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Novela

Ian Rankin y William McIlvanney: Sólo la oscuridad

domingo 02 de abril de 2023, 22:39h
Ian Rankin y William McIlvanney: Sólo la oscuridad

Traducción de Antonio Padilla Esteban. Salamandra. Barcelona, 2023. 304 páginas. 20 €. Libro electrónico: 8,99 €.

Por Soledad Garaizábal

El autor escocés Ian Rankin (Cardenden, Fife, 1960) afirma que “nunca habría llegado a ser escritor de novela negra sin la influencia de McIlvanney”. Este reconocimiento por parte del que, actualmente, es uno de los autores británicos más traducidos, leídos y premiados, no se queda solo en palabras. Rankin ha hecho una cosa mejor; ha terminado el manuscrito que William McIlvanney (1936-2015) dejó inconcluso a su muerte y, con la publicación de Sólo la oscuridad, ha posibilitado que los lectores podamos disfrutar de una nueva entrega de las andanzas del inspector Laidlaw, el personaje protagonista que dio fama al creador de lo que algunos críticos bautizaron como tartan noir, la novela negra ambientada en Escocia.

Jack Laidlaw “trabaja mejor cuando le dejan solo”. No sigue las órdenes de nadie. Conoce la calle y conoce Glasgow como la palma de su mano. Sabe cómo hacer las preguntas precisas a las personas adecuadas. Le gusta leer libros de Unamuno, Camus, Kierkegaard y otros autores de corte existencialista, lo que, unido a su peculiar sentido de la justicia, del bien y del mal, le convierte en un personaje especial, a un paso de la crisis personal y la desesperanza, pero capaz de alternar sus pesquisas por los bajos fondos con profundas reflexiones éticas y morales; “Las buenas personas también hacen cosas malas, y eso ocurre constantemente, Bob, sobre todo cuando se sienten atrapadas, engañadas o defraudadas día tras día”. A este inspector moralista, a este verso libre de la investigación policial, le sobran días en una semana para resolver el caso del asesinato de Bobby Carter.

Bobby Carter era una buena pieza. Era un abogado que “había optado por dedicarse profesionalmente a proteger y asesorar a la escoria humana que pululaba por el pedacito del mundo” responsabilidad del comisario Robert Frederick, de la brigada de homicidios. Su negocio principal “consistía en mover dinero sucio y ponerlo fuera del alcance del fisco”, por lo que se había convertido en mano derecha y hombre de confianza del mafioso Cam Colvin, cuyo solo nombre bastaba para dar miedo a la gente común. Cuando el cadáver de Carter aparece cosido a puñaladas en el oscuro callejón de detrás del pub Parlour, el sentido común parece indicar que ha sido víctima de un ajuste de cuentas o de la enemistad acérrima con la principal banda rival en el Glasgow de inicios de los años setenta, liderada por John Rhodes.

Lo cierto es que la muerte de Carter deja un vacío entre las filas del hampa. Muchos de sus compañeros de trabajo sucio aspiran ahora a ocupar su privilegiado y vomitivo lugar. La policía debe investigar también si la víctima no estaría jugando peligrosamente a dos bandas, si su ambición sin límites podría haberle llevado a arriesgar más de la cuenta o si el reparto de las zonas bajo control de una u otra organización mafiosa no estaría sometido a una temporada de cambios en el organigrama criminal. Entre mover la silla o hacerle la cama, queda claro que el mundo mafioso está viviendo una época convulsa de inestabilidad, traiciones, coartadas y pistas falsas que llevan a los investigadores de antro en antro, en busca del móvil del asesinato y del sospechoso principal.

Sólo Laidlaw es capaz de apreciar las señales que marcan nuevos caminos en la investigación. El taciturno inspector utiliza su sexto sentido, intuye las verdades y se centra en lo más obvio para dar respuesta a las preguntas que todos se hacían y nadie era capaz de responder. Un desenlace asombroso pone punto final a una obra muy entretenida que sabe conjugar trama detectivesca con apreciaciones morales y crítica social. Nos queda la duda de saber si fue McIlvanney o ha sido Rankin el que dio el toque final a esta novela escrita a cuatro manos, que la editorial Salamandra lleva a nuestras librerías ocho años después de la muerte del creador del gran Jack Laidlaw.

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