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Feos y malos

Laila Escartín Hamarinen
jueves 24 de diciembre de 2009, 17:56h
En el reino animal rige la ley de la jungla, el más agresivo es el que se lleva las mejores piezas, tanto en comida como en hembras y territorio, y la batalla por la existencia no conoce piedad. El ser humano es un animal mamífero, cuya inteligencia y cultura, a medida que aumentan, lo alejan más y más de sus orígenes. Pero en algún escondido resquicio del humano más inteligente y cultivado, sigue respirando esa bestia que carece del Verbo para expresarse, y que sólo entiende el lenguaje de las garras y las fauces.

Rousseau y Johanna Spyri –entre otros – estaban convencidos de que el ser humano natural, el que no ha sido contaminado por la civilización –las buenas maneras, la cortesía, y el conocimiento –, es bueno y puro. Cuando leí ‘Heidi’, he de admitir que quedé prendada y convencida de la superioridad de Heidi precisamente por ser tan ignorante; pero a medida que pasan las semanas, el efecto Spyri se desgasta y vuelvo a estar convencida de que el conocimiento, la inteligencia y la alta cultura hacen del ser humano menos feroz, cruel, egoísta e impío; y sobre todo, más capaz de luchar contra sus instintos asesinos.

Esta opinión no es exclusivamente mía; así piensan desde siempre los sabios hombres de la iglesia y las universidades. Si suponemos, pues, que ésta es la verdad, deberíamos someter a tal constatación las políticas culturales y educacionales de los países, incluida España.

En España se invierte bien poco en educación. Los colegios públicos tienen presupuestos ínfimos –o al menos eso es lo que se percibe al pasear por las aulas y al vivir el día a día escolar –: los sueldos de los maestros son muy bajos; los niños no tienen materiales; la comida escolar la tienen que pagar los padres, a diferencia de un país como por ejemplo Finlandia, donde en la escuela primaria y secundaria todo el material escolar (libros, cuadernos, folios, lápices), una comida al día y los cuidados médicos son gratuitos. Además, están muy bien equipados con ordenadores, salas de deporte, calefacción, pupitres, sillas, instrumentos musicales, máquinas de coser y tejer, máquinas de ebanistería y cocinas para el uso del alumnado, etc. Si no se invierte generosamente en educación, la educación nunca será óptima.

Y otro tanto pasa con las artes plásticas, la música, la literatura, y demás artes. No se trata únicamente de regalar dinero a los artistas –o sea, subvencionar a los artistas con becas –, se trata también de organizar iniciativas generosas (la demanda es grande, si se ofrece una beca o un concurso al año, sirve de bien poco) que propulsen la creación artística, y posibiliten el florecimiento de las artes.

La educación y el arte nos elevan y nos alejan del embrutecimiento que reina en el mundo animal, nos hacen menos crueles, menos malos y menos feos. Y la belleza, aunque pueda parecer un valor superficial (sobre todo en estos tiempos en los que las masas ya no comprenden el concepto de belleza), genera hermosos y generosos sentimientos en los corazones humanos. ¡Feliz navidad!


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