Un nuevo drama en la inacabable tragedia de migrantes sucedió en la frontera México-EE.UU.. Es su Melilla, su Mediterráneo y similares. Migrantes en una estación migratoria del Estado mexicano, responsable del resultado; un sitio apenas adecuado para acogerlos, se incendia y hay 39 muertos abandonados por custodios irresponsables. Acusaciones cruzadas, señalamientos de opositores a López Obrador, rebosantes pidiendo otra política migratoria que no aplicaron cuando gobernaron, son solo el ruido que no acalla el más fuerte del drama migratorio. Unos denunciantes facetos y de postureo, sostienen que el planeta es de todos y las fronteras no existen. Otros, claman por la migración ordenada. Nadie va a ceder para entenderse. La avalancha migratoria de países pobres hacia países ricos es con todas las consecuencias negativas que ya acarrea, un callejón sin salida. Estados Unidos, destino de aquellos y su freno, que se niega a acuerdos migratorias pese a necesitar siempre esa mano de obra, se conduele por los quemados y fallecidos. A mí no me subyugan sus lágrimas de cocodrilo ni las excusas de los funcionarios mexicanos. Sirva el párrafo que apostilla la presente –más eso parece que proemio– denunciando el episodio de gran escándalo nacional e internacional.
Dicho lo cual, prosigo, dirigiendo mi atención en estos días de inicio de primavera hacia dos citas importantes, trascendentales en el mundo iberoamericano, ya verificadas. Una académica y otra, diplomática. Si no son importantes, deberían de serlo, porque reunir a nuestros países siempre es una gran ocasión y si se trata de los intereses compartidos o de la lengua en común, pues más lo es, todavía.
Sí, es una pena que la Cumbre Iberoamericana –que ha resistido infinidad de avatares como la región que representa y en su nombre, se efectúa– no consiga reunir a todos los participantes con derecho a ello, como debiera. No estoy de acuerdo en las ausencias de los mandatarios de Brasil y México. Piezas clave del tinglado, quienes no deberían de ausentarse. Ya es bastante haber postergado el ejercicio a una bianualidad que lo demerita –tal y como lo hemos expresado antes en esta columna– y que ello no contribuye a ampliar y a profundizar la unidad iberoamericana ni a concretar mejores proyectos comunes sin ese seguimiento visible que apremiaría encuentros anuales. Siempre será positivo que se dejen oír las voces de los países iberoamericanos y cuántas más veces, mejor aún.
Pese a todo, resulta llamativo los temas acordados: la seguridad alimentaria, el cambio climático, derechos digitales y la siempre polémica arquitectura financiera, que nos recuerda la opacidad iberoamericana manifiesta de tantas formas en esa materia. Después de todo, tenemos insignes ejemplos de covachas que resguardan capitales non sanctos, como Panamá y Andorra. De manera tal que son temas que ponen el acento en que el mundo iberoamericano se centra al día y no quiere perderse de estar en la vanguardia y es significativo que, en efecto, para julio se anuncie la renión de la CELAC con la Unión Europea, que pudiese reactivar las relaciones bilaterales, aún con la oposición, recelos, resquemores y distancias que existen entre sí, entre algunos países iberoamericanos. Puede hacerse votos para que resulte en acuerdos fructíferos y puede tal reunión del verano próximo ser un espacio de discusión y entendimiento que pudiera granar en provecho de los más y lo merecemos, sin duda a alguna. Mujeres, “trabajo decente” y “migración segura, ordenada y regular”, para más inri luego del párrafo inicial de la presente entrega, junto con el ofrecimiento de la CEPAL para contribuir a puntualizar focos de atención de pendientes, redondean la reunión de Santo Domingo. Enhorabuena.
Lo deseable es que todos los líderes iberoamericanos estuviesen presentes. Y aquí cabe una amonestación al señor Feijoo. El líder del PP se mostró muy desconocedor del tema. Qué lástima. Mi amonestación no es equiparable a la acertada que le propinó el ministro español de Exteriores, Albares. No. Dice Feijoo que él no hubiera acudido a la Cumbre para rendirle pleitesía a determinados mandatarios. Qué equivocado va. ¿Rendir pleitesía? ¿no entendió el espíritu de la Cumbre de Guadalajara de 1991? nadie acude a la Iberoamericana a rendirle pleitesía a nadie ni a reconocer a nadie. Eso es asunto de cada pueblo. Cada cual se habrá dotado lo que necesitaba, pudo o era muy su gusto. Los pares, todos en igualdad y lo son todos los mandatarios iberoamericanos, no acuden a rendir pleitesías. No concibo que nadie vaya a rendirle pleitesía a nadie y, si me apura, pongamos nombres por ejemplos: el presidente de Colombia a Felipe VI o Pedro Sánchez al presidente ecuatoriano, y, francamente, entiendo que nadie la pide para nadie. Es de lo que menos se habla en esas Cumbres. Usar esa inexistente pleitesía como piedra arrojadiza contra Sánchez poniendo la Iberoamericana de Santo Domingo como pantalla, le resultó contraria; coloca al señor Feijoo como desconocedor del mundo iberoamericano, de la diplomacia que ahí se cocina y chírria con las intenciones más loables de su existencia. Iberoamérica es más grande que las oficinas de Génova. Si algún día se para en la Cumbre Iberoamericana y sale con que va a negar pleitesías o peor, a imponerlas o a pedirlas, Feijoo chocará mal y de frente con todo el mundo iberoamericano –peor que catalanista esperando que el mundo iberoamericano le hable en catalán– y excuso decir a mis amables lectores, lo mal que dejará el nombre de España. ¡Ojo! ahí. Y qué pena que alegue que tergiversan sus palabras. Insolvencia y mala fe le ha dicho Sánchez. Lo que dijo luego Feijoo ya sobra y qué manera de exhibirse.
Y tenemos este IX Congreso Internacional de la Lengua Española, que siempre nos entusiasma y nos permite remitirnos a asuntos alusivos destacados. Cádiz, nuevamente anfitriona del mundo iberoamericano, como lo fue en 1812 y bajo condiciones mucho más favorables esta vez como quiera que sea, acoge a los enterados que, en nombre y representación de todos quienes hablamos el idioma español, acogemos sus inquietudes y atendemos sus requerimientos. Cádiz ha sacado pecho después de que Perú se viera comprometido a continuar siendo sede por la consabida inestabilidad política prevaleciente. Es una pena, pero es lo que hay. Cádiz, un escenario formidable, retoma el testigo y eso es muy meritorio.
Es la oportunidad para expresar en esta columna una reiterada condena al cierre abrupto, atropellado y dictatorial de la Academia Nicaragüense de la Lengua. Si se la tildó de todo retirándosele fondos, va, pero no equipararla o confundirla con gran ligereza como otra cosa que no sea, primero que nada, como un espacio de discusión del idioma.
Sirva la ocasión para abonar a un debate recurrente acerca del nombre de este idioma, otrora llamado fuera de España como castellano. Cabe, pues, un apuntamiento. A inicios de año, un diario español retomó el tema inacabado de la denominación adecuada de tal: castellano o español. Las razones expresadas en ambos lados del Atlántico, no me convencieron. Respondo con la mía, sostenida hace ya décadas: desde América yo lo llamo español, porque a América, en efecto, si bien primero pasaron castellanos y sus súbditos, y ya solo después con los borbones, aragoneses y sus súbditos, se venía de España, ya que el nombre prevaleció al de Castilla. Lo que de aquella península provenía, era lo español. De su gente y sus cosas a su idioma. Afianzado el castellano de los españoles, sin otras lenguas peninsulares presentes formando naciones que las utilizaran, el castellano en solitario prevaleció como la lengua de los españoles todos. Ya luego, solo aquellos conocedores y entendidos de otras peninsulares, las invocaban diferenciándolas entre sí, en un contexto americano que no lo requería como sí el peninsular. El idioma que campea por el mundo es español a secas, sin ambigüedades solo propias del entrañable solar hispano, careciendo de competidores lingüísticos provenientes de España, donde se preste a confusión o a exclusion así llamarlo. Tal ambigüedad resultante es inexistente fuera de ella, precisamente porque el castellano no compite con el resto de idiomas de España. Ni mucho ni poco. Y es el más extendido por el mundo con sello España. Español, pues. Es cuanto.