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crítica

Mario Vargas Llosa: Sables y utopías. Visiones de América Latina

sábado 13 de febrero de 2010, 20:49h
Mario Vargas Llosa: Sables y utopías. Visiones de América Latina. Prólogo de Carlos Granés. Aguilar. Madrid, 2009. 480 páginas. 21 €
En una carta escrita en 1965, tras haber leído el manuscrito de la novela La casa verde, Julio Cortázar le decía a Mario Vargas Llosa: “Vos sos América, la tuya es la verdadera luz americana, su verdadero drama, y también su esperanza en la medida en que es capaz de haberte hecho lo que sos”. Además de la no velada referencia a una novela de Alejo Carpentier, que el escritor argentino apreciaba más bien poco, en las líneas anteriores, citadas en el interesante volumen de Ángel Esteban y Ana Gallego, De Gabo a Mario. La estirpe del boom (2009), se expresan las bases de la identificación americana de Vargas Llosa. Casi medio siglo después, las palabras de Julio Cortázar siguen siendo válidas. Y, sin duda, más allá de la amistad entre estos dos extraordinarios narradores, premonitoriamente acertadas.

Entre tanto, en América Latina, muchos gobernantes y regímenes se han sucedido, han surgido y desaparecido dictaduras –la de los hermanos Castro constituye, en este sentido, una excepción vergonzosa y triste (como los “tres tigres” de Cabrera Infante)–, el populismo y la libertad han pugnado frecuentemente, las crisis económicas y las guerras civiles no han faltado y, asimismo, han florecido movimientos culturales, artistas y escritores. Vargas Llosa sigue siendo, hoy como ayer, uno de los pilares y referentes de esta América Latina, una y plural, plural y una, en una continuidad que no puede ser otra cosa que evolución. En la conferencia leída en la Universidad Humboldt de Berlín, en 2005, con motivo de la concesión del Doctorado Honoris Causa, Mario Vargas Llosa afirmó que había descubierto América Latina en París, en los años sesenta –una ciudad convertida en aquel entonces, en acertadas palabras de Octavio Paz, en la capital de la literatura latinoamericana–: “Desde entonces comencé a sentirme, ante todo, un latinoamericano”, sostiene el autor. Y, más adelante, añade: “Sigo fiel al compromiso con América Latina que contraje en París, pronto hará medio siglo. Cualquiera que eche una ojeada a lo que llevo escrito comprobará que, a lo largo del tiempo, aunque mis opiniones literarias y mis juicios políticos y mis entusiasmos y críticas hayan cambiado muchas veces de blanco y de contenido –todas las veces que la mudable realidad me lo exigía–, mi interés, mi curiosidad y también mi pasión por el mundo en que nací, complejo, trágico y formidable, de inmensa vitalidad y de sufrimiento y penalidades indecibles, en el que las formas más refinadas de civilización se mezclan con las de la peor barbarie, se han conservado intactos hasta hoy”.

Esta brillante conferencia, publicada ya en el mismo año 2005 en la revista Letras Libres, que dirige el historiador y periodista Enrique Krauze, es uno de los algo más de medio centenar de textos del escritor peruano recopilados en Sables y utopías. Visiones de América Latina, editado en 2009 por Aguilar. En el volumen se incluyen sobre todo artículos que han visto la luz en diarios y revistas, entre los años 1967 y 2008, aunque también podamos encontrar, como hemos visto más arriba, algunas conferencias o colaboraciones en obras colectivas. Las páginas de El Comercio o de Caretas, ambos de Lima, o las de The New York Times Magazine han acogido algunos de estos escritos. La mayoría, sin embargo, aparecieron en El País: en total, veintiséis, el más antiguo de los cuales con fecha de junio de 1984 –“Entre tocayos”– y de julio de 2008 el más reciente –“Para la historia de la infamia”, dedicado a las perversiones múltiples, violación a menor incluida, del autoritario presidente nicaragüense Daniel Ortega–. La mitad de los textos seleccionados por Carlos Granés –al que debemos, asimismo, el interesante prólogo que abre la obra, titulado “La instintiva lucha por la libertad”– para formar parte del libro fueron publicados, así pues, en este diario español. El hecho no debiera sorprendernos. El artículo que Mario Vargas Llosa viene publicando desde hace bastantes años en este periódico, con periodicidad quincenal, se ha convertido en referencia destacada e ineludible, contribuyendo decisivamente a consagrar a su autor como uno de los más destacados analistas políticos y críticos culturales del panorama no solamente hispano y latinoamericano, sino mundial.

Sables y utopías consta de cinco capítulos o bloques, que responden a criterios temáticos. Y, en cada uno de ellos, los textos se ordenan cronológicamente, permitiendo observar la evolución intelectual e ideológica del escritor peruano. La idea de construcción de un pensamiento se impone a la simple y falsa idea de pensamiento fijado (y, por ende, frecuentemente fijo). A diferencia del prejuicio establecido en torno a esta cuestión, la coherencia es también evolución. En el primer bloque se reúnen once artículos dedicados al autoritarismo, que tratan, en especial, del Perú (“tan limeñas como las corridas de toros son las dictaduras militares”, sostenía en 1983) y, asimismo, de la Nicaragua de Somoza, la Cuba castrista, Argentina y Haití, la muerte del tirano chileno Pinochet o de la que él mismo bautizara como “dictadura perfecta”, esto es, la del PRI mexicano. En estrecha relación con el anterior, el segundo bloque incluye escritos sobre las revoluciones latinoamericanas, con atención especial a la cubana. Del apoyo inicial de Vargas Llosa al castrismo se pasa, asunto Padilla mediante, a la oposición a un régimen que ha perdido algo fundamental: el “respeto a los individuos”. Daniel Ortega o el subcomandante Marcos, un auténtico “bufón del Tercer Mundo” para consumo de los “progres” del Primero, no escapan al fino análisis del autor. El terrorismo, ya sea en la versión de Sendero Luminoso o los Tupac Amaru peruanos, ya sea en la de las FARC colombianas –o, incluso, de ETA–, no pretende conducir a ningún tipo de democracia, sino a la más pura y dura dictadura. De ahí que el terror de Estado se convierta siempre en un inmenso error, como bien comprobaron los peruanos y sabemos –o deberíamos saber– los españoles en base a la experiencia de los GAL de la etapa socialista. Cuando el Estado hace suyos los medios de los terroristas, afirma con lucidez Vargas Llosa, son estos últimos los que han ganado.

Los comentarios sobre cuatro obstáculos al desarrollo de América Latina –nacionalismo, populismo, indigenismo y corrupción– articulan el tercer conjunto de textos reunidos en este libro. Las reflexiones sobre el populismo chavista resultan muy interesantes –y ajenas al simplismo–, así como las consagradas a los que denomina como hispanicidas o al nacionalismo cultural. Les recomiendo, en particular, el artículo “El elefante y la cultura”, inicialmente publicado en el diario limeño El Comercio, en 1981. El bloque número cuatro es, en buena medida, la otra cara de la moneda, con la defensa de la democracia y del liberalismo como bandera principal. Un liberalismo que no tiene nada que ver con las inventadas caricaturas sobre el supuesto neo-liberalismo: “Me considero un liberal –escribe Vargas Llosa– y conozco a muchas personas que lo son y a otras muchísimas más que no lo son. Pero, a lo largo de una trayectoria que comienza a ser larga, no he conocido todavía a un solo neoliberal. ¿Qué es, cómo es, qué defiende y qué combate un neoliberal? A diferencia del marxismo, o de los fascismos, el liberalismo, en verdad, no constituye una dogmática, una ideología cerrada y autosuficiente con respuestas prefabricadas para todos los problemas sociales, sino una doctrina que, a partir de una suma relativamente reducida y clara de principios básicos estructurados en torno a la defensa de la libertad política y de la libertad económica –es decir, de la democracia y del mercado libre– admite en su seno gran variedad de tendencias y matices. Lo que no ha admitido nunca hasta ahora, ni admitirá en el futuro, es a esa caricatura fabricada por sus enemigos con el sobrenombre de neoliberal”. En el caso latinoamericano, la democracia constituye la única alternativa posible a las dictaduras y a los colectivismos, a los “sables y a las utopías”, en fin de cuentas. Unos sistemas de convivencia y libertad como los de los países occidentales, mal les pese a aquellos intelectuales europeos o norteamericanos que defienden, sostiene el autor, “para nuestros países opciones y métodos políticos que jamás admitiría[n] en la sociedad propia”. Releyendo estas palabras, he recordado la hilarante novela de Ignacio Vidal-Folch, Turistas del ideal (2005), con Saramago, Vázquez Montalbán y Marcos como protagonistas estelares. Cierran el volumen diez escritos sobre literatos y artistas –Lezama Lima, García Márquez, Botero, Borges, Cortázar, Donoso, Cabrera Infante, Szyslo, Kahlo y Octavio Paz–, que, con apreciable fineza crítica, ponen de manifiesto la enorme riqueza y belleza de la irrealidad en una realidad, la de América Latina, compleja y difícil. Se trata, en palabras de Vargas Llosa en la ya citada conferencia de Berlín, de una “abismal contradicción”.

Resulta muy difícil, por no decir imposible, resumir y comentar un libro tan rico y lleno de matices como Sables y utopías. Visiones de América Latina. Matices que alejan al autor de la falsa y prejuiciada imagen que a veces se ha querido dar de él. En todas y cada una de las páginas emerge un ciudadano escritor que ha asumido un fuerte compromiso con América Latina –lean también, si tienen ocasión, su Diccionario del amante de América Latina (2005)– y, más allá, lo que lo convierte en universal, con la democracia y la libertad. Un compromiso valiente que, al margen de su gran talla literaria –no voy a insistir aquí en la más que evidente injusticia que supone no haberle otorgado hasta ahora el Premio Nobel de Literatura–, le honra como referente fundamental en unos momentos de plena crisis, en el mundo occidental, de los auténticos intelectuales.

Por Jordi Canal
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