La novela del escritor irlandés Billy O’Callaghan (publicada en 2019 y traducida al español este año) trata de una pareja de amantes que se encuentra una vez al mes desde hace veinticinco años en hoteles de Coney Island para compartir una tarde de amor extramatrimonial. No muy lejos, en Manhattan, los esperan sus matrimonios fallidos que no se atreven a abandonar en aras de una comodidad económica ganada y compartida. Mejor infelices pero estables que dar un paso hacia la incertidumbre.
En sus encuentros, los espacios están tan descoloridos como los personajes. Coney Island, por empezar, ha perdido su viejo esplendor de vida, música y luces. “Porque Coney Island parece condenada al olvido. La decadencia se ha adueñado de todo. Y, sin embargo, en un día como ése todavía apetece estar allí, en ese lugar tan hecho a las cosas rotas que se ha convertido en su refugio” (p.26). El paisaje encaja con esta pareja que ya vio pasar la adrenalina de sus primeros años de encuentro, la juventud, y las primeras veces. Ninguno de los dos sigue creyendo en los sueños compartidos en voz alta de abandonarlo todo.
También las habitaciones de los hoteles que frecuentan reflejan la vida interior de los personajes. “Es una habitación limpia y sencilla pero decididamente aséptica, de la que se ha eliminado a conciencia todo atisbo romántico, la clase de habitación perfecta para mujeres a la fuga, viajantes y todos aquellos que desean desaparecer un rato sin que nadie los encuentre, los que necesitan un tiempo a solas para pensar en una buena –o incluso mala– razón para no colgarse dentro del armario o abrirse las venas con una cuchilla” (p.69). Las habitaciones son un lugar aparte de la vida cotidiana en el que desaparecen para simular una vida que no tienen.
Sus encuentros son un salvavidas para ellos, y durante sus horas compartidas reviven rituales aprendidos y ensayados desde hace veinticinco años de tardes entre sábanas duras en camas ajenas donde solo se puede tener sexo, conversar o tomar un café malo. Conocen bien su juego de miradas, caricias, comentarios lisonjeros y palabras de intimidad, un juego del que parecen no aburrirse. Pero el paso del tiempo no es gratuito; la decadencia les llega también desgastando sus cuerpos así como sus ilusiones. El envejecimiento tanto físico como del alma es uno de los temas centrales de esta novela cuyos personajes atraviesan la mediana edad.
En contraste con estos lugares, se encuentra el hogar de la infancia: la pequeña isla de Inishbofin en Irlanda, lugar de origen del personaje masculino de la pareja que, como O’Callaghan, es irlandés. Las añoranzas del hogar no abandonan a Michael, quien de joven se mudó a Nueva York alejándose para siempre de su origen y su familia. Las descripciones de una forma de vida que Michael sabe perdida, de trabajo en la tierra, y whisky y chimeneas por la noche, contrastan con el resto del libro por poseer algo de vida. En ellas hay también una reflexión por el paso del tiempo, percepción siempre más bien negativa. Sin embargo, las historias de esta Irlanda rural constituyen, a mi entender, la parte interesante de esta obra.
El resto del libro y su premisa, me ha recordado constantemente a un comentario que Vladimir Nabokov escribió al analizar Madame Bovary de Flaubert en su Curso de literatura europea. Nabokov dice que “el adulterio [es] la forma más convencional de elevarse por encima de lo convencional”. Michael y Caitlin se escabullen, antes que se elevan, de sus vidas de coche, casa y trabajo, para encontrar en una habitación de hotel lo que ellos llaman amor. Quizás a otra persona esta premisa pueda interesarle. No fue mi caso antes y durante la lectura.