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Ensayo

James Salter: En otros lugares

domingo 02 de junio de 2024, 23:30h
James Salter: En otros lugares

Traducción de Aurora Echevarría Pérez. Salamandra. Barcelona, 2024. 251 páginas. 21 €. Libro electrónico: 9, 99 €.

Por Matías Jaque Hidalgo

Casi exactamente un año después de publicar sus Cuentos completos, la editorial Salamandra ofrece ahora, para completar una merecida biblioteca en español del escritor norteamericano James Salter, una colección de sus crónicas de viajes, 18 textos que, a través del lenguaje cristalino del autor, nos llevan desde la campiña francesa hasta las pistas de esquí de los Alpes suizos, pasando por cementerios parisinos y excursiones en bicicleta por las islas meridionales de Japón. Relatos que son, sobre todo, una ventana a cómo el escritor ‒puesto en el lugar de un testigo sereno, imperturbable‒ modela esa peculiar perspectiva, ese ritmo narrativo único que se despliega en plenitud en sus novelas y cuentos.

Acaso existen dos grandes motivaciones para viajar: encontrar el origen, la propia identidad, y encontrar a los otros, a los diferentes. En rigor, para ninguna de las dos cuestiones es imperioso salir de casa. Onetti ostentaba la fama de no salir jamás de su habitación (y poca gracia le haría, pues, el anti-onettiano consejo de “no te quedes en la habitación del hotel. Ése es el único lugar donde eres vulnerable”, que Salter oye de alguna italiana rica que se encuentra en el camino); y sabido es que Kant ‒en cuya autoridad se apoya Salter para enarbolar un panegírico de los valores de la civilización europea, cuyos “puntos fuertes son verticales, es decir, profundos” ‒ no abandonó jamás su Könnigsberg natal.

Pero el Salter de estas crónicas, que a ratos se nos aparece como un solitario intelectual deambulando en su chaqueta de tweed, a ratos como un anodino turista americano que, sin despertar suspicacias, busca restaurante en cualquier balneario europeo del sur, no es ni Onetti ni Kant, y se echa a andar por los caminos siempre atento al encuentro con una herencia o una historia. En estas crónicas conviven, sin aparente conflicto ‒y a veces en el marco de la misma página‒, comentarios críticos sobre la mejor guía Michelin para elegir restaurante en Italia junto a sutiles estampas hopperianas ‒“una tarde, mientras miraba por la ventana, vi en una habitación iluminada del edificio de enfrente a una mujer…”‒ que se adivinan como relatos incipientes, pequeñas cerraduras por las que atisbar vidas ajenas.

Tales observaciones cuajan, a veces, en memorables microrrelatos: un hombre que pierde toda su fortuna cuando, por temor a que su joven y poco fiable esposa la herede, decide transferírsela a su hermano, quien ya nunca se la devuelve; una cantante italiana cuyo gesto orgulloso y seductor esconde una historia de abuso colectivo, tan brutal como corriente, ante el que ella “perdió toda esperanza”. Y así podríamos, entre recomendaciones de hoteles y pistas de esquí, seguir con unos cuantos ejemplos más.

Pero, como decíamos más arriba, Salter viaja también porque, como buen americano provisto de una educación tradicional y dotado de sensibilidad literaria, busca el origen, busca Europa. Sin embargo, el hallazgo de un origen cultural compartido coincidirá siempre con la constatación de su caducidad, un sentimiento de pérdida que es, en suma, constitutivo de ese legado agridulce que se recibe. Sobre el ocaso de la Francia que conoció en su juventud, apunta: “Pensábamos que habíamos heredado la historia, pero no éramos más que una parte de ella, las múltiples hojas”, también, por supuesto, destinadas a pasar; al recordar las ruinas romanas que se extienden por el Mediterráneo, apunta que estas “transmiten un mensaje inquietante: esto fue imperial, esto fue duradero, esto ya no existe”.

Tal vez estas crónicas no sean la puerta de entrada ideal para conocer al autor de Años luz o Juego y distracción, para lo cual, ciertamente, sirva mejor cualquiera de estas novelas, o la colección de cuentos que ya hemos mencionado. Pero sí son, desde luego, un documento inestimable para quien, una vez ya iniciado, quiera observar un poco más de cerca cómo se afina el lente narrativo del autor. Y es que hay algo que, en esta búsqueda de origen y de alteridad, conduce irremediablemente a la ficción, como si incluso aquellas experiencias que consideramos más próximas al orden material ‒un día perfecto hacia el final del verano, por ejemplo‒ no hicieran sino, cuando se llega a comprenderlas, enrostrarnos que solo pueden vivir en la memoria, en el relato. Termino con el que, a mi juicio, es uno de los fragmentos más logrados y bellos del libro: “Esta no es la vida que estamos viviendo. Es su recompensa, y es bella porque parece eterna y porque sabemos perfectamente que no lo es”.

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