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TRIBUNA

El diabólico mecanismo de las fichas de dominó

domingo 26 de marzo de 2023, 20:04h

Es famoso el comienzo de Ana Karenina de León Tolstói con aquella frase que dice que “todas las familias felices se parecen unas a otras; cada familia desdichada lo es a su manera”. En economía, a pesar de la hojarasca verbal con que las autoridades y los responsables políticos pretenden maquillar la realidad, viene a ser casi exactamente al revés: todas las crisis se parecen bastante entre sí mientras que cada época de prosperidad presenta sus aspectos particulares. En estos días, nuevamente nos encontramos con esos argumentos que ya se emplearon en 2007-2008 y que, a la postre, resultaron inútiles: “todo está controlado”, “no pasa nada”, “esta vez es distinto”, “el sistema funciona”, “no hay de qué preocuparse”. Y ello resulta aún más sangrante y paradójico cuando contemplamos, con una mezcla de estupor, preocupación y rabia, que los hechos siguen las mismas pautas que las de crisis financieras pasadas y nuevamente se repiten los mismos errores de inacción, pusilanimidad y autoengaño de quienes tienen en su mano la posibilidad de encauzar la situación dentro de márgenes manejables y razonables.

El primer error consiste en menospreciar las convulsiones acaecidas en los mercados de determinados activos financieros pensando que ello no va a tener efectos ni en los mercados de los restantes activos ni en la economía real. Lo que realmente puede suceder (y casi siempre es incorrectamente valorado) es que existe un aumento de la percepción global de riesgo de las inversiones realizadas o por realizar, lo cual, al final, conllevará un reajuste a la baja de los precios de todos los activos, reajuste que será mayor o menor según el nivel de riesgo que cada activo conlleve. Lógicamente, los primeros activos cuyo precio puede descender o, incluso, desplomarse son los de los activos más arriesgados. En el período 2007-2010, dicho dudoso honor recayó en las hipotecas subprime, en la primera oleada de la crisis, y la deuda pública de Dubái y Grecia, en la segunda, pero esas ya fueron señales suficientemente alarmantes como para intuir que eso solo era el comienzo de un crash de mayor envergadura. Porque, una vez que un activo cae, se convierte en una ficha de dominó que, en su desplome, empieza a arrastrar a otras fichas de dominó cuyo riesgo, de repente, ha sido valorado al alza. En las convulsiones financieras actuales, el punto de arranque ha sido, con toda lógica, las criptomonedas. A continuación, han caído dos de las plataformas más importantes de compraventa de dichas criptomonedas. Después, y asociada a ello y a los despidos masivos en empresas tecnológicas, se produjo la quiebra de Silicon Valley Bank. Ello supuso ya trasladar la percepción de riesgo a las entidades bancarias más débiles y ha tenido lugar la caída de Signature Bank, de First Republic Bank y de Credit Suisse. Como consecuencia, las cotizaciones bursátiles de los bancos han caído en todo el mundo. En el momento en que la sensación de riesgo se movilice a otros mercados, sus activos correspondientes también pueden sufrir amenazas de colapso importantes (y pienso concretamente, por ejemplo, en los mercados de deuda pública).

El segundo error, en función de lo que he explicado en el párrafo anterior, es no entender que las crisis financieras suelen moverse por oleadas. Recordemos cómo la crisis financiera asiática de 1997 tuvo su arranque con la devaluación del baht tailandés. A continuación, la crisis se extendió a las monedas de otros países de la región (Indonesia, Corea del Sur, Hong Kong, Malasia, Laos). Podemos llegar a pensar que, indirectamente, el tsunami no terminó ahí y la reevaluación de la situación económica de otras economías no desarrolladas terminó provocando las crisis financieras de Rusia en 1998 y hasta la de Argentina en 2001. A su vez, el estallido de la burbuja puntocom a partir de marzo de 2000 no desembocó en las crisis de Enron y Worldcom hasta octubre de 2001 y junio de 2002, respectivamente. Algo similar ocurrió en la Gran Recesión. En marzo de 2007, dos entidades bancarias estadounidenses especializadas en hipotecas de alto riesgo (New Century Financial y Accredited Home) empezaron a tener problemas debido al aumento de morosidad de sus préstamos. En el verano de ese mismo año, dos fondos de BNP Paribas que invertían ese mismo tipo de hipotecas tuvieron que congelar sus fondos. A lo largo de 2008, cayeron, entre otras muchas, las entidades financieras Bear Sterns y Lehman Brothers. A continuación, la crisis se transmitió a la deuda pública y a la economía real, cayendo la actividad y aumentando el desempleo. Ahora, con las turbulencias actuales, ya hemos visto cómo han evolucionado las sucesivas oleadas y veremos hasta dónde llegan.

Y eso va a depender de lo que suele ser el tercer gran error que suele ser habitual en las crisis económicas: la falta de respuesta de las autoridades o las respuestas erróneas que, como norma general, tienen en común el negar la realidad y perder, en consecuencia, la capacidad de anticiparse a los hechos. Durante la Depresión de 1929, el presidente de los Estados Unidos, Herbert Hoover, afirmaba con pomposidad que la prosperidad estaba a la vuelta de la esquina mientras quienes se habían visto obligados a vivir en las calles llamaban “mantas Hoover” a los periódicos con los que se cubrían para mitigar el frío nocturno. En España, todavía podemos recordar cómo el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero negó la crisis de 2008 hasta que el país empezó a sufrir sus consecuencias. Esta incapacidad para reconocer los hechos termina siendo gravísima en las crisis financieras en la medida en que las mismas van dando sus zarpazos de forma abrupta e inesperada y no dejan tiempo para la reacción. Los gobiernos solo responden a las sucesivas oleadas cuando las mismas tienen lugar pero no anticipan cuáles pueden ser las siguientes para estar preparados ante ellas. En estos días, ha habido dos hechos que me han llamado la atención negativamente. El primero, las subidas de tipos de interés por parte del Banco Central Europeo y de la Reserva Federal estadounidense. A estas alturas, parece relativamente claro que los últimos acontecimientos financieros van a dar lugar a una importante contracción del crédito y ello será un factor más que relevante para aliviar tensiones inflacionistas. ¿Tiene sentido continuar entonces con la senda proyectada de subidas de tipos cuando las circunstancias han cambiado radicalmente? El segundo, el que parezca que no se entienda que la salud bancaria es un factor que, en última instancia, depende más de la confianza del público y de los inversores que de parámetros matemáticos rígidos. No se trata de hablar tanto de las ratios de solvencia y liquidez de las entidades (algo que escapa al ciudadano común) como de transmitir la completa seguridad de que ni los depósitos ni la actividad bancaria normal corren peligro y adoptar, en su caso, las medidas que sean necesarias para que no se dude de ello.

Y, finalmente, el factor más importante. Detrás de toda crisis financiera, siempre hay elementos problemáticos en la economía real que, de no ser resueltos, conducirán inevitablemente a un empeoramiento del nivel de vida de la ciudadanía. Nos encontramos, en la actualidad, con las elevadísimas cifras existentes de deuda pública (en 2021, el porcentaje de deuda pública sobre PIB era del 128,1% en Estados Unidos, del 259,3% en Japón, del 112,8% en Francia, del 150,3% en Italia o del 118,3% en España), con la distorsión sobre las cargas tributarias que genera la existencia de paraísos fiscales (que reducen los impuestos que pagan grandes fortunas y empresas multinacionales y, en consecuencia, elevan los soportados por las clases medias) o con la reducida capacidad de poder adquisitivo, ahorro, inversión y endeudamiento que sufren los segmentos con menores niveles de renta (me pregunto, en dicho contexto, cómo piensan las autoridades que se va a producir la transición a los vehículos eléctricos cuando estos son mucho más caros que los vehículos de gasolina o diesel), elementos que frenan el crecimiento y, en consecuencia, alientan que los recursos se dirijan a inversiones financieras especulativas. Mientras no exista una política global que afronte de manera directa todos estos problemas, la economía no hallará una mejora sostenida y la aparición de burbujas diversas estará a la hora del día. Y, atendiendo a cómo se están sucediendo los hechos, una política de este tipo ni está ni se le espera.

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