Ansón y la cúpula de Barceló
sábado 31 de enero de 2009, 16:49h
Si llego a saber que el señor Ansón iba a tomar un vuelo privado para ir a ver la cúpula de Barceló le hubiera pedido que me invitara. A mí, con la crisis, el sueldo me da sólo para mirarla por internet, cosa de la que tampoco me quejo pues he oído decir que las estalactitas del mallorquín tienen muy mala leche. Lo siento de todas formas porque al leer el artículo de nuestro presidente, tan transparente en la invectiva, he comprobado con estupefacción que no comprendía nada de nada. ¿Será la dificultad del panegírico o la imposibilidad de hablar con claridad del arte abstracto? No lo sé. Lo que sí que se es que, de haberlo acompañado, luego, al regresar de Ginebra, entre ellas, el señor Ansón habría sabido disipar todas mis dudas.
Ansón dice cosas cuyo sentido se me escapa y también otras sumamente claras; particularmente estas dos: que el arte abstracto está acabado y que su consumación ha tenido lugar justamente en la Cúpula de Barceló, que él compara con la Capilla Sixtina. Ambas observaciones son muy atinadas, aunque, tal vez porque es periodista, se ha limitado a apuntarlas. Yo, con su permiso, me voy a tomar la libertad de comprobar qué ocurre si las ponemos en conexión. A veces, cuando juntamos dos cables sueltos, surge una luz.
Miguel Ángel pintó la Creación en la bóveda de la Capilla Sixtina de acuerdo con el relato del Génesis y un programa cuidadosamente elaborado por doctos teólogos. Barceló lo ha emulado en el Salón de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, y aunque ha trabajado sin limitaciones iconográficas, la conciencia de estar haciendo algo similar a lo que hizo el artista florentino ha debido repercutir en su tarea. El paralelismo no se reduce, sin embargo, sólo a esto, tiene que ver también con la función asignada a ambas obras. La Iglesia fue durante siglos, para los reinos cristianos, una instancia de mediación y la Capilla Sixtina desempeñó a menudo funciones parecidas a las que ahora tienen los salones de Naciones Unidas.
Que la bóveda de la capilla de los Papas se consagrara al tema de la Creación no es casual. Tampoco que su momento iconográfico decisivo sea la Caída, por obra de la cual quedó el hombre condenado a vivir en un mundo desprovisto de sentido. Es este el hecho crucial con relación al cual se justifica la venida del Cristo, al que se contrapone en las paredes laterales a Moisés, personificación de la antigua ley, y cuya apoteosis se representa en el Juicio Final, pintada por el propio Miguel Ángel en el testero principal de la estancia. La idea que preside el conjunto es la de que Dios no olvida del hombre, aunque el hombre se olvide de Dios. Todos los cristianos, a pesar de sus discrepancias, comparten esta creencia. Miguel Ángel y sus asesores lo sabían muy bien y, por eso, le dieron al tema en aquel lugar el relieve que merecía.
La cúpula de Barceló tiene que ver también con la Creación, concebida no ya en los términos del relato bíblico, sino de acuerdo con la imagen científica actual. Quienes la han contemplado coinciden en afirmar que lo que allí se representa es algo así como el principio. Unos hablan del mar originario del que surgió la vida, otros de las cavernas prehistóricas, del big-bang, del magma genético o de los coacervados. Vemos solamente lo que sabemos, y como lo que hoy sabemos no pertenece al mundo de las formas, sino al más allá que escudriña la ciencia, lo más abstracto resulta ser, para nosotros, lo más concreto.
Ansón está en lo cierto: el arte abstracto ha alcanzado su fin, pues, sin salir de la abstracción, se ha convertido en un lenguaje plenamente significativo. Los profetas y las sibilas de Miguel Ángel acaso digan algo todavía a algunos occidentales, pero la obra de Barceló se dirige a todo el mundo, habla todas las lenguas porque no habla en ninguna. ¿Puede concebirse algo más apropiado para un lugar en el que los hombres se reúnen a fin de entenderse?
La vanguardia es la respuesta crítica a una tradición que se fue definiendo como aquello que debía ser abolido. De esta forma se cumplía el programa fundamental de la Ilustración. Un mundo nuevo anhela una identidad nueva y ello implica la destrucción de las viejas formas. Muchos artistas han comparado este proceso de destrucción con la búsqueda de lo absoluto de Miguel Ángel. Ahora, cuando el arte abstracto llega a su fin, lo que salta a la vista es que el pensamiento humano ha cambiado, y que lo ha hecho de tal modo que es capaz de reconocerse en el caos, de reconocer en el caos su origen y su inteligibilidad. Un mundo sin significado no es ya una carga, sino el lugar perfecto para la libertad. No hay cabida aquí para el paraíso o la tierra prometida. Somos sólo y nada más que este mundo. Es lo que Barceló ha representado en el salón de Naciones Unidas y lo que, según parece, ha llenado de entusiasmo a nuestro presidente.