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La libertad política

Enrique Aguilar
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enrique_aguilarucaeduar/15/15/19/23
miércoles 10 de junio de 2009, 19:30h
Al promediar el siglo XVIII, el filósofo escocés Adam Ferguson supo ver en la declinación de los hábitos republicanos uno de los peligros que se ocultaban en el horizonte de las emergentes naciones comerciales. En efecto, pensaba que el afán de riqueza y el disfrute de los goces privados podían traer aparejado el costo no desdeñable de la indiferencia pública y, consecuentemente, de la opresión. Su conclusión resultaba elocuente: “Political rights, when neglected, are always invaded”.

La fórmula venía a cifrar una preocupación de más en más recurrente, a saber: que las libertades civiles no pueden subsistir sin algún tipo de compromiso ciudadano. En otras palabras, que una sociedad despolitizada, lejos de contener al poder, contribuye sin quererlo a la causa de la tiranía.

De ahí que el ejercicio de los derechos políticos fuera considerado como una verdadera salvaguardia para la libertad individual. ¿Significa esto que entre libertad política (entendida como libertad de participación) y libertad civil (entendida como ausencia de coerción) existe tan sólo una relación de medio a fin? ¿O es también aquélla un fin en sí mismo, que nos enriquece como personas y que, por lo mismo, debemos perseguir y defender como se defiende la libertad de opinión o el derecho de propiedad?

Raymond Aron supo dar una respuesta satisfactoria a estos interrogantes. Es cierto, decía, que el sufragio y la competencia de los partidos no son sino procedimientos para elegir a los gobernantes, que no determinan ni con mucho los objetivos que se propondrán alcanzar. Pero esos procedimientos, en la medida en que se respeten, posibilitan el traspaso regular del poder constituyendo, además, “una oportunidad para instruir a los hombres, para hacerles capaces de razón y de moralidad”. “Un poder no legítimo (continuaba Aron), al que se está forzado a someterse, degrada a los que no pueden evadirse de él pero no quieren respetarlo. Así, pues, la libertad política contribuye a hacer a los hombres dignos de ella, a hacer de ellos ciudadanos, ni conformistas ni rebeldes, críticos y responsables”.

Me parece un argumento atendible. Después de todo, como escribiera Allan Bloom, si es verdad que la democracia liberal comienza partiendo de intereses egoístas, también lo es que “esos intereses pueden sublimarse en un interés común fundado en nuestros comunes padecimientos”.

Enrique Aguilar

Politólogo

ENRIQUE AGUILAR es director del Instituto de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Católica Argentina

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