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OBITUARIO

Se fue Fernando Botero, la pintura redonda y universal que surgió en el Caribe

Fernando Botero.
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Fernando Botero. (Foto: EFE)


lunes 18 de septiembre de 2023, 10:37h

Es triste el día en que fallece un hombre; no existe uno en que esto no suceda. Es triste el año entero, viéndolo así. No es que me deje ahumar por la melancolía sistemáticamente, es que suelo pellizcarme a diario para que no se me olvide que la felicidad a voces es una grosería, que no podemos dejar de pagar una cuota diaria por el dolor universal de los otros. Que tenemos todos una hipoteca compartida por nuestra misma condena a morir, seamos quienes seamos.

Se muere el pobre, se muere el tonto, se muere el esclavo... Todo artista ha sido en algún momento de su vida pobre, tonto o esclavo, o alguna de las tres realidades y, sin embargo, como dijo algún artista, algunos se acostumbraron incluso a vivir y a mandar como los dioses y los reyes, no logrando jamás dejar de ser esclavo de su compromiso; esclavitud esencial y sustancial, sublimada incluso.

Aunque Fernando Botero se hubiese acostumbrado a ver la mañana desde las almenas de un principado, no dejaría de rebuscarse, como todo hombre, el antiguo colchón que tantas veces salvó su vida, esa fe de cada cual que debe esponjar definitivamente en la zozobra final. Ha dicho su hija, Lina, que encontró en su estudio dibujos muy recientes, de apenas días, a pesar de sus dificultades físicas. Fueron la espumeante trama de las celulosas y la urdimbre de los lienzos segura búsqueda serena de su yo primigenio, aquel yo de suyo que un día de su adolescencia se echó a la aventura del mundo desconocido y agreste en los confines andinos del río Magdalena; el que le trajo a Europa para comprobar que el Renacimiento no había sido una bella historia de ficción; el que le llevó desde su Antioquía de azúcar al Mediterráneo del lujo turquesa.

Dicen que no supo guardar el tesoro colorista que había descubierto como natural garimpeiro, minero de la libre espontaneidad artística; que se enajenó por mor del ámbar rutilante y el oro de los grifos; impresionaba su yate, forrado de Boteros, que eclipsaban la nobleza y esplendor de los camarotes.
Botero fue un inmenso dibujante, uno grande de sensuales desnudos -delicadas cráteras carnales- y diestros toreros; demiurgo del movimiento que hace fluir la vida de los antros, donde se lleva el baile como una procesión interior, y el amor, como una danza lenta sobre la hierba. Lo dibujaba con la misma venérea despreocupación que Rafaello Sanzio yacía con su panadera romana.

Lo imagino muy jovencito, abriéndose paso en las riberas del río Magdalena -por entonces ya vendía sus cuadros'-, asombrándose ante la avanzadilla de los grandes cocodrilos americanos, los lamentos rituales de los perezosos o el vuelo emparejado de las aguilas pescadoras, digeriendo sus mejores hallazgos vivenciales, existencialistas o eróticos, propios de una edad conquistadora.

La consolidación de su discutido estilo único; tres experiencias maritales -el fallecimiento de la última, Sophia Vari, su gran amor, lo demolió - naturalmente desiguales en su complicidad con el artista; la prematura muerte de un hijo, Pedrito; sus hijos, Fernando y Juan Carlos, y su hija, la Lina de sus ojos; su éxito comercial absoluto; su afán del bronce, su era urbanita; su caída postrera en los críticos infiernos, cuando había sobrevolado las cúpulas independientes de la crítica razonable, como la de Luciano Caprile; los museos que le ha dedicado su querida Colombia... "Una vida extraordinaria", la ha resumido su hija; como debe ser cuando se ama

Todo lo que a aquel joven artista que se aventuró en el Gran río de la Magdalena le estaba esperando en la desembocadura del Caribe.

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