Columnas dionisíacas
jueves 25 de febrero de 2010, 22:02h
Meine Damen und Herren, mesdames et messieurs, ladies and gentlemen
En estos tiempos revueltos que vivimos, en que la libertad de expresión sufre de una débil salud porque los hombres poderosos están más susceptibles que nunca y no toleran la más mínima crítica –sea en el tono que sea –, es relevante meditar sobre lo que viene a continuación. Permítanme contarles algo sobre esta cosa que llamamos ‘columna’ en prensa.
Lo primero que me gustaría decirles es que la palabra impresa no es la palabra del Señor. El que unas ideas estén impresas negro sobre blanco no significa que sean verdaderas, irrefutables ni serias como la muerte. Mantener la mente escéptica y alerta ante la palabra escrita es una gran idea.
Lo segundo: una de las funciones principales del periodista –además de informar – es vigilar a los poderosos, a los que gobiernan los estados, regiones y ciudades, y a los que de otras maneras ejercen el poder sobre el resto de los ciudadanos. El deber del periodista es ser crítico y vigilante, y duro cuando percibe que los que ejercen el poder están abusando de él para daño de los gobernados, y han de darles reprimendas, no vayan a creerse los poderosos que están por encima del bien y del mal y pueden dar morcilla a los ciudadanos mudos y obedientes como les venga en gana.
Tercero: el columnista, a mi humilde parecer (y no niego que me pueda equivocar), es en cierta manera el bufón de la corte. El bufón era el único en el reino que podía decir las verdades a todos a la cara sin que le cortasen la cabeza por ello. El bufón hacía reír y su función era muy importante psicológicamente, porque por una vez, los poderosos, tan satisfechos de sí mismos, tan llenos de sí mismos, tan importantes y estiraos, se podían relajar y enfrentarse a sus debilidades sin perder la honra; escuchaban al bufón que los insultaba con ingenio y salero (como dicen por las tierras en las que nací) acompañado de las risas de todos, y aunque por unos segundos al poderoso insultado le doliera, las reglas del juego ordenaban que no debía enfadarse sino unirse a la risa generalizada, y sin saberlo, le venía muy bien dejar por un momento de lado el disfraz de tío importante, serio e intocable, con el que cargaba a todas horas, y permitir que le señalaran sus debilidades y reírse de ellas.
Bien, los columnistas son los bufones de hoy, sus palabras impresas guardan mucha verdad y suelen ser escritas con exageración, jocosidad y ánimo de provocar, porque es útil y beneficioso para la sociedad –tanto para los poderosos como para los no-poderosos –, y porque se trata de eso; a la hora de leer una columna nunca se debe olvidar este punto interesante, las cosas no han de ser sacadas de contexto pues son susceptibles de ser malinterpretadas; uno no puede ver la Commedia dell’Arte y enfadarse por la falta de seriedad de sus intérpretes, ni leer una columna esperando la misma seriedad, precisión, profundidad de análisis y ecuanimidad que posee un estudio sociopolítico-económico de mil páginas escrito por el Dr. Fulanez y editado por la Universidad Autónoma.
Además, yo no sé cómo escriben mis compañeros columnistas, pero me comería mi sombrero (que es muy bonito y heredado de mi tía abuela) si la mayoría de ellos no hacen como yo antes de sentarse a escribir una columna: comerse una nuez moscada entera y poner a sonar un disco de Hugues Dufourt pa’ flipar un poco y producir algo tocado por la gracia dionisíaca de las musas, que nos haga reír socarronamente (aunque se esté metiendo con nosotros, ¡que no pué uno tomarse a sí mismo tan en serio!), que nos sacuda bien sacudíos y ponga la maquinaría cerebral a funcionar (aunque sea con traqueteo infernal y mucho chirriar, que esto de pensar no parece estar a la orden del día). He dicho.