La gallarda honestidad de Tony Blair
sábado 30 de enero de 2010, 02:56h
No suele ser frecuente que un político con altas responsabilidades en el pasado se pronuncie abiertamente sobre cuestiones candentes. No es el caso del ex primer ministro británico Tony Blair, quien en su comparecencia de ayer ante la comisión que investiga la participación británica en la invasión de Irak habló claro y conciso, sin escurrir el bulto ante cuestiones incómodas. Las respuestas dadas ayer por Tony Blair definen a alguien con convicción en sus acciones, por impopulares que éstas hayan podido ser.
Vaya por delante que en todo el asunto de Irak hubo muchas cosas que se hicieron mal, y que posiblemente de haber procedido de otro modo, el enorme número de víctimas que el conflicto –y sobre todo la ocupación- ha causado hasta el momento hubiera podido reducirse sensiblemente. Pero tampoco es de recibo jugar a las suposiciones en un tema con un elevado componente bélico, en el que hay que tener en cuenta una serie de variables totalmente imprevisibles. Pero lo que es un hecho es que el régimen de Sadam Hussein era un polvorín –comprobado en la guerra con Irán y en la invasión de Kuwait- donde el respeto a los derechos humanos brillaba por su ausencia y donde el uso de armas químicas se llevó a cabo sin rubor alguno. Basten como prueba las atrocidades cometidas por “Alí el químico”, gaseando medio Kurdistán. Todo ello cobró una nueva dimensión a raíz de los atentados del 11-S en Estados Unidos y la amenaza de armas de destrucción masiva, aderezado todo ello por el apoyo mediático que Sadam realizó de los ataques contra las Torres Gemelas.
Pocos gobernantes tienen el coraje político suficiente como para embarcar a su país en una operación militar en la que existe el riesgo de que se pierdan muchas vidas, como es el caso. Pero gobernar consiste precisamente en eso, adoptar las decisiones que el que tenga la responsabilidad en ese momento juzgue necesarias, con independencia de su popularidad en las encuestas. Blair asumió ese riesgo, y ayer explicó sus motivos. Podrá estarse de acuerdo o no en lo acertado de los mismos, pero es incuestionable que la decisión de enviar tropas británicas a Irak se hizo en base a sólidos argumentos debidamente contrastados. No se encontraron, eso sí, las famosas armas de destrucción masiva, pero quedó debidamente acreditado que sí llegaron a existir. Y lo que es peor, que había voluntad de emplearlas. En base a todo lo cual, Blair –y con él la mayoría de los países occidentales- decidió intervenir, convencido además que el interés de Inglaterra seguía estando en preservar la solidez de la alianza con los EE.UU. El hecho es que hoy la situación actual en Irak está lejos de ser idílica, pero ha ido mejorando y es al menos la de un país que intenta abrirse camino por la senda de la democracia, a pesar de los intentos desestabilizadores de Al Qaeda. Blair ha reconocido los errores cometidos pero se ha reafirmado en la idea de que el terrorismo islamista es nuestro verdadero enemigo, y no quienes los combaten.