Ni se pueden pedir peras al olmo ni a Pedro Sánchez que dedique un minuto de su presidencia a gobernar. Menos aún, a dos meses de que se abran las urnas. Vive en una permanente campaña electoral y ahora sólo está centrado en obtener un digno resultado el 28-M. Y para ello, entiende que debe mantener el Gobierno de coalición con Podemos. Y para ello, sabe que no puede tocar un pelo ni a Irene Montero por su esperpento del “sólo sí es sí”, ni a Ione Belarra por sus muchas majaderías animalistas y sus incontables insultos a los grandes empresarios españoles, ni siquiera a Alberto Garzón por no hacer nada, que es lo mejor que puede hacer. España tiene al único presidente del mundo que no puede decidir el nombre de muchos de sus ministros.
Pedro Sánchez nombró a dos socialistas de su nómina de adeptos, pero no desaprovechó la solemne comparecencia en Moncloa para dar un mitin más, para sonrojar al planeta entero por proclamar sin pudor que el protocolo de vacunación de la covid en España había sido “un referente mundial” y que su Gobierno estaba logrando crecer económicamente más que nadie. Tampoco olvidó atizar al PP por la nefasta década de su Gobierno neoliberal. La declaración institucional no fue más que la declaración habitual de un presidente que no sabe hablar sin autoproclamarse un genio de la política mundial e insultar al que, por mucho que le pese, probablemente le sustituya en Moncloa.
En el tiempo que lleva en la Presidencia, Pedro Sánchez ha nombrado nada menos que a 41 ministros y ha destituido a 19; de éstos, ninguno, como es sabido, de Podemos. Hay que reconocer que estos datos sí que le hacen acreedor de un récord Guinness. Pero prefiere presumir de sus “avances sociales”, el eslogan que llevará hasta las urnas con la esperanza de no ser arrollado. Porque de los nuevos ministros ya nadie se acuerda. Ni siquiera de sus nombres.
Si (
No(
A favor (
En contra (
