Agapito Maestre acaba de publicar el libro titulado “Marcelino Menéndez Pelayo. El gran heterodoxo” (Ed. Atlantis, noviembre 2022). Como era de esperar, su tono es apologético y reivindicativo. Con nuestro gran sabio se ha cometido la mayor injusticia intelectual en la historia de la cultura en España. Dudo incluso que haya algo parecido a tal tropelía en la historia de la cultura universal.
Su memoria ha sido sistemáticamente silenciada y marginada. “Unamuno, como Ortega y todos los de esas generaciones, estaban picados por el vicio nacional: la envidia. ¡La terrible envidia española!.....Por uno u otro motivo, los del 98 y el 27 fueron incapaces de hacerse cargo del inmenso legado de la historia científica, literaria, artística y filosófica que dejó Menéndez Pelayo (Pag. 177).
Unamuno debió su cátedra a Menéndez Pelayo. Y Agapito Maestre, que también ha reivindicado a Ortega como “el gran maestro” (Editorial Almuzara 2019), no tiene empacho en referirse a esta deficiencia del joven Ortega. Pero, aparte de la envidia como explicación básica, hay otras circunstancias que han contribuido a la injusticia intelectual con Menéndez Pelayo, y que Maestre también nos recuerda.
En 1938 Sainz Rodríguez fue nombrado Ministro de Educación en el primer gobierno de Franco. Inició una gran campaña a favor de Menéndez Pelayo como símbolo de la reconciliación entre los españoles. No era mala idea, pues Menéndez Pelayo era liberal y amaba la cultura catalana. Maestre recuerda al final del libro su esclarecedora cita sobre el Abate Marchena (Pag. 201). Sin embargo, los vientos eran entonces totalitarios y el nombre de Menéndez Pelayo ha quedado ligado al franquismo, que tan irracionalmente se denigra ahora. Sainz Rodríguez hizo un flaco favor a quien admiraba y trataba de exaltar.
Sin duda también ha influido el catolicismo sin fisuras de nuestro protagonista. Por eso es tan asombroso que se le silencie igualmente dentro de la Iglesia. En octubre de 2021 se celebró un Congreso Mundial sobre Metafísica y Mística organizado por la Fundación Fernando Rielo. Ni siquiera se mencionó a quien más y mejor ha escrito sobre los grandes místicos españoles. “Porque es raro, muy raro, que todos los ponentes de un Congreso sobre Mística se olviden de Menéndez Pelayo, yo me hago eco aquí de la mala noticia” (Pag. 149).
La calidad y cantidad objetivas de la obra de Menéndez Pelayo son tan obvias y apabullantes que cualquiera que busque la verdad, sin prejuicios ni ideologías ciegas, se rinde ante ellas. Maestre cita los casos de Maeztu en la derecha y de Araquistáin en la izquierda. El primero fue asesinado por la barbarie roja en 1936 y el segundo fue embajador de la IIª República en Berlín. Quizá el testimonio más elocuente sea el de Maeztu, pues confesó que, cuando le llamaba “triste coleccionador de naderías muertas”, ni siquiera le había leído (Pag. 180).
Esta ha sido y sigue siendo la vergonzosa realidad. Se ha denigrado y se denigra obtusamente a quien ni siquiera se ha leído. Y eso por quienes se consideraban intelectuales, tanto a la izquierda como a la derecha. Quizá el aspecto más sorprendente de esta bajeza y miseria moral haya sido no molestarse por leer al menos la “Historia de los heterodoxos españoles”, que por otra parte es amena como la mejor de las novelas. Detrás esta falta de honradez intelectual sólo puede estar la degradante y miserable envidia.
Recordemos que por aquellos años, a principios del siglo XX, algunos intelectuales españoles intrigaban en Suecia para que no se concediese a Galdós el Premio Nobel de Literatura. Ciertamente somos los campeones mundiales de la envidía. Ahora tenemos a Sánchez y compañía, en los que brilla un negro y amargo resentimiento, que nada tiene que envidiar a la mejor envidia.
Con todo, creo que Agapito Maestre tiene pendiente la tarea que él mismo apunta. “Todavía está por hacerse la biografía íntima de este gran pensador. Pocas biografías, por no decir ninguna, han tenido en consideración la evolución de su pensamiento; ni lo han estudiado con detenimiento y, lo que es peor, han despreciado a sus grandes intérpretes y continuadores. Por no decir nada de esos libracos groseros que lo reducen a un reaccionario impresentable” (Pag. 186).
En efecto, el libro de Maestre sobre Ortega tiene 475 páginas y su tamaño es 24 por 15 cms. El libro que ahora comentamos sólo tiene 220 páginas y su tamaño es 20,5 por 14,5 cms. La diferencia salta a la vista, Maestre ha calificado a Ortega de “gran maestro” y a Menéndez Pelayo de “gran heterodoxo”. Está sugiriendo un paralelo entre ambas figuras. Por eso, y a mi modo de ver, el presente trabajo de Maestre habría que tomarlo como una introducción, necesariamente apologética y vibrante, a un deseable libro que fuera comparable en envergadura, y hasta en presencia física, con el que ha dedicado a Ortega. Igual que al Quijote, hace falta al libro que comento una segunda parte, que será sin duda mejor que la primera.
Esta segunda parte tendría que ser escrita de manera sosegada y tranquila. Se trata ahora de exponer de modo atrayente y desapasionado el pensamiento de Menéndez y Pelayo. Hay que suscitar la curiosidad por leerlo directamente, ya que a la base de todo está el hecho antes aludido de que se ha denigrado y se denigra a ciegas al que ni siquiera se ha leído.
Sin duda Agapito Maestre es la persona más indicada para esta tarea. Tiene ya en sus manos el material adecuado. Ha cumplido con la tarea previa de hacer una valiente e indignada apología contra la enorme injusticia intelectual de que hablamos. Además Maestre es joven y tiene tiempo por delante. Digamos que está ahora como Cervantes al caer en sus manos el falso Quijote de Avellaneda. A mi juicio, tiene pendiente de redactar de modo sereno y objetivo la segunda parte de “El gran heterodoxo”.