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Filosofía para la vida pública

Mariana Urquijo Reguera
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lacajadelostruenosyahooes/18/18/24
domingo 26 de julio de 2009, 18:04h
El que profane las leyes será el máximo enemigo de la ciudad” dijo Platón cuando era viejo.

El otro día me encontraba en un lugar y en una circunstancia extrañísima. Sobretodo para el mundo exterior. Léase, el mundo exterior a la filosofía. Estaba en unas jornadas de filosofía que planteaban problemas sobre el arte y la política.

Seguramente, bajo ese rótulo, nadie podrá imaginarse fácilmente de qué se habló allí. La cosa iba sobre política, pero se hablaba en unos términos en los que el político no piensa y en los que la opinión pública no entra. Ésta, por otro lado, suele ser una característica de la filosofía: hablar de lo que, como dice Rajoy, “le importa a la gente”, pero en unos términos que la gente no suele entender.

Repasemos los problemas:

A los filósofos se les suele acusar de hablar y escribir oscuramente. Y a veces es verdad, pero en la mayoría de los casos se trata de un déficit del lector, que por falta de formación, hábito e interés, no logra sacar partido a lo que los filósofos hacen.

Si bien la filosofía suele ser una materia obligatoria de las escuelas, el resto de la formación y la vida diaria de nuestra sociedad, lejos de fomentar el gusta por la sabiduría y el hábito de la reflexión y la crítica, tienden a mantenernos en un placentero punto superficial, donde sabemos pero no sabemos, intuimos, pero no nos adentramos. Y esta falta de curiosidad por la profundidades de los humano y de lo social, es lo que conviene sobremanera al político.

Este interés es el que logra que cuando los políticos se contradicen, dicen banalidades, mienten, ocultan y repiten mil veces la misma mentira, los ciudadanos, mareados desde tiempos inmemoriales, no reaccionen.

El interés de la política por ser ella misma superficial de cara a la galería y por ende, dirigirse a una ciudadanía con un nivel de educación lo más bajo posible, es todo un uno.

El interés de la política por lo tanto deja de ser el gobierno por el bien común y nos encontramos con los políticos que ni aún haciéndose las leyes a medida, cumplen las leyes. De este modo, se convierten en enemigos de los ciudadanos.

Y es que la filosofía conviene a la vida, y en grado sumo a la vida pública, de políticos y ciudadanos. Pero se entiende, que se vive mejor olvidando y no pensando.

Cuando Platón escribía la frase que preludia estas líneas, no estaba divagando, estaba intentando establecer cuáles son las condiciones mínimas y máximas que deben cumplir los gobernantes de las ciudades. Más allá de su primer libro sobre cómo debería regirse una República, hizo dos intentos prácticos para aplicar sus ideas, producto de la experiencia de una vida, pero la ciudad de Siracusa no acogió placenteramente sus consejos y ello casi le cuesta la vida.

Cuando todavía era más viejo, siguió pensando en cómo hacer para gobernar a los hombres, por los hombres mismos, sin injusticia y sin demagogia, esas dos características que una y otra vez se repetían en todo el que llegaba al poder, entonces, y ahora. Y de ahí salieron Las Leyes. Último texto de Platón que lejos de ser un idealismo y una construcción utópica, enfrenta las pasiones humanas relacionadas con el poder directamente. Y para todo ello, propone medidas, estructuras sociales, derechos inalienables y sobre todo, un corpus de Leyes que, de ser perfectas, y aun siendo un producto humano, perdurarían más allá de la Historia. Es decir, no estarían sujetas a las turbulencias de las circunstancias ni a los antojos de los políticos de cada tiempo.

El que quiera ver un paralelismo con nuestra actual constitución, puede verlo. Pero se trata de hacer una crítica incluso a esa constitución, que con menos de 30 años ya se quiere cambiar y utilizar. Una crítica a la utilidad de nuestras leyes actuales, que sólo sirven para unos.

El hecho de que las leyes humanas perduren una buena cantidad de tiempo, logra que las propias leyes actúen como entes de gobierno, sin la interferencia de pasiones, ambiciones y despotismos individuales. Y es en ese marco cuando Platón afirmó, que el que se pusiera en el lugar de las leyes (que no es lo mismo que incumplir las leyes), se convertiría en enemigo del bien, de la justicia y de la libertad de los ciudadanos. El que destronase el impersonal lugar de las leyes, se postularía como emperador no electo, no deseado, no buscado, y en ese caso, el mayor enemigo público que se puede conocer.

Toda analogía con la realidad no es coincidencia.

Mariana Urquijo Reguera

Filósofa, profesora e investigadora.

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