¿Es amor?
miércoles 13 de febrero de 2008, 20:38h
Me van a tener que perdonar, pero no me puedo resistir a escribir de amor un 14 de febrero. Es cierto que en la actualidad la fecha se ha convertido en una almibarada cita cursi y, sobre todo, comercial, pero, ¿no ha ocurrido así con todo? Despojamos a cualquier celebración de su espíritu y nos lanzamos a una competición para ver quién hace o recibe el mejor regalo, o se va más lejos de viaje, o cena en el restaurante más caro y con más velitas.
Ya ven, soy una romántica algo trasnochada, de las que aún creen que nada ha mudado en el sentimiento del amor a lo largo de los siglos. Escribió Lope de Vega: "Vienes y vas amor; pero no eres poderoso ni igual en tus extremos, porque bien sabes que si matas mueres. Comienzas bien; pero tu mal tememos, porque vienes, amor, cuando tú quieres, y no te puedes ir cuando queremos", y para mí son unos versos totalmente vigentes. Reconozco que me sorprende la capacidad de la que parecen disfrutar algunos para desenamorarse y volverse a enamorar en cuestión de semanas. No lo critico, al contrario, me da envidia, aunque en el fondo no me lo acabe de creer. Y por muy hiperactivo que cuenten que es Sarkozy, a mí, que un hombre precisamente tan pasional, sea capaz de desenamorarse de una mujer por la que, al parecer, andaba loco desde que la conoció y de volverse a enamorar en tres meses, incluso con intención de formar una familia, no acababa de cuadrarme. No imaginan lo tranquila que me dejó el sms que, dicen, le envió a Cecilia ocho días antes de volver, por tercera vez, a dar el gran paso.
Me habría gustado contarles una historia de amor del Madrid de los Austrias que tuviera un final feliz, pero para que algo se convierta en leyenda su final ha de ser trágico. Y nada más funesto que asistir a la caída de un hombre intelectual y con éxito a manos del amor no correspondido. El suicidio de Larra en el segundo piso del número tres de la calle Santa Clara, esquina con la calle Amnistía, reunió todos los ingredientes para convertirse en mito del romanticismo. Lo que en Larra era una pasión, parece que en Dolores Armijo, su amante, era tan sólo un capricho. Después de años de sufrimiento, la tarde del trece de febrero de 1837, Dolores acudió a casa del escritor para pedirle que le devolviera sus cartas, anunciándole, de paso, que iba a viajar a Manila para volver con su esposo. Todavía no había llegado la dama a la cercana calle de Santiago, cuando se escuchó el tiro que el enamorado se pegó en la sien. Fue el fin. También el de ella, aunque en su caso no fuera intencionado. El viejo mercante en el que zarpó Dolores se hundió a la altura del Cabo de Buena Esperanza y no hubo supervivientes. Curiosa la vida, ¿verdad?
Escritora
ALICIA HUERTA es escritora, abogado y pintora
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