“En la clase del señor Germain, por lo menos, la escuela alimentaba en ellos un hambre más esencial todavía para el niño que para el hombre, que es el hambre de descubrir”, escribió Albert Camus en su novela de raigambre autobiográfica El primer hombre. Sin duda, esa labor de abrir el deseo de descubrir resulta esencial en el proceso educativo. Un proceso en el que todos estaremos de acuerdo que es imprescindible para el progreso de todo país y para formar ciudadanos libres y responsables. ¿Pero se cuida la educación como merece? Los continuos cambios de planes de estudios, sin que los políticos sean capaces de llegar a un pacto de Estado en este asunto, relegar las Humanidades, los pobres resultados de España en sucesivos informes PISA, el desprestigio de la figura del profesor..., entre otras cuestiones no hablan precisamente a favor.
En este sentido, cualquier llamada de atención a reflexionar sobre la enseñanza es más que oportuna. Ahora, acaba de publicarse El noble oficio de la educación, de Jaime Buhigas Tallon, con suficientes credenciales para la tarea. Cuenta en su haber con más de veinticinco años en la docencia, en diversos centros y niveles, desde la educación infantil hasta la universitaria, junto a multitud de cursos para adultos, clases extraescolares, talleres... Asimismo, ha impulsado, junto a Marina Escalona, el movimiento “Aprendemos todos: por una educación mejor”, y es hijo, sobrino y hermano de profesores. De ahí que apunte: “La enseñanza, en mi caso, no es solo una vocación: es una cultura familiar que afecta a mi modo de habitar el mundo”.
Con prólogo de Guadalupe Lorente, directora de Innovación Pedagógica del madrileño Colegio Estudio -en la lista de centros escolares con Patrimonio Histórico-, se reúnen en el volumen dieciocho cartas y una final, a modo de epílogo, dirigidas, aparte de al lector, a distintos protagonistas de la comunidad educativa, empezando por las padres, pues “la educación de vuestros hijos depende sobre todo de vosotros [...] Su educación es, con toda seguridad, una de vuestras más altas responsabilidades”. Naturalmente, junto a los padres, se encuentran los profesores especificados por niveles -y futuros profesores-, los jefes de estudio, la dirección de los colegios, los alumnos, y hasta el personal no docente de los centros. El destinario de la última misiva es la propia educación. Tras cada carta, se proponen “deberes”.
Un libro no solo para educadores, sino para todo aquel interesado en el apasionante asunto de la enseñanza -“un arte y un oficio”-, de vital importancia para todos.