Madrid a lo Mad MAX
jueves 03 de diciembre de 2009, 22:30h
La otra tarde, ya anochecida, nos dirigíamos mi hija y yo a los Jardines de Lepanto para que ella se columpiase un rato. Pero, nuestro gozo en un pozo, al llegar vimos que un oscuro vagabundo maleaba entre los columpios y se dirigía al pie de un árbol para realizar sus necesidades como si de un retrete se tratara, tras lo cual, buscó sus cartones y se hizo un nido en el tobogán de madera. Las dos nos quedamos mirando y pensamos que quizás no fuera una gran idea ir a columpiarnos. Además, en uno de los bancos, otro vagabundo se había hecho la cama. Mi hija se enfadó, y me preguntó que porqué la policía no echaba a esas personas de ahí, que ella, que era una niña, no podía ir a columpiarse al parque de los niños porque había adultos extraños, haciendo cosas que no se deben hacer en el parque. Y no le faltaba razón.
En esta democracia que todo lo tolera, que es tan buenista, tan igualitaria y tan fenomenal, yo, que soy una ciudadana decente (léase, pago mis impuestos, trabajo y soy productiva respecto a la sociedad, cumplo con la ley, etc.) no tengo derecho a montar mi tienda de campaña en cualquier playa, pero estos hombres y mujeres que viven al margen de la sociedad, tienen derecho a montarse sus chiringuitos, a mear y a cagar en los parques infantiles. No sé, no me parece nada sensato, racional, agradable ni consecuente. Y a mi hija tampoco.
Mi hija propuso que porqué la policía no se los lleva al campo a vivir en granjas, donde estas personas sin hogar trabajen la tierra, cuiden plantas y animales. ‘Serían mucho más felices ahí, en la naturaleza, haciendo cosas útiles y buenas, y no molestarían a los niños ni a las personas mayores de la ciudad con su suciedad, sus cartones, sus cacas y sus pises por todas partes… yo no me hago pis en las calles, ¿verdad?’ Me pareció una gran idea, pero le expliqué a mi hija, que en esta democracia tan fenomenal y buenista una idea así llevada a cabo sería considerada un acto de fascismo, la gente buenista consideraría que sería como llevarlos a campos de concentración. Mi hija se rió con mofa: ‘¿un campo de concentración una granja bonita donde ellos puedan cuidar plantas y animales? ¡Qué estupidez! Es mucho peor vivir en la calle, de la ciudad pasando frío.’ Y no le falta razón.
Además, los sin-techo suelen tener graves problemas psíquicos, si la democracia se preocupa tanto por el bienestar y la igualdad de sus ciudadanos, ni mi hija ni yo comprendemos cómo los gobiernos ignoran a estas personas enfermas que ni siquiera son capaces de procurarse un hogar ni comida. Si ellos no pueden, el estado debe custodiarlos, y más aún cuando están empeorando la calidad de vida de los ciudadanos que sí se adaptan al sistema (y se comportan cívicamente), al convertir las ciudades en escenarios salidos de la película Mad Max.
Mi hija se preguntaba si al día siguiente podría o no bajar al parque a columpiarse, y si no sería necesario traerse una máscara de gas, un mono y guantes para no morir de la peste ni contagiarse de bacterias, porque al fin y al cabo, ese indigente ha convertido el parque infantil en su cagadero.