarse a los retos que significaron, primero, nuestra entrada en la CEE (lastrada, además, por un Tratado de Adhesión claramente lesivo para nuestros intereses) y, con posterioridad, nuestra incorporación a la Unión Monetaria Europea. Volver a leer los artículos y los textos de Juan Velarde nos permite comprender las grandes tendencias de fondo de la economía española y los elementos estructurales que siempre han condicionado su funcionamiento, es acceder al pensamiento de un sabio que, habiendo realizado su labor hasta prácticamente el momento de su fallecimiento a los 95 años, nos ha dejado una obra que, aunque trate de asuntos económicos, es esencial para comprender mejor el alma de nuestro país. Descanse en paz.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (4)    No(0)

+
0 comentarios