En el reino prometido del ruido
jueves 19 de noviembre de 2009, 21:52h
España es un país maravilloso en muchas cosas: el sol brilla generosamente; la temperatura es benigna casi todo el año; se come de miedo; el paisaje es variado y precioso y los hay para todos los gustos; los ciudadanos son en general alegres y simpáticos… en fin, que a pesar de la apocalíptica crisis económica en la que nos está sumergiendo nuestro inepto presidente del gobierno, España es un lugar envidiable. Pero, pero, pero…
Yo no sé ustedes, pero yo tengo el oído muy fino. Adoro la música clásica, el jazz, la bosanova y ciertas bandas de rock y de pop. También disfruto enormemente del silencio del campo, del canto de los pájaros y del susurro del viento en las hojas de los árboles de hoja caduca; el bramar del mar me provoca delicioso placer, y el ulular del viento en las noches tormentosas. Sí, en definitiva mis oídos me provocan grandes placeres y alegrías. Sería una gran tragedia volverme sorda. Y de hecho, no es un temor neurótico, porque resulta que vivo en España.
España, lugar de individuos extrovertidos, es un país en el que se grita mucho, y el nivel de ruido en general es alto. Lo que más sorprende a muchos españoles al viajar a Helsinki, es lo silenciosa que es la ciudad, caminas por la calle y apenas se oye nada. Pero Madrid… Madrid es otra cosa: la gente grita en las calles y en los bares; los coches rugen y los temperamentales conductores abusan del claxon; las eternas obras de las calles causan más estruendo que siete tormentas eléctricas juntas. Y lo peor de todo: los bares, las discotecas y los clubes nocturnos, cuyos dueños se han puesto de acuerdo en dejar sordas a todas las nuevas generaciones de españoles (y a las viejas que se aventuren a entrar en esos antros de perdición y humos nocivos). Señores, la situación es grave, se trata de una gran conspiración de la sordera. Quizás estén compinchados con los políticos, quizás piensen que una generación de sordos será más manejable. No lo sé, pero estoy alarmada, y sobre todo cabreada.
Yo apenas voy a clubes nocturnos porque no soporto el humo del tabaco y menos aún el ruido infernal. Pero vivo encima de un club nocturno y todas las malditas madrugadas sufro porque oigo el satánico batir de los bajos, y a veces, hasta las melodías que escupen los bafles. Me quejo al dueño y me dice que su local está aislado y que sus máquinas de música tienen un limitador que no permite que la música suba más alto de los niveles estipulados por ley. Bien, yo digo que la ley ha estipulado unos niveles demasiado altos, porque vivo en un tercero y desde el bajo me llega perfectamente audible el fragor de los monstruos electrónicos, ¡y me tortura!
Quizás la mayoría de los españoles sufran de cierto grado de sordera, y por eso la ley no entiende que los decibelios permitidos son demasiado altos. Sucede en los pueblos también, donde en las fiestas se pone la música tan alta en la plaza que nadie en el pueblo puede dormir. ¿Qué pasa con los españoles que aman locamente la música tan alta que les parte los tímpanos? Yo soy española, pero mis oídos son definitivamente finlandeses, y no me adapto a los decibelios de este país. Quizás tenga que crear la Sociedad Protectora de Oídos. ¿Se apunta alguien?