Ateos y otros creyentes
sábado 29 de noviembre de 2008, 21:24h
La British Humanist Association insertará próximamente en treinta autobuses de Londres un letrero con el siguiente mensaje: “Probablemente no hay Dios, así que deja de preocuparte y disfruta de la vida”.
La razón de esta insólita campaña publicitaria es sacar a los ateos del armario y denunciar los privilegios de que disfruta la religión en la ley, la educación y los medios de comunicación.
Sus promotores no piensan que los ateos constituyan una minoría oprimida, sino una mayoría sin organizar, a merced de los grupos religiosos organizados. Esto también podría expresarse así: ha llegado el momento de que el ateísmo se convierta en un credo y una militancia.
Se ve que el Dios de los ateos protestantes debe ser bastante desabrido –mucho más que el Dios de los ateos católicos- porque es difícil comprender que su existencia produzca más preocupación que su inexistencia, siendo además la causa de que la gente no disfrute de la vida. Por otra parte, llama la atención que una campaña tan agresiva arranque con ese frío “probablemente”. Probablemente, o sea, tomando en cuenta lo que sabemos del universo, no debería haber vida sobre la Tierra, aunque la hay. Tampoco es probable que nos toque el gordo de la lotería, pero ello no impide que compremos algún décimo.
¿Qué clase de ateo es este que no rechaza categóricamente la existencia de Dios, sino que la envuelve en el manto de la probabilidad?, ¿hay, llegado cierto punto, alguna diferencia entre una fe consistente en creer en algo y una fe consistente en no creer en ello?
Hasta hace muy poco, el hombre racional presumía de otorgar más importancia a lo que conoce que a lo que ignora. Exactamente lo contrario hacía el hombre de fe. Los ateos se nutrían principalmente del primer grupo. Hoy parece que su cantera está en el segundo. El cambio demuestra una vez más que lo verdaderamente importante no es lo que se cree, sino cómo se cree.
Con las razones esgrimidas para convertir el ateismo en credo y militancia cabría la posibilidad de que cualquier demente fundara las organizaciones más peregrinas, por ejemplo, el club futbolístico de los enemigos del fútbol, una actividad que goza de más prerrogativas legales, educativas y comunicativas que cualquier religión. La pregunta es: ¿se aspira con estas ocurrencias a convencernos de que ninguna inteligencia rige el mundo?
Verdad que al fondo aletea algo muy serio: la constatación de que los estados no asumen como Dios manda su constitucional aconfesionalidad. Se trata de algo evidente, un hecho que enfurruña a los más radicales, pero no estaría de más recordar, en disculpa del Estado, que la democracia se jugó su ser o no ser combatiendo el horror totalitario, y que bastante peor que un Estado apático es un Estado que quiere llegar a todas partes. Además: ¿qué iba a ser entonces de las ONG?
Los principios son como los reglamentos: tomados al pie de la letra conducen a resultados demenciales. Consideremos, por ejemplo, la actual pelotera sobre el crucifijo, ahora en el ojo del huracán (¿quién inventaría esta fórmula pedante para referirse al agujero del que salen las ventosidades periodísticas?) Puestos a aplicar a rajatabla el principio que exige que el Estado suprima los símbolos religiosos de la escena pública, ¿no habría que retirar también de la calle las estatuas de Cibeles y Neptuno? La cosa, en sí misma, no tendría, por supuesto, demasiada importancia: bastaría con trasladar ambas fuentes a un museo. Pero, entonces, ¿dónde harían sus abluciones los neumatómacos del Atleti y del Madrid?
En fin, y como decía el clásico, manda huevos.