Andrew Morton ha acreditado su dominio del género biográfico, que le ha consagrado como el más reputado escritor sobre célebres personajes de nuestra historia contemporánea y en concreto sobre la realeza, el cine, la música, y que en especial alcanzó fama mundial con su obra Diana, en la que desvelaba algunos grandes secretos e intimidades de la que fue apodada la “princesa del pueblo”, y que contó con su estrecha colaboración, lo que lógicamente causó malestar en la el Palacio de Buckingham.
Ahora, en catorce bien estructurados capítulos, Morton aborda con idéntico rigor narrativo la vida de Isabel II, la reina de Inglaterra, recién fallecida, y en los ocho primeros describe de forma ya más o menos conocida la infancia, y juventud de la futura soberana, y su entronque con la historia de su familia, hasta el momento en el que su tío, el duque de Windsor, renuncia al trono, y es a su padre al que le corresponde llevar la corona del Imperio británico en años de especial dificultad en el contexto europeo y mundial. Ese giro de la vida, la situó en el primer peldaño de la sucesión al trono y la obligó, después de una clamorosa ceremonia de coronación, que la Humanidad contempló extasiada por la brillantez y el sumo respeto a la tradición y a la gloria del Imperio, a ejercer el reinado más longevo de la Corona británica.
Pero es en el capítulo 9, página 263, cuando la biografia alcanza su punto álgido, y el título – “Y entonces llegó Diana”- permite a la pluma de Andrew Morton diseccionar con gran habilidad el significado volcánico que la llegada de la joven aparentemente risueña y juvenil Diana supuso para la estabilidad de la Corona. Su conocimiento de Diana es base más que suficiente para que la biografía de la reina entre ya en las dificultades que Isabel II tuvo que liderar para embridar la calamitosa gestión que su hijo Carlos hizo de esta relación, y asimilar la proyección pública de una indómita Diana, que hizo cómplices de su situación anímica a los medios de comunicación que la apoyaron.
Morton insiste con acierto en la trascendencia que para Isabel tuvo la muerte de su padre, el rey Jorge VI, y en la inevitable dificultad que para ella supuso simultanear su responsabilidad pública con la condición de madre y esposa, pues al acceder al trono ya era madre de dos hijos, Carlos y Ana.
Morton describe con realismo la difícil inserción de Felipe de Edimburgo en la Casa Real admitiendo su disgusto por tener que aceptar que sus hijos lo fueran de la Casa de Windsor ante su mayor raigambre. Y con crudeza narra las vicisitudes sentimentales y morales de sus hijos Carlos, Andrés, y de su nieto Harry y de la esposa de este, Meghan Markle.
Por último, hay que destacar que Morton no tiene duda alguna a la hora de elogiar el carácter de la reina, que le ha permitido superar tantas crisis, tantas peripecias y elogia que ya en la postrimerías de su vida tuviera el gesto digno del mejor “British humor”, de participar en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Londres pronunciado la memorable frase de “Buenas noches, Míster Bond”.
Es, sin duda, La Reina, su vida el libro más riguroso que se ha escrito sobre uno de los grandes personajes del siglo XX, cuyo legado es difícil de igualar y que deja a su hijo Carlos III, recién coronado con el esplendor y la asombrosa liturgia de la Corona británica, ante el reto de mantener el culto a un símbolo y a la vez a actualizar su inserción en la sociedad británica del siglo XXI.