Sevilla, reaparición de Morante de la Puebla. Una ovación atronadora se oía en San Juan de Aznalfarache. Según los mentideros, fue la iniciativa del diestro de la Puebla del Río, trenzar un paseíllo con el rejoneador luso, Antonio Ribeiro Telles, para celebrar sus cuarenta años de la alternativa. Cayetano y Ginés Marín completaban la terna. El ganado de El Torero, bien presentado, bastante bien armados, procedían de varias camadas: las edades variaban de cinco años y medio a cuatro y medio. Su comportamiento dejó mucho que desear: carentes de fuerza y de casta. El único que se descolgaba de la monotonía, Erótico, fue malogrado.
Núfar (1º) abrió la plaza. Llevaba el hierro de Passanha, sin codicia ni mucha fuerza. Ribeiro Telles lució tres cabalgaduras y estuvo bien con las banderillas largas y las rosas de cierre. Sin embargo, los rejones de castigo, igual que el de la muerte carecieron de precisión. Recibió algunas protestas por alargar la agonía del toro que se resistía a doblar.
Si no fuera por el empeño de Morante con su primero, Lancero (2º, 10/18), no hubiéramos llegado a la faena de muleta. El toro fue tan manso que huía de su propia sombra. Un manso de solemnidad, como se solía decir. Las protestas crecían. Morante consiguió que el toro hiciera un gesto como si embistiese en el capote y le puso en suerte con una bella media verónica. Para empeorar las cosas, el toro sufrió un volteretón en medio de la plaza. Morante comenzó con el toreo por abajo bien planteado. Al natural, también le planteó la pelea, cruzándose y echando la muleta en la cara. Al son de Suspiros de España sacó lo que pudo al bicho parado y con un molinete y un desplante entre los cuernos. La estocada media y tendida pudo con el animal. Una oreja. Vistaalfrente (5º, 12/17) colaboró en un gran saludo capotero de Morante. Se llevó unas varas fuertes y de malas artes, barrenando mucho. El bicho tomó su tiempo para estudiar el recinto y encampanarse en los medios. La faena, planteada en los terrenos del tercio, fue una obra complicada con un toro que no se prestada al lucimiento estético. Su comportamiento requería una faena de dominio, de ajuste de terrenos, de aguante de sus tarascadas frecuentes. Aún así, Morante supo aprovechar la embestida y lucir su experiencia y conocimiento de las reses. Cuando el toro se apagó, le administró una media estocada, recordando los tiempos de Lagartijo. Eficaz. Una ovación.
Obrero (3º, 11/18), el primero de Cayetano, salió abanto y se dedicó a escarbar en el medio del redondel. Los lances del capote finos llevaron su ímpetu por buen camino. La primera vara resultó fuerte, poco limpia, con el consentimiento tácito del diestro. La faena compuesta de largos paseos y algunos pases aceptables. Lo citó muy de lejos, poniendo una estocada muy trasera y tendida. Descabello irreprochable. Erótico (6º, 10/17) no le ha caído bien a Cayetano desde que salió a la plaza. Echaba las manos pa´lante al coger el capote, iba a gran velocidad mientras el diestro perdía los pasos y el terreno. Al no saber qué hacer con el ímpetu del toro, optó por destrozarlo en las varas: entró tres veces, peleó y aguantó. Parearon muy mal: de sobaquillo y con salidas en falso. Cayetano se recreó aseándose, perdiendo el tiempo con descaro. Así las cosas, el único toro que embestía con codicia y velocidad fue malogrado por el torero que no estaba por la labor: se dejaba torear por el segundo de su lote y salió de la suerte suprema, dejando una estocada que atravesaba al toro como un espeto a la sardina. Descabello con la mano firme.
Ginés Marín cortó dos orejas a Espárrago (4º, 10/18). El toro apenas se sostenía, mas tuvo una fijeza ejemplar. Los rehileteros, Antonio Manuel Punta y Fernando Pérez, se desmonteraron. Espárrago hizo posible una faena de dos orejas, posiblemente sobrevalorada, porque fue basada en la condescendencia del toro, que bajaba el hocico sobre la arena, y largas distancias que aguardó el matador. Un conjunto aseado, sin duda, rematado con una estocada entera. Su segundo, Palestino (7º, 09/18), ni siquiera tomó las varas. El varilarguero, Guillermo Marín, hizo dos picaduras justas para cumplir el reglamento. El pobre toro se enredaba hasta con sus remos traseros. Manuel Larios saludó al parear, aunque salió en falso y sólo se mantuvo una banderilla de su autoría. Las series con la muleta fueron emborronadas, desajustadas, el morlaco no tenía la calidad de embestida de su extinto hermano. Ginés Marín, hábil, lo mantuvo de pie hasta que se desplomara en el terreno de las tablas. Toreó sin toro. Una estocada caída al hilo de las tablas tras un pinchazo. Un aviso.