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TRIBUNA

Os veo venir, señores moralistas

lunes 18 de septiembre de 2023, 19:38h

Los prebostes cejijuntos con cara de jueces y con oratoria oliendo a vinagre siempre han sido los regidores perfectos, más incluso que aquellos otros que se raspan los colmillos, como aquel socialista Mitterrand, presidente de la República de Francia, que incluso se hizo la cirugía maxilofacial para dar mejor imagen, con sonrisa Profidén. Contra la opresión gubernativa hipócrita de diente afilado, Mesonero Romanos, “el curioso parlante”, como si de un anarquista radical se tratase, cuando en realidad fue un apacible burgués rechonchete y bonachón, bibliotecario y archivero del Ayuntamiento de Madrid, pero al mismo tiempo uno de los grandes genios del sarcasmo de la literatura española, de humor finísimo y corrosivo pero no cruel, e incluso tierno, socarrón y benévolo, y que no soportaba la fealdad, escribe: “El elector tiene en primer lugar el derecho de pagar las contribuciones ordinarias de frutos civiles, paja y utensilios, cultos y clero, puertas, alcabalas, etcétera, amén de las extraordinarias que juzguen conveniente imponer los que de ellas hayan de vivir. Tiene la libertad de pensar que le gobiernan mal, siempre que no se propase a decirlo, y mucho menos a quererlo remediar. Puede, si gusta, hacer uso de su soberanía llevando a la urna electoral una papeleta impresa que le circulan de orden superior. Está en el lleno de sus prerrogativas cuando hace centinela a la puerta de un ministerio o acompaña a una procesión, uniformado a su costa con el traje nacional. Da muestra de su aptitud legal y representa la opinión del país cuando, abandonando su taller o su mostrador, va a escuchar como jurado la acusación y defensa de un artículo de periódico, que para el fiscal es subversivo, y para él es griego. Y ejerce, en fin, una envidiable magistratura cuando emplea su influjo y diligencia para que el uno sea alcalde, el otro regidor, éste oficial de su compañía, aquél jefe de su escuadrón. Verdad es que también se toma la libertad de no pagar, por la sencilla razón de no tener con qué tener” (1).

Pero a estos cejijuntos del porte del criminal nato diseñados por Cesare Lombroso les funciona, y todo el mundo suspira por ser como ellos, maestros de la variolización o inoculación del polvo de sus propias costras variólicas secas. Si nos fijamos en el antes y el después, vean cómo –apenas ocho días eran pasados- a cambio de tantos favores al pueblo, se cortan la coleta y amaneran su gesto. Los leones rugientes bajan la voz y moderan sus ínfulas sin perder el mando. De todos modos, este comportamiento es, como dijera Ovidio, más perenne que el bronce y vale para cualquier evo: “Con un balance de cerca de ocho mil muertos el gobierno tuvo que enfrentarse a la petición de Abd-el-Krim para liberar a los prisioneros españoles, de cuatro millones de pesetas, lo que hará exclamar, en frase que se atribuye a Alfonso XIII: ‘qué cara cuesta la carne de gallina’” (2). Cara y, con varios idiomas en el Parlamento, aún más cara.

Pues ahí anidan, aunque sea en la peluca del ujier. Algunos cambian su zarrapastroso aliño indumentario cuando llegan al Parlamento con su zamarra pastoril o sus panas malvas y su nimia inteligencia, y en ese momento asientan sus posaderas curules en el correspondiente sillón, lo cual no es sino la vocación que tuvieron desde que eran pequeños ratones colorados. En sus flagrantes salones palaciegos y en sus corredores de pasos perdidos, la burguesía que se presentaba como progresista y decía no querer bellas estatuas ni caballos frigios, lo que ahora desea es notoriedad, que no falten las buenas mozas o mozos ni los pibes descomunales, algunos de los cuales, los más rebeldes o libre/sumisos, haciendo ostentación de su porte exótico e inverosímil, se dejan creer barbas y melenas, únicos benes raíces de que disponen, a lo cual se añaden tatuajes hasta en el trasero y la entrepierna. Semejante fauna y preñez de España, segregando perennidad de un solo día, me recuerda en ocasiones al rebelde Ovidio, el cual, reprendido por su padre por su intemperancia poética, le contestó: Iuro, iuro, pater, numquam componere versus” (3), pero eso ¡se lo decía en verso!

De todos modos, no vamos a negarle a este popolo minuto su enorme habilidad para caer de pie como los gatos, caigan como caigan, ni para quedar arriba como el aceite; los contratiempos son su tiempo, desaparecen y reaparecen como el río Guadiana portando distintos pendones al pie del Guadalete, lo cual quizá se deba a su daltonismo, ya que su vergüenza, que era verde, creyendo que era roja o amarilla, se la comió el perro. De todos modos, no importa el color de la bancada, sino el triscar, la mamandurria. Un amigo mío los llamó PUP hace muchos años, políticos unidos polivalentes, pues son políticos trincones y triscones, ya sea en sus propios bandos o en los contrabandos.

Lo que no veo en sus reclinatorios son libros, aunque sí manuales para el insulto y el auto/indulto. ¡Oh, alma ancha y espaciosa, puerta grande de la cultura del libro! Rousseau cuenta que la escasez de recursos de cada ciudadano culto fue una de las razones decisivas para la multiplicación de sociedades de aquella cultura tan característica del último siglo y medio del Antiguo Régimen (4). Por eso tenían tanta animación esos centros, a diferencia de los salones de cultura y bibliotecas edilicias de hoy, cuyos espacios se encuentran vacíos, horros de lectores y de contertulios. He ahí la diferencia básica entre la cultura popular y la oficial, compárese simplemente con la parla imparable de los que, en lugar de leer, creen que con su móvil, convertido en vara de Moisés, hacen brotar torrentes de agua de las duras peñas. ¡Y vayan ustedes con anacreónticas y cartas en vitela a esos señores que a los veinte años tienen ya carcomida la oreja! Semejantes desventurados ya no leen y sólo parlotean, sea ello adecuado o inadecuado, el caso es disparar:

“-Dispare una bala a ese buque, sargento

- El buque no está a tiro, mi general

- Pues dispare usted toda la batería”.

Lo que pasa es que esos disparos son por elevación y con balas de fogueo, tiros de escopetas de feria, del pin pan pun de los polichinelas, pero con formato de ardientes proclamas, manifiestos chillones y otras paraliturgias que desembocan fatalmente para el pueblo y beneficiosamente para la casta en elecciones y reelecciones: negocio redondo, sin novedad en las cestas de la compra, cada vez más entristecidas y con retortijones. Lo malo es que nadie se planta y dice: que les “boten”, que se vayan. Mas ¿cómo podrían irse ellos si vamos a ellos tan contentos como ratones a las sucias cloacas seducidos por el flautista de Hamelín?

El asedio de la ciudad de Jericó se prolongó siete días durante los cuales los israelitas marcharon alrededor de las murallas. Al séptimo día, los israelitas rodearon Jericó siete veces e hicieron sonar las trompetas, a cuyo sonido “comenzaron a gritar a voz en cuello y la muralla de la ciudad se vino abajo. Entonces avanzaron directamente contra la ciudad y la tomaron”. Habiendo todavía, pese a su disminución, tantos lectores de la Biblia, ¿por qué hay tan pocos usuarios que al menos den un empujoncito al sistema?

1. Ibi, p. 147.

2. Sánchez, C: Los viajes del rey Alfonso XIII a las Hurdes, 1922 y 190. Ediciones 19, Madrid, 2022, p. 21.

3. Tristitia 4,10, 24-25.

4. Andrés-Gallego, J: Historia de la gente. Ediciones 19. Madrid, 2016, p. 144.

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